DE SORPRESA EN SORPRESA

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¡Alabado sea Jesucristo!

Ciudad de México, Julio 14 del 2016.

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(17)

 

DE SORPRESA EN SORPRESA

Villa Garlla, Mediolanum

Iunius XXVIII

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

Todos tenemos mucho trabajo pendiente qué hacer y hemos de terminarlo pronto, porque en tres días debemos dejar Villa Garlla para nuestro viaje de regreso en familia a Capreæ, a Novus Villa Garlla, nuestra nueva residencia.  Yo responderé todas las misivas que así lo requieran, entre ellas la de Ícaro y Galo, nuestros emissarii con el Fariseo.

 

Villa Garlla, Mediolanum, Iunius XXVIII, del

 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

                                          

         Emissarii Ícaro y Galo:

                  

         Información Iunius XXVI recibida.  Proceder correcto.  Todo lo ‘no entendible’         para Ustedes tiene significado útil para mí; aunque ‘no entiendan’, repórtenlo           porque para mí sí es valioso. Vayan a Athenæ con EL Fariseo.  Reporten   nombres de a quien contacta y si es posible, oficio o razón del contacto.  Esta   misiva deben recibirla en Athenæ; las siguientes suyas, enviarlas a Capreæ.           Buen trabajo,        sigan así.                       

                                                                  ¡Ave César!

                                               Tribunus Legatus Veritelius de Garlla

 

 

Entrego la misiva a Tadeus, para que sea enviada hoy mismo a Genua y embarcada en la liburna de correo del Emperador a Roma, de donde será enviada a Capreæ y de allí a Athenæ, en donde la recibirán los emissarii en ocho días.  Desde allá ellos habrán de enviarme al menos cuatro misivas, que solo leeré cuando lleguemos a Novus Villa Garlla.  Así funciona la correspondencia dentro de las venas del Imperio; hay más de veinte mil hombres moviéndose por el territorio y los mares conquistados llevando y trayendo órdenes, movimientos de personas, clima, requerimientos y confirmaciones de suministros, avances de tropas propias o del enemigo; todo lo que sucede es informado, porque la información es vital.  Además de la rapidez con que debe ser manejada, también es importante su veracidad y confiabilidad, pues en torno a ella se toman todas las decisiones de comando en el Ejército Imperial Romano.  Y qué decir de la confidencialidad, su cuarta característica, y para mí, inseparable de las demás.

 

El “Christus Mandatus” ha empezado a desplegar sus alas de información; éstos apenas son los dos primeros emissarii, de cientos que serán manejados dentro del Proiectus  Imperator que ha sido puesto en nuestras manos; todos sabrán que sus reportes deberán ser: verâcis, opportûnus, expeditus y confidentialis.  Tan solo con los escritos de tabellarius (correo), jamás en la Historia de la Humanidad se leerá más de alguien, como se hará del Imperio Romano y sus Maxîmums Imperatoris.

Llevo seis horas continuas dictando a los scriptôris, misivas de respuesta para los Generales Legionarios en el frente y las Provincias; y se presenta en la officîna ubicada en la biblioteca del teatro, en donde suelo trabajar cuando estoy en Villa Garlla, mi buen hijo Gallio, el más pequeño de los varones, y me dice, con su ya cambiante voz de niño a hombre:

–        Patis; ya es hora de la cena, ya nos han llamado; pero podrías antes, aunque sea muy brevemente, decirme qué es el “Christus Mandatus”; verás Patris, ayer cuando dijiste ese nombre, sentí que algo oprimía mi corazón y no me dejaba respirar; y me preocupé mucho.  Pero hoy en la mañana, cuando me desperté y miré al Sol, sentí lo mismo; y vi un signo y oí una voz que simplemente decía: ¡Ven!, ¡Ven!  El signo era la forma de un pez.  Mira, te lo dibujo:

 

 

Al que se le acaba de ir la voz, la respiración, y todos los demás sentidos es al Patris del muchacho; ni siquiera podía sentir mi corazón.  Quedé enmudecido unos instantes y solo pude recargarme en el respaldo de la silla sollum en que estaba sentado; de no haber sido por eso, mis piernas no me hubiesen aguantado.  Pero cuando volteé a mirar a Tadeus, su estado era ‘katatóniko’, estaba con una parálisis total: quedó encorvado de los hombros, con la boca abierta, y los ojos de tal forma desorbitados, que espantaban; le desperté de inmediato diciéndole:

–        ¡Tadeus, Gallio ha dicho que la cena está servida!; ni siquiera me volteó a ver, solo cerró ojos y boca.  En seguida dije; ¡¡Vamos para allá!

–        Sí, Tribunus Legatus, dijo Tadeus con total ausencia de marcialidad.

–        Ven, Gallio, hijo mío, le dije cariñosamente, ahora en la cena les voy a contar algo acerca de ello.

–        Gracias, Patis, qué bueno que lo harás.

 

Despedí a todo el mundo y nos encaminamos al domus cruzando la plaza de Villa Garlla; al pasar por enfrente del templo, alcancé a ver una lámpara de aceite encendida y, cuando me dirigía hacia allá, Gallio me dijo:

–        Yo la encendí, Patis, se la dediqué a Neptunus; para que nos cuide en nuestra travesía marina hacia Capreæ.

Mi estupor fue aún mayor; ya ni saliva tenía para recuperar las fuerzas perdidas y a penas le dije:

–        Ah!, que bien que lo hayas hecho.  Entonces me dijo el muchacho:

–        Patis, no vayas a comentar lo que te he dicho.  Que quede entre nosotros.

–        Así será, hijo mío, le respondí.

Esto no me gusta nada.  Es cierto que el muchacho se ha distinguido por una espiritualidad poco común entre los varones de su edad, e igualmente comparado con todos en la familia, pero este súbito crecimiento de su misticismo me parece alarmante; más aún en algo tan enigmático como el “Christus Mandatus”.

Las viandas han sido sensacionales, ya extrañaba la frescura de los ingredientes con que se cocina en mi amado domus; y además, la comida ha sido mi preferida: carne de res en salsa de quesos, fundidos en vino mosto. ¡Nada es mejor que eso!

En el triclinum del domus solo estamos la familia: tres varones en el lado derecho, tres damitas en el lado izquierdo y uno de cada uno de ellos, al que le toque en rigurosa y cuidada rotación, junto a sus padres.  Aún Julio hace respetar el turno (y es cuando se anima a comentarme sus peores ideas, para que yo deba tener recato en la respuesta); cada cuatro veces, el turno es diferente.  Como dice mi amada esposa Lili: “familiaris militia”.  Cuando hemos concluido de cenar, y sabiendo que las más pequeñas terminarán dormidas, les digo:

 

–        Lo que voy a comentarles, dentro de cien años será del conocimiento de todo el mundo civilizado y seguirá siendo propio de Roma; y dentro de miles de años, lo conocerán los lugares más recónditos de la Tierra, pero seguirá siendo Romano.  Pero ahora solo lo sabrán ustedes y algunos pocos más que estamos incluidos en el “Christus Mandatus”; trátenlo, pues, confidencialmente, con respeto, ‘no se lo cuenten a nadie’; (esto último se los digo en voz baja a mis pequeñas flores: Vesta, Diana y Venus; haciéndoles la señal con mi dedo en la boca).

–        ¡Ya dinos, Patis!, dice el joven Gallio.

–        Hace noventa y cuatro días, fue asesinado un hombre en crucifixión; su nombre era Iesus Nazarenus, en la ciudad de Hierosolyma, en la Provincia de Iudae.

–        Si fue crucificado, el hombre debió haber tenido un juicio, dice Tiberio interrumpiéndome; y le callan todos los demás.

–        Y en efecto lo tuvo.  Es una farsa, el tal juicio, una pantomima estúpida; y lo peor es que quien condujo ese abominable juicio, el juez, pues, fue un Soldado Legionario: Poncio Pilatus, Procurador de Iudae.

–        Solo él lo pudo haberlo hecho, Patris, pues él es el Procurador y por Lex Romana así debe ser. Vuelve a participar Tiberio, ganándose otro regaño de todos, ahora incluida la madre.

–        Sí, advocâtus, le digo, así es.  Lo malo de este asunto, es que cincuenta días después de la muerte de Iesus Nazarenos, sus seguidores, que suelen ser conocidos como los Apóstoles, o Los Doce, convocaron una reunión en Hierosolyma en la cual estuvieron presentes más de dos mil iudarum de todas las Provincias del Imperio en donde viven estos hombres; dicen que había gente de Panfilia, Frigia, Cyrenaica, Ponto, Capadocia y hasta de la misma Roma.

–        ¿A qué fueron, Patis?, ahora es Gallio el que participa.

–        ¡Eso no importa ahora, ‘niño’!, le dicen sus hermanos mayores.

–        Sí, sí importa, contesto con angustia por la pregunta y ‘de quien vino ésta’, porque el “Christus Mandatus” en resumen, es lograr tres cosas: “Honôris, Legîs, Iustitîa”, esto es juzgar a Poncio Pilatus;  Conocer a los Discípulos de Iesus Nazarenus para garantizarles la Pax Romana; y dejar evidencia escrita suficiente, de todo cuanto se haga para el ‘juicio de la historia’ sobre Tiberio Iulius Cæsar en la posteridad.

–        ¡Solo a ti te encargan esas cosas, Patris!, dice Julio sorprendiéndose del encargo, ¡Ya lo ves, no es bueno ser muy importante! Y sonríe sanamente.

–        Mi familia y yo, somos súbditos del Emperador y por lo tanto tenemos que obedecerle, nos guste o no lo que nos pida.  Igual tú, Julio; le respondo.

–        Sí, claro, y estoy de acuerdo con eso; pero el alcance de la meta es un trabajo descomunal, vas a tener que vivir noventa años para acabarlo, replica el hombre consciente del tamaño de la misión.

–        ¡Pues Patis los vivirá, ya lo verán!; dice Gallio y entonces sí que me preocupo, pues en tanto él ha hablado, he sentido que mi corazón se acelera un poco más que lo normal.

–        ¿Qué más, Patis?, dice Minerva, la mayor de las mujeres.

–        Nada más, pequeña, mía, le contesto, solo eso significa que tendré que viajar mucho por todo el Mare Nostrum logrando mi objetivo.

–        ¿Y por qué mejor no van a verte todos a Capreæ, como los Generales aquí y en Roma, Patis?; sugiere ella, y todos contestan con ademanes.

–        Muchos irán hija mía, pero yo tendré que buscar a muchos otros, le digo.

–        ¿Quiénes son los Iudarum, Patis?, pregunta Vesta, la siguiente en edad.

–        Fueron el Pueblo de Dios, pero ya no lo son; arremete Gallio nuevamente.

–        ¡¿Y tú cómo lo sabes, pequeño sabio?!, le cuestiona Octavio ganándome la pregunta al chico.

–        Mmm, no lo sé; dice aquél despreocupado y yo no salgo de mi admiración; Ah!, sí, creo que fue Tito, el hijo de Diófanes, el que me lo contó.

–        ¡¡¿Quién, dijiste?!!, le pregunto hasta elevando un poco la voz.

–        Sí, fue él, responde la candidez personificada en Gallio.

–        Pues tienes una gran encomienda mi amado Veritelius, yo creo que esto te llevará algunos Césares en acabarlo. Comenta Lili, mi esposa, la que también arranca mi sorpresa.

–        Les vuelvo a repetir, esto es confidencial, pero por ser mi familia y porque no quiero que se angustien, se los he dicho.

 

+ + +

 

 

Villa Garlla, Mediolanum

Iunius XXIX

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

Creo que solo pude dormir profundamente una hora.  La diana del fin de la última vigilia, que a penas se escucha a lo lejos, me ha encontrado despierto; sin poder dejar de pensar en las ‘casualidades’ que me he encontrado precisamente en Villa Garlla: ‘más de uno’, saben más que yo del fondo de este asunto llamado “Christus Mandatus”.  Para este día, el trabajo consistirá en terminar con la correspondencia pendiente y una reunión que puede resultar muy, pero muy interesante.  Cuando llegan mis colaboradores a la officîna, yo ya he avanzado en varios asuntos militares y de aplicación de códigos de honor.  Al presentarse Tadeus le digo:

–        Envía un Centurión a cada uno de los cuatro oppidum (aldeas) de Villa Garlla, para que inviten a toda la gente que tenga algo que ver con el Pueblo de Israel o cuantos se identifiquen con algo Iudarum; a una reunión que tendremos en el teatro hoy a la hora décima.  Aquí cenarán ellos y sus familias.  Igualmente, aquí deberán estar todos los scriptôris que tengamos, pues ellos tomarán nota de las preguntas que yo formule y de las respuestas que reciba.

–        ¡Al mandato, Tribunus Legatus!

–        Pero antes, Tadeus, quiero que traigas aquí de inmediato a Diófanes, a Tito, su hijo y a su esposa.  Quiero platicar con ellos.

–        Sí Señor, ¡Ave César!

Tadeus ya se oye animado, o ya se le olvidó lo que sucedió ayer o no se ha dado cuenta de la trascendencia del hecho; en cualquier caso, ahora volverá a involucrarse completamente.

 

Todavía estoy impresionado del conocimiento que tiene Tiberio Julio César respecto del significado de los nombres y la maestría con la que lo manejo ante mis hombres en Capreæ; seguramente uno de sus múltiples eruditos o especialistas religiosos habrá integrado una lista con todos ellos.  Sería muy bueno conseguirla y tener una copia que yo pueda usar, porque me daría algún conocimiento sobre nombres y palabras que los iudarum usan.  A mí me ahorraría mucho tiempo y me quitaría muchas ‘penas’ de desconocimiento.

 

Han llegado Tadeus, Diófanes, Tito (de apenas doce años de edad) y su madre; por supuesto, se ven algo preocupados, pues ser llamados por mí a solas, siempre es de tomarse en cuenta.  Les recibo de la mejor forma posible, aunque sé que ello muchas veces tampoco ayuda, para que se sientan en confianza.  Comienzo por explicarles de qué se trata el “Christus Mandatus”, haciéndoles la misma recomendación que dije a mi familia ayer: es un asunto confidentialis.  Lo que me interesa es saber de dónde sacó Tito la información sobre ‘El Pueblo de Israel como Pueblo escogido de Dios’; si ésta es correcta y si es algo que me sirva para mis investigaciones sobre el asunto que a todos nos ocupa.

 

–        ¡Ave César, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla! Me saluda de forma impecable el Centurión Legionario que es el hombre.

–        ¡Ave César!, Diófanes, le respondo y le digo: El asunto no es militar ni está relacionado con algo ‘malo que haya sucedido’; simplemente quiero platicar con los tres para que me enseñen algo que ustedes saben y yo no conozco y que creo que me puede ser muy útil.

–        Al mandato, Señor, vuelve a cuadrarse Diófanes.

–        Vengan, sentémonos en el pórtico del teatro para estar más cómodos; les invito a los tres y se nos une Tadeus.

–        Sí Señor.

–        Ustedes son una familia que tiene ‘algo’ especial; los tres son griegos y sin embargo manejan conocimientos de los iudae, algunos, más allá del simple saber.  Por ejemplo, ayer, Gallio mi hijo, contestó a una pregunta que me hacían de quiénes son los judíos, diciendo que eran ‘el Pueblo escogido de Dios’; dime, Tito, ¿quién te enseñó eso?

–        Mi abuela, Señor, me contesta, la madre de mi madre. Me volteo con la esposa de Diófanes, Mónica, a quien le pregunto:

–        ¿Su madre era Judía?

–        Sí, Señor, fueron habitantes de Edirne, Achaia, desde hace muchas generaciones, cuando la Diáspora de Babilonia se disolvió. Todos mis ancestros eran Levitas y como las antiguas enseñanzas del Gran Libro ya no iban a ser aplicadas en su plenitud (y entonces los levitas ya no serían ayudados por las demás tribus de Israel para su subsistencia, pues ya no servirían en el Templo), ellos decidieron no regresar a Palestina, sino irse a tierras que tuvieran más oportunidades de trabajo.  Por eso llegaron hasta Grecia después de haber caminado de forma errante desde Mesopotamia; de eso hace cientos de años Señor, Veritelius de Garlla, me contesta ampliamente ella.

–        ¿Cuál es el Gran Libros, Mónica?, le inquiero.

–        La Torah, Tribunus Legatus, el libro en donde están los grandes designios de Dios para su pueblo Israel.

–        ¿Usted lee, escribe y habla arameo, Mónica?

–        No, Señor, a las mujeres judías no nos enseñan a leer ni a escribir, eso solo los hombres que asisten a la Yeshiva, la escuela para varones.  Nosotras solo aprendemos a través de la Mishná, que son nuestras tradiciones orales. Pero las mujeres iudae debemos aprender todo, y más aún las levitas, pues es obligación de la madre enseñar en casa a los hijos, que por ser levitas, son especiales.

–        ¿Y en qué radica lo especial?, Mónica, le pregunto.

–        En que solo los hijos de levitas pueden ser sacerdotes del Divino Dios, Tribunus Legatus, ninguno más de las doce tribus; me responde la mujer, que por lo que puedo apreciar, ella sí ‘aprendió muy bien’.

–        Diófanes, tu hijo, tu esposa y tú, se van a Capreæ con nosotros.

–        Sí, Señor, los que Usted ordene haremos nosotros; pero su hijo mayor, Julio, quiere que me quede en Villa Garlla, ayer me lo pidió.

–        Yo hablaré con él; porque ‘su patris’ y ‘el Emperador’ quieren que te vallas a ‘su insûla’. Le digo sonriendo por la respuesta.

–        Quiero decirle, Señor, me dice la madre en voz baja, que Tito tiene un ‘don’ muy especial para el aprendizaje de los asuntos relacionados con Dios; y aunque sabe que él sabe que nunca podrá ser sacerdote, pues su padre es gentil, o sea, no es iudaicus, siempre ha guardado la esperanza de que el Señor le llame.

–        ¿Y en qué radica ‘su don especial’ Mónica?, le inquiero.

–        En que él sabe más cosas del iudaismus y de los Sagrados Preceptos, que lo que yo le he enseñado, pues yo sé qué sé y qué no le he enseñado y sin embargo él sabe.

–        De llama dedutiônis, Mónica; el conocimiento puede reproducirse en los hombres por la capacidad que tenemos de deducir, a veces con acierto, a veces no.  Tú le has enseñado muchas cosas, él puede deducir otras.  Sí es un don especial; se tiene para todas las artes y todas las ciencias; como tu marido en el Arte de la Guerra; nunca ha estudiado y sin embargo puede deducir cosas que no son evidentes.

–        Pero es algo más, Tribunus Legatus, ni yo ni nadie le ha hablado del ‘Mashiaj’ y él constantemente nos lo menciona; yo de eso he aprendido mucho.  En ese momento volteo para preguntar a Tito al respecto.

–        Cuéntame, Tito, quisiera saber todo lo que tu sabes del Mesías; ¿Quién es el ‘Mashiaj’?

–        El Christus, el Hijo de Dios Vivo, Jeshua Nzaret, Iesus Nazarenus, ese es, El Ungido, El Salvador, El Redentor.  Mi sorpresa es descomunal; el infante ha contestado con la seguridad de un guerrero adiestrado, sin un ápice de duda en sus palabras.  Me repongo del ‘momento’ y le pregunto al adolescente:

–        Dime, Tito, le vuelvo a preguntar: ¿de qué Dios es Hijo este Christus, Iesus Nazarenus?, ¿Quién le ungió?, ¿A quién va a salvar? Y ¿de qué va a redimir?

–        Su Padre es “Ya Havá Wé Hayá”, el Único Dios Verdadero, y Él mismo le ungió, para salvar al mundo de la fuerza del pecado.

Ahora sí tengo que respirar profundo porque lo siguiente me hará ver como un estúpido, como un ‘neophytus’ (lo cual efectivamente soy, y no me apeno), de todo lo relacionado con el pueblo iudaicus.

–        Dime, Tito, si este Dios no es Iuppiter, ni Zeus, ni Amón-Ra, ni Baal, ni Sin, ¿quién es este Dios?

–        Es El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de Israel.  Me contesta el muchacho, perfectamente sereno.

–        Qué interesante es todo esto, Tito, ¿dónde lo has aprendido?

–        El Señor me lo ha dicho, Tribunus Legatus.

–        Bien, Tito, la gente está empezando a llegar y tengo que atenderles, ¿podríamos platicar más en otra ocasión? Le digo al joven maravilla.

–        Por supuesto Tribunus Legatus, cuando Usted lo ordene.

 

Creo que tratando de saber de ‘las grandes culturas’ de la humanidad, solo he perdido el tiempo; y además, he despreciado a una que ha tenido que ver con todas y, a pesar de haber sido oprimida por ellas, las ha subsistido.  Tengo que leer la Torá urgentemente.  Este joven Tito tiene ‘algo’; no le voy a perder por nada del mundo.

 

De las ochocientas personas que habitan en Villa Garlla, han venido a la reunión ‘pro-iudarum’ unas cien (sin contar niños); lo que significa que uno de cada ocho individuos tiene antecedentes iudae, o al menos, se siente relacionado con ellos.  Es una relación muy alta para ser una nación tan pequeña y que a lo más que ha llegado en toda su historia es a tener un Rey como Salomón.  La otra parte de trascendencia de este pueblo, es la que no acabo de entender.  Toda la gente cabe en el auditorîum del teatro (dejaremos a los niños en la plaza), por lo que la reunión será más sencilla; solo tendrán que responder cuatro preguntas y las respuestas las tomarán los scriptôris que tenemos:

            I) ¿Qué les une al pueblo iudarum o por qué se identifican como iudae?

            II) ¿Quién es para ustedes el ‘Mashiaj’? 

            III) ¿Cuál es la misión del Mesías en el mundo?

            IV) ¿Ya vino, está con nosotros o vendrá?

 

+ + +

 

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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