Los 50 minutos de Teresa Romero con el cadáver del misionero

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Era de las primeras en dar un paso al frente. Llevaba 14 años lidiando con virus y bacterias y siempre había salido victoriosa. Pero lo que ahora le proponía su jefe era mucho más peligroso -e incierto- que el bacilo de la tuberculosis, la malaria o el sida. Teresa, organizada y valiente, tendría que enfrentarse al ébola, nada menos, un virus del que la sanitaria gallega apenas tenía conocimiento por fotografías de microscopio y alguna que otra lectura de divulgación. No sólo no se amedrentó sino que se presentó voluntaria. Se pondría en primera línea contra el ébola. Y el suyo sería el trabajo más sucio. Como auxiliar, su misión consistía en mantener limpio al misionero Manuel García Viejo, de 69 años, en la habitación-burbuja de la sexta planta del hospital Carlos III. Ni imaginaba que al poco tiempo ella volvería allí como paciente, al mismo lugar donde García Viejo agonizaba. Teresa recogía los vómitos, sus diarreas, le cambiaba los pañales, las sábanas -como ya había hecho antes con el padre Miguel Pajares-. Lo que no hacen enfermeras ni médicos.Era la que más riesgo corría al entrar en la habitación al tener que trabajar directamente con las principales fuentes de contagio: vómitos, heces, orina... Tenía que asear bien al enfermo y, sobre todo, darse prisa y no cometer errores. Se jugaba la vida. En 20 o 30 minutos, como máximo -eran las órdenes-, debía abandonar la habitación. Luego, se iba directamente a la esclusa, un pequeño habitáculo contiguo, donde se quitaba el traje protector.

Su última incursión, la fatídica, con el misionero muerto y de cuerpo presente, se le fue de las manos. Para preparar el traslado del difunto y limpiarlo todo, Teresa sobrepasó de largo los 30 minutos de estancia. Según fuentes fidedignas, la auxiliar anduvo en la habitación del ébola 50 minutos seguidos. Demasiado. Y sin saber que sus calzas no eran impermeables, según ha dictaminado ahora la unidad de amenaza bacteriológica del Samur. Antes incluso de que sus guantes pudieran rozarle la cara al desvestirse, la suerte de la valiente gallega estaba echada...



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jose-caballero

Mi abuela es mas gorda que un BANEBLADEEEEEEEE.

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