CANEA, OTRAS SORPRESAS (36)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

Ciudad de México, Diciembre 1 del 2016.

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(36)

Fondeando Creta 

Iulius XXVIII

 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

CANEA, OTRAS SORPRESAS

Como si lo hubiésemos planeado de forma meticulosa, estamos arribando a Canea a la décima hora del día, una hora antes de la cena; para que descendamos y nos dejemos agasajar con pingües viandas por nuestro anfitrión.  Y Silenio, al calabozo más cercano que haya, para que purgue nuestro sufrimiento.  Sóstenes Kirítis tiene más muelles que Cesarea de Palestina y Ostia, juntas; el poder económico de este hombre es tal, que podría armar su propia flota si deseara.  Ha traído a toda la gente del pueblo de Canea (o al menos así parece), pues una multitud nos saluda a lo largo de la costa del amplísimo golfo donde está ubicado el puerto.  Supongo que no somos los únicos a quien se da este recibimiento (siendo también probable que no sea para nosotros), sino que se encuentren tan a gusto porque están viendo a la “Liburna Christina”, ya que fue aquí precisamente en donde se construyó.

 

El Præfecto Abdera, consciente de esto, ordenó limpieza completa de la navis justo antes de la llegada.  Las impresionantes velas color azul celeste, con la línea del pez en índigo, lucen esplendorosas por los rayos de luz del Sol Poniente;  hay muchas otras naves, pero la más bella es la nuestra, sin lugar a dudas.  En tanto pasamos por los muelles, se pueden apreciar diversas formas y tamaños de embarcaciones en sus diferentes fases de construcción; hay desde las que solo tienen quilla y largueros curvos (que semejan el esqueleto de la nave), hasta las que ya tienen hasta las velas puestas, pero recogidas a sus palos y mástiles.  Justo en el lugar en donde un hombre agita una bandera roja, Silenio corta el agua con el timón fijo en la popa y detiene la “Liburna Christina” a babor en el muelle que está desocupado de otras naves.

 

Como si estuviera recibiendo a un hijo que desde hace mucho tiempo no ve, el naviero Sóstenes Kirítis se lanza a toda prisa por el muelle para recibirnos al pié de nuestra nave.

–        ¡Ave César, Tribunus Legatus!, gritan todos encabezados por el cretense,  cuando descendemos.

–        ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar!, les respondemos nosotros.

–        ¡Ave César! vuelven a gritar todos.

–        ¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, héroe de mil batallas y ahora de una más, la más importante de todas, la batalla del honor, la ley y le justicia!; me recibe diciendo muy emocionado el naviero. ¡Es un inmenso honor para nosotros su arribo a estas olvidadas tierras insulares!, ¡¡Sea Usted bienvenido a su casa!!; y se me lanza con los brazos abiertos para abrazarme con firmeza y plantarme un beso en cada mejilla.

–        ¡Ave César!, Sóstenes Kirítis, le digo, apenas puedo reponerme de su emocionado recibimiento y saludo.

–        Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, estaba yo con nuestro amado Emperador cuando recibió la misiva de los primeros resultados de su viaje a Hierosolyma; y puedo anticiparle que es la ocasión en que más feliz he visto al César, es más, no recuerdo en que haya dicho en alguna otra vez: “Este hombre verdaderamente es un elegido de los dioses; no hay cosa que haga o que toque y permanezca inerte al bien que posee.”  ¡Le felicito, Tribunus Legatus, Usted sabe lo difícil que es sacarle un reconocimiento al César, menos aún un elogio!

–        No tiene por qué contarme esas confidencias, Sóstenes; le contesto, menos aún si son tan comprometedoras.

–        Caro que sí, Tribunus Legatus, más aún tratándose de una amigo común entre el César y yo; Veritelius de Garlla.  Pero dejémonos de halagos sinceros de bienvenida y vallamos a disfrutar la gran cena que hemos preparado a nuestros héroes; refiriéndose también a Tadeus y a Silenio que se nos han unido y hacen guardia a mis espaldas.

 

Si Rubicus Antanae fue capaz de aquella reunión realizada en Parma, cuando viajábamos de Mediolanum a Roma, tan fastuosa como opipârus, Sóstenes ha superado en imaginación lo ya vivido.  Estos hombres gastan miles de ‘aureus’ en sus banquetes sin importarles nada; son tan ricos en oro que pareciera que no tienen límite.

–        Yo sé que usted es de las personas que dicen “Non memoria oscuratta est” (“Sin perder la conciencia”), Tribunus Legatus; me dice el naviero, y además estoy cierto de que deben descansar.  Cuando Usted guste pueden retirarse a sus aposentos, mis sirvientes estarán atentos a su indicación.  Mañana me voy a dar el gusto de presentarle a dos magníficos jóvenes que podrán serle útiles en el “Christus Mandatus”; ya están aquí, pero no los he invitado a esta reunión ‘porque no soportan las bacanales romanas’ así me han dicho ambos; y debo decirle que entre ellos no se conoce; qué coincidencia, ¿no?  Uno es de Antioquía de Syria, de nombre Lucanus; y el otro es de aquí, de Creta y se llama Silvano, pero nosotros lo conocemos por Silas.

–        Le agradezco todas sus finas atenciones, Sóstenes Kirítis; le respondo, así como las valiosísimas ayudas que nos ha facilitado; comenzando con ‘La Liburna Christina’ a la cabeza, más todo el habilitamiento náutico que nos ha suministrado.  El César sabrá recompensarle, estoy seguro de ello.

–        Ya lo ha hecho, mi querido amigo Veritelius de Garlla; me distingue con su amistad y eso ya es muchísimo; me contesta él.  Pero esos son asuntos de mañana en adelante; hoy solo a disfrutar, Tribunus Legatus.

 

Siempre le he reconocido algo a Tiberio César; tiene una capacidad enorme y certera para seleccionar a los hombres de sus grupos: ya sea en la militia, en el Senado, o sus círculos de amistades.  Si debo incluirme en ellos, podría decir que todos le tenemos sinceridad y fidelidad ante todo; ese podría ser un identificador común de sus allegados.

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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

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