ANUNCIO DE LA TRAICIÓN DE JUDAS ISCARIOTE (39 de 77)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

México, D.F., Febrero 9 del 2015

 

IV.9.- ANUNCIO DE LA TRAICIÓN

DE JUDAS ISCARIOTE

(Mt 26, 20-25; Mc 14, 17-21; Lc 22, 21-23; Jn 13, 21-30)

“‘Mirad que la mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa.  Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado.  Pero, ¡ay de aquél por quien es entregado!’  Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello.”

Evangelio según San Lucas

 

“Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: ‘En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.’  Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. 

Uno de los discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús.  Simón Pedro le hace una seña y le dice: ‘Pregúntale de quién está hablando.’  El discípulo, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: ‘Señor, ¿quién es?’  Le responde Jesús: ‘Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.’ 

Y, mojando el bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote.  Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás.  Jesús le dice: ‘Lo que tengas que hacer, hazlo pronto.’

Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía.  Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: ‘Compra lo que nos hace falta para la fiesta.’, o que diera algo a los pobres.  En cuanto tomó Judas el bocado, salió.  Era de noche.”

Evangelio según San Juan

 

            Cuando San Juan escribe su Evangelio, al final del Siglo I, la Iglesia ha crecido en gran medida.  Es posible encontrar cristianos desde Jerusalén (y más al Oriente) hasta Roma; también en todas las ciudades importantes del Mediterráneo, ya sean griegas, egipcias, de Asia Menor y hasta de las Galias, Hispania o Bretaña.  En algo más de sesenta años, La Buena Nueva ha recorrido todo el territorio dominado por el Imperio Romano. 

            Pero Juan, el hijo de Zebedeo, no lo redacta como una sinopsis más al estilo de Mateo, Marcos o Lucas; sino que vierte en él todo el significado teológico de las enseñanzas de Cristo Jesús, su amadísimo Maestro.  Para este tiempo, ya hay muchos que dudan o que se resisten a creer, y por ellos y para ellos es que Juan escribe.      Debió haber sido muy doloroso para el más joven de los Apóstoles (ahora un anciano de más de ochenta años), reseñar este amago momento: la traición de Judas de Kraiot.  Se puede sentir en la descripción de Juan, lo tremendamente denso del episodio.  Jesucristo sabía que el Demonio ya había actuado, aprovechándose de la voluntad de Judas; el Divino Maestro estaba consciente de que éste había acordado ‘su venta’ a precio de esclavo, esto es, treinta ciclos de plata (Ex 21, 32), con el Sanedrín y los Sumos Sacerdotes.  Cristo no lo está orillando a nada; Él simplemente sabe ya lo va a suceder.  La decisión había sido tomada por Judas con anterioridad  al momento que Juan narra.

Cuán profundamente triste pudo haber estado Jesucristo en tan crucial momento; para Él representa el mismísimo principio del fin.  Así lo sabe y así lo acepta, pero el sentimiento de pérdida nada ni nadie se lo puede quitar; uno de sus discípulos, más aún, uno de sus Apóstoles, ha sido tentado por el Diablo y ha caído en sus insidias.  Para el Divino Maestro es un dolor profundo como hombre y como Dios.  Como hombre, porque uno de sus elegidos le ha traicionado; han valido más las mezquinas propuestas del Satán, que todas sus enseñanzas durante los tres años que estuvo unido a la vida de ese pecador.  Como Dios, porque ha de respetar la voluntad humana que se ha declarado, libremente, en su contra.

            La perturbación de los Apóstoles es manifiesta, pues ante las palabras de su amado Maestro, todos quieren saber quién puede ser el infame responsable de tan indigno acto.  Claro, el más impaciente es Pedro (quien querrá seguramente ‘arreglar con sus propias manos’ tamaña ofensa), y pide que le pregunten a Jesús.  El Señor les responde perfectamente claro, pero ninguno de ellos entiende lo que sucede.  Es tan increíble que algo así vaya a suceder, que no tienen cabeza para razonarlo.  Juan sí lo entendió, pero muchos años después; por eso es que solo él narra esa costumbre muy judía de ‘las preferencias en la mesa.’

            Cuando algún judío invitaba a comer a su casa a sus amigos o conocidos, era común ‘asignar lugares’ en la mesa; o mostrar algunas ‘atenciones’ hacia los comensales.  Por ejemplo, este signo de ‘. . . aquel a quien dé el bocado que voy a mojar. . .’ era una distinción que podía hacerse a alguien ‘muy querido’.  Servir personalmente el plato de alguien; o darle la prueba del vino a otro; solían ser formas para distinguir a sus invitados; y se tomaban como detalles ‘amables’ del anfitrión en deferencia a sus convidados.  Tratándose de Judas, los demás Apóstoles pudieron ver la acción del Maestro como ‘algo normal’ hacia el de Kraiot, ya que ‘. . . Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: ‘Compra lo que nos hace falta para la fiesta.’, o que diera algo a los pobres. . .’, aclara Juan el Evangelista.  No entendieron, pero el Señor sí respondió y, muy claramente.  (La expresión de Juan: ‘Judas tenía la bolsa’, hace referencia a que éste era el encargado de manejar el dinero del grupo; o sea, guardar los donativos recibidos y realizar los pagos y las compras necesarias; o, si fuera el caso, entregar las limosnas que ellos dieran a los más necesitados).

            El caso es que el acecho del Demonio ha llegado hasta los hombres más íntimos del Señor; Satanás emprenderá su última ráfaga de ataques contra el Mesías, precisamente desde sus Apóstoles, de sus queridos amigos.  A todos los tocará, ninguno se salvará. De algunos tenemos evidencia de sus reacciones y actuaciones, de otros no; pero todos serán probados.  Judas Iscariote es el primero; y cae.  No resiste la tentación del Diablo, y cede ante sus argucias infames y traicioneras.  Igual que siempre; ha empezado con el más débil y ha ganado la primera batalla.  Pero no ha ganado la guerra.

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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