DESDE OSTIA HASTA CAPREA (19)

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¡Alabado sea Jesucristo!

Ciudad de México, Julio 28 del 2016.

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(19)

  

DESDE OSTIA HASTA CAPREA

Ostia - Capreæ

Iulius IV

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

Después de navegar todo el día desde Genua, la noche de ayer transcurrió en el mar profundo a empuje de una sola vela, sin remos y con manejo del timón; la calmada brisa ayudó en el avance y antes de la claridad del amanecer estamos a la altura de Ostia, pero a sesenta kilómetros de la costa, que apenas se aprecia en el horizonte.  El experimento de no fondear en aguas bajas ha dado resultado; el riesgo estaba calculado, pues en esta época del año la noche dura muy poco y casi nunca es profundamente obscura.

Todos duermen en la “Liburna Christina”, solo está despierto en el timón el contramaestre, al que le tocó la última vigilia; lentamente, sin hacer ruido, me uno a él, quien al verme se levanta de inmediato, pero le apuro con mi señal de silencio.  La quietud y el silencio marino a estas horas y en estas condiciones climáticas, es abrumador; solo superado por el que ‘se escucha’ en las altas montañas de los Alppi en Helvêtia o Gallia.  No nos decimos una sola palabra el nauta y yo; con mis manos le hago señales de la profundidad del silencio y lo exquisito del momento.  Él asiente con su cabeza, esbozando una leve sonrisa; cierto de que estoy disfrutando el instante.  Todavía con señas le pregunto dónde está el hombre de la tuba de vigilias, y él, callado por completo, me enseña el áureo lituus retorcido de los sonidos de órdenes; se lo pido y le indico con un ademán que no será tocado.  El hombre sonríe pleno sin hacer un solo ruido.  Solo los eventuales crujidos de las maderas rompen el abrumador silencio de la madrugada náutica; así ha de haber sido el mundo antes de la creación de la vida.

Cuando el Sol comienza a teñir el firmamento y por consecuencia la temperatura baja en un instante, algunos remerii y soldados empiezan a despertar, pero al verme en la popa quedan desconcertados y silenciosos.   Cuando el primer rayo de luz surcando el mar toca nuestra “Christina”, finalmente se despierta el Præfecto Silenio, con una cara llena de angustia por las horas extras que ha dormido.  Salta presuroso de su litera y sube a cubierta desesperado por lo que ocurre.  Me ve parado en el puente de popa, desde donde blandeo el pequeño instrumento; y se encamina hacia mí al momento que le hago igualmente la señal de silencio.  Mis dos hijos mayores también ya se han despertado y están sobre cubierta guardando silencio.  Le digo al Centurio de Navis en voz muy baja apoyándome con ademanes:

–        Dé todas las instrucciones que tenga que dar sin hacer un solo ruido, ni decir una sola palabra.

–        No se puede, Tribunus Legatus; me dice totalmente extrañado el nauta.

–        ¡Claro que es posible, Præfecto!, le encaro en voz bajísima, suponga que es plena noche y que no queremos ser ni siquiera escuchados, ¿qué haría?

 

Para este momento ya muchos están despiertos y a todos hago señales para que guarden silencio.  Y entonces tomo el mando.  Muevo mis brazos cruzándolos encima de mi cabeza para llamar su atención y todos voltean a mirarme.  Inicio por hacerle señales a los nautas de mástiles, que aún no han subido a sus puestos, que bajen las velas despacio, con mucho cuidado, sin hacer ruido.  Los hombres empiezan a trepar por las escaleras de cuerda tratando de no hacer un solo ruido; y al llegar a la cima del mástil hacen descender las velas lentamente.  Cuando éstas se llenan de aire se deja sentir y oír un retumbón de fuerza eólica sobre la superficie de las grandes telas.  Acto seguido me encamino hacia el timonel a quien ordeno solo con señales que dirija la navis con el impulso recibido; para después moverme hasta la proa, bajar donde los remerii e indicarles solo con señales, que inicien su trabajo.  Igualmente le indico al jefe de ritmos que solo haga los movimientos de sus baquetas sin tocar los cueros de sus tambores y a los remerii que muevan sus remos según les indica la mano del hombre.

La extrañeza es generalizada, pero nadie ha hablado, ni siquiera un murmullo; Julio y Octavio permanecen expectantes ante lo que quiero lograr.  Los remos empiezan a tocar muy lentamente el agua y la nave comienza sus movimientos normales oyéndose solo los ruidos producidos por las uniones de las maderas y los rechinidos de los cueros de los remos frotando en sus sostenes férreos.  La brisa ayuda a la maniobra nunca antes realizada y nos impulsa sobre el ligero oleaje, que por el viento y el cambio de la temperatura ha empezado a producirse.  Así les hago continuar por más de una hora con la “Liburna Christina” a buena velocidad.  Todos están sumamente extrañados y yo ya he logrado mi objetivo: navegar sin ser escuchados.  Ya hasta las mujeres se han despertado; entonces, subo al puesto de mando y les grito a todos:

–        ¡¡Pravus!! ¡¡Pravus!!, todos son grandes soldados y marinos; lo que han logrado es una evasiva nocturna (pero con luz de día), de nuestra querida “Christina”; ¡¡Bravo, lo han hecho muy bien!! ¡¡Felicidades!!

–        ¡¡Pravus!!, Almirante Veritelius de Garlla, me ha dado Usted una gran lección de comando de algo que yo jamás había pensado; ¡¡Bravo, es usted simplemente Mágnum!!; me dice Silenio ante el resultado obtenido.

–        Algún día lo haremos a plena noche, ¡vaya preparándose Præfecto!, le contesto al sorprendido nauta.

–        Pero, Patris, ¿cómo se te ocurren estas cosas?, se acerca Julio haciendo la pregunta con total desconcierto.

–        Imaginación, hijo mío, imaginación es lo primero que necesita un comandante para ganar sus batallas, le digo al Soldado de Garlla; y como vez, no hay edad para ponerla a funcionar; y sonreímos abiertamente.

–        ¡¡Præfecto Silenio!!

–        Al Mandato, Señor,

–        ¡Que nos den alimento a todos ahora mismo!

–        ¡Sí, Señor, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!

 

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Capreæ Novus Villa Garlla, en Familia

Iulius  V

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

El recibimiento de Tiberius Iulius Cæsar es espectacular, han traído una gran cantidad músicos que tocan en correcta armonía; los hay en barcas en plena bahía, otros están en el gran muelle en el que atracaremos; también han puesto en la parte superior en donde se ubica el Palacio Meridional del Oriente.  Además, hay flores en todo el recorrido, desde el muelle y por todo el camino hasta la cima del enorme acantilado, Por supuesto que lo que quiere es agradar a Lili, mi esposa, y a las pequeñas hijas; este hombre si algo tiene, es saber dónde debe atacar y cómo hacerlo; sus habilidades militares las usa en prácticamente todas sus acciones de vida, familia, política y gobierno.

Cuando finalmente alcanzamos la cima, las tres niñas pequeñas corren a saludar al Emperador que nos espera sentado en su trono, en el pórtico de mármol blanco del Palacio.  Como las ve acercarse, hace por tomarlas con sus brazos, pero ellas se arrodillan justo antes de llegar a él y postran su cara al suelo. 

–        ¡Ave César, Divino Tiberius!, le dicen a coro, con sus candorosas voces.

–        ¡Magníficus, Verito, magníficus!; me grita el Emperador pensado que el suceso ha sido una idea mía y la verdad es que el más sorprendido soy yo, que volteo a ver a Lili con cara de pregunta.

 

Las pequeñas se incorporan y se dirigen con suavidad ante el anciano César, quien sin levantarse, recibe besos, caricias y abrazos de mis tres flores humanas.  Todos llegamos ante él y le hacemos las reverencias que su investidura merece.  Solo estamos delante del César la familia Garlla, pues toda la demás comitiva ha esperado fuera del pórtico.  Y empieza con su proverbial memoria y lucidez a referirse a cada uno por su nombre:

 

–        ¡Lili, la más hermosa de las flores de Garlla!; es un gran honor que hayas venido hasta este lugar para compartir con este anciano los años de plenitud de tu vida y a tu hermosísima familia.  Le ha dicho el César.

–        ¡Divino Tiberius, por supuesto que el honor es nuestro e inmerecido!, responde mi esposa, a quien hace sentar el César en una silla a su diestra.

–        ¡La diosa Minerva, sabia y protectora de los guerreros, el Estado y los hogares romanos! ¡Qué bella eres, niña!, la halaga el Emperador.

–        ¡Divino Tiberio, no merezco sus adulaciones!, responde la mayor de mis hijas con toda propiedad, que igualmente se ha postrado delante del César.

–        Y estas otras tres diosas, (las tres pequeñas que siguen sentadas a los pies del Tiberio), ¡bellísimas todas ellas! Vesta, Diana y Venus; ¡qué bueno que ha sido su Madre quien ha escogido sus nombres, porque de haber sido su Padre, tendrían nombres muy feos!, les dice al tiempo que las acaricia dulcemente. ¡Ah!, y hablando de feos déjenme saludarlos, bromea el César dirigiéndose, siempre sentado a los varones; siendo Julio el que toma la iniciativa.

–        ¡Divino Tiberius Iulius Cæsar, me honro en saludarle personalmente!, le dice el mayor de mis hijos, hincado delante del Emperador.

–        ¡El próximo Tribunus Legatus del Imperio, Iulius de Garlla! Ahora solo Magíster Legionario, por méritos propios, pero habrá oportunidades para lo demás; le dice el César.  De inmediato, volteándose a las niñas, les dice: Julio, ven, ese es un nombre escogido por su Padre y es bastante feo; así se llamaba mi bisabuelo, quien también era muy feo el hombre; haciendo reír de buena gana a Diana y a Venus, las más pequeñas.

–        ¡Divino Tiberio!, le dice Octavio adelantándose hasta él, postrándose de inmediato y besando su mano; ¡me honra mucho poder saludarle, Divino Emperador!

–        ¡Octavio de Garlla, el terratenientis más importante de Italia!, algún día todos comeremos algo de sus campos de cultivo. Rápidamente se voltea Tiberio y le dice a Diana: ¿A ti te gustaría llamarte Octavia?, le pregunta el César; negando la pequeña con el movimiento de su cabeza.  Ves, yo decía que son nombres feos los que ha escogido su Patris para estos pobres hombres.

–        ¡Yo me llamo Tiberio, Divino Emperador, y me honro en gran manera de poder saludarle, hoy y siempre!

–        ¡Ah!, joven Tiberio de Garlla, ese no es un nombre feo, ciertamente; le dice el César; ¡¡Es un nombre horrible!! Y todos soltamos las risas por el comentario, pues pensábamos que éste se salvaría de la crítica.  ¿Sabes qué significa Tiberius, joven Garlla?, “Recogido del Tiberis”; ¿qué también a ti te sacaron del Río Tiberis, mi querido amigo?

–        No, Divino César; responde aquél, y de nuevo todos reímos.

–        ¿Qué no sería mejor que te llamaras Apollo?, cuestiona el Emperador.

–        No, Señor, yo me honro con llevar su nombre, aunque sea horrible; le dice mi joven hijo, defendiéndose.

–        ¡Pravus!, Tiberius, le dice el César, tú eres de los míos; el Senado nunca podrá con tan insistente verborrea.

Finalmente se acerca el más pequeño de los varones y en ese momento, cuando el adolescente está delante de él y antes de que empiece a hablar, Tiberio se levanta de su trono y le dice anticipándose al muchacho:

–        ¡Gallius de Garlla, es un inmerecido placer saludarle en persona!, y le toma su pequeña mano, jalándolo para estrecharle en su pecho; lo que por supuesto, nos ha dejado a todos estupefactos.

–        Gracias, Señor, pero el honor es mío, contesta mi hijo.

–        Como usted diga, Pequeño Gallius. Responde el César. Mucho, pero mucho tenemos que platicar los dos juntos; yo te llamaré a su tiempo.

–        Sí, Señor, le contesta el jovenzuelo.

–        ¡Verito!, mi querido amigo y compañero de batallas sin armas, en donde uno puede perder más que la vida; campañas en las que uno arriesga el honor.  Qué bueno que has llegado pronto y que has tenido el atino de traer la felicidad de toda tu familia; Iuppiter y Martis en vida te lo recompensarán. Me dice el César tomándome por los hombros.

–        ¡Divino Tiberio, soy un hombre con una inmensa deuda qué pagar!

–        ¡Vamos, que su Patris ha planeado todo tan bien, que llega a esta Ínsula de Capreæ para la cena!; dice de inmediato el hombre callando mi agradecimiento; y agrega: ¡No es casualidad su llegada a esta hora, todo está perfectamente planeado por el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, Patris de todos ustedes y gloria del Ejército Imperial!; y se nos adelanta mostrándonos con sus manos el camino.

 

No están presentes ni Claudio, sobrino del Emperador, ni Calígula, el heredero del trono; no es nada grave según el protocolo, pues la reunión ha sido considerada como estrictamente familiar; ellos estarán atendiendo asuntos de Estado en los otros palacios.  Todos no encaminamos con cuidado, guardando prudente distancia con Tiberio César, quien ha tomado de las manos a las más pequeñas y camina delante con paso lento, pero firme, en el amplio pasillo por el que nos conduce.  Todos admiramos la belleza de la decoración del lugar, en donde abundan las telas transparentes de todos colores que el viento no deja de ondular, con cadencia casi medida, entre las esculturas de mármol blanquísimo de dioses, divinidades y héroes; y lámparas con formas variadísimas que alumbran el camino a plenitud. También hay flores, muchas flores por doquier arregladas con exquisito gusto. El salón del comedor tiene dimensiones colosales; han colocado solo un triclinium con espacios tan amplios, que parecería que esperan a más gente; pero no, solo cenaremos el Emperador y los Garlla.  Inmenso privilegio.

 

En cuanto estamos todos en el lugar, Tiberio César, al centro del triclinium empieza a distribuirnos a placer: con él, solo Lili, a su izquierda, y yo al otro lado; a su derecha Julio, Minerva, Venus y Tiberio; a su izquierda Octavio, Vesta, Diana y Gallio.

–        Gallius, ¿nos bendices la mesa y los alimentos?, le dice a mi hijo; y el muchacho, como si ya lo hubiese preparado, inicia su oración:

–        ¡Bendícenos, Señor Dios!; has que seamos dignos de Ti; y bendice también estas viandas que nos regalas con tu infinito amor.

Sin ningún comentario, ante la admiración del momento de todos los demás, Tiberio, completamente calmado, nos invita a sentarnos.

–        Venus, ¿te gustan los sapos?, le pregunta a la más pequeña de mis hijas.

–        ¡No!, qué asco es eso; responde la inocente niña.

–        Pues eso cenaremos, le insiste Tiberio César.

–        Pues entonces no cenaré, contesta la criatura.

–        ¡Vaya pues, dice Tiberio César, yo pensé que sí les iban a gustar!; ¿Hay alguien a quien sí le gusten los sapos?, insiste el Emperador, ante el repudio de todos los demás. Bueno, entonces que cambien las viandas, ¿Vesta qué quisieras cenar?, pregunta él.

–        Yo quisiera pescado, dice la niña.

–        Pues pescado cenará la niña. Y tú, Diana, ¿qué quisieras cenar?, inquiere el paternal anciano.

–        Yo quisiera un buen trozo de carne como le gusta a mi Patis, dice ella.

–        Bueno, pues como nadie quiere, ¡solo su Patris y yo comeremos sapos!

La entrada de los sirvientes con los platones y charolas de viandas lujosamente adornadas, se produce al mismo instante del inicio de la música con alegres compases, al ritmo de los cuales se mueven los portaviandas; además, algunos de ellos portan luces que destellan incesantemente, dejando una estela de fragancias aromáticas muy agradables por toda la habitación.  Todo un espectáculo digno de nuestro Emperador, que nosotros disfrutamos con el honorable anfitrión; las tres pequeñas están emocionadas con la demostración, atentas a todo cuanto sucede, cuando de repente se oye el rugido de un gran león que traen dos hombres corpulentos dentro de una jaula; el animal es un ejemplar africano tan grande, que sería capaz de devorarnos a todos juntos si estuviese libre.  Los manjares despiden exquisitos aromas producto de su delicada preparación, y además de ello, nosotros estamos hambrientos por el largo viaje realizado. 

 

Frente a cada uno de los comensales han colocado un plato individual de plata finamente cincelada y pulida, en donde servirán los alimentos que degustaremos.  Hay un sirviente al frente por cada comensal con las charolas y platones y dos más atrás esperando servir en lo que pudiera ofrecerse. Todos estamos atentos a los movimientos que se producen en torno nuestro, cuando de repente el Emperador grita:

–        ¡Sapos, para Patis y para mí!, dice Tiberio César, volteando todos sin excepción para mirar; y de lo que se trata en realidad, es de ancas de ranas deshuesadas, con una salsa que despide un aroma que aumenta la saliva en la boca por la delicia del olor.

Una vez servidas las raciones, todos se retiran del centro del triclinium y nosotros empezamos nuestra cena maravillosa, primera en familia en Capreæ, Imperialis Insûla, ¡y acompañando al Emperador! 

 

Por la cara que tiene mi amada esposa Lili, que disfruta serenamente de su comida, puede saberse que está pensando los ingredientes que aquello pudiese tener y la complejidad para preparar tan suculentos manjares.  Por supuesto que también Tiberio César se ha dado cuenta, pues todo lo ha dispuesto para ella y su familia, por lo cual no pierde detalles en sus reacciones, y acercándose le dice:

–        Lili, tu solo disfrútalo, siempre habrá alguien que lo pueda preparar para nosotros.

–        Divino Tiberio, esto es más de lo que siquiera pude imaginar; le responde ella habiendo sido descubierta de sus preocupaciones.

–        Sí, le dice él para tranquilizarla, a mí me sucedió igual; y ríen los dos por la ocurrencia.

–        ¿Qué come Vesta?, pregunta Tiberio César, a mi pequeña hija.

–        Lancusta, Divino César, y está riquísima, le responde con ternura la niña.

–        ¿Y qué come el Magíster?, se inclina para preguntarle a Julio que no ha dicho una sola palabra.

–        Jabalí, Divino Emperador, está preparado con salsa dulce y en verdad es una delicia; le responde mi hijo.

–        No comas eso hombre, cuando estés en campaña en Germania te hartarás de él, ya verás; y ríe abiertamente.

Él apenas ha probado cualquier cosa y lo que más degusta son frutas y verduras frescas, señal de lo delicado de su salud.  Cuando todos estamos por servirnos el segundo plato, Tiberio nos advierte:

–        Dejen un espacio para los dulces, aquí son extraordinarios y a algunas diosas les encantarán; sigan mi consejo.

–        ¿Qué hay de dulces, Divino Tiberio, le pregunta Minerva, la más interesada en esas delicias.

–        ¡Oh, ya verás, pequeña diosa del hogar!, son una maravilla. Le  advierte; y después, dirigiendo su mirada a un lado de la joven, está Octavio a quien inquiere: – ¿Hemos estado bien con su comida, terratenientis?, ¿son suficientemente frescos los ingredientes?  Porque me han dicho que en Villa Garlla todo es magnífico.

–        Ni qué comparar, Divino Emperador, esto es como cenar en el cielo; responde el sonrojado hijo.

 

Las luces del salón disminuyen de manera repentina y se oye una flauta en solo con una exquisita melodía: en aros con fuego que portan varios hombres con sus astas a manera de estandartes, llegan los anunciados dulces.  Todos ellos comienzan a caminar en círculo en medio del triclinium, mostrándonos lo que se ha preparado y nos anticipa el César:

–        No sé que hayan ideado hoy, pero aquí a veces hacen lo siguiente: en un pequeño plato sirven una probada de todos y después, del que más les haya gustado, o de varios, no importa, les sirven su gran ración, que es acompañada con esas deliciosas infusiones de sabores diferentes que en el oriente llaman Té.

–        Precisamente así se hará Divino Emperador; le dice el maiordomus del palacio, como Haffed, en Novus Villa Garlla.

El deleite de las cinco mujeres no puede ser mayor, hay dulces de todos los estilos imaginables: de leche, de miel, de frutas; griegos, egipcios, gallos, hispanos; hay de todo y de todas partes.  Bien decía el César: “Dejen un espacio para los dulces. . .” y las bebidas también son sensacionales.  Hemos comido como en el Olimpo, según cuentan los Helénicos; y disfrutado aún más. 

 

Este hombre es extraordinario y excepcional, es magnus; puede ir de la fiereza del guerrero conquistador, a la dulzura del abuelo amoroso; puede ser firme y duro como una piedra de granito en una decisión de Estado y suave y condescendiente como la caricia de un tul ante los infantes que le rodean.  Eso es lo verdaderamente grande de Tiberio, su capacidad, facilidad y oportunidad de acción; difícil, muy difícilmente se equivoca.  Todo lo mide, todo lo planea, todo lo anticipa; nada le deja al asar, a la casualidad o a la inconsciencia.  Pero lo grande es que para cada quien tiene un tiempo; a nadie apresura si no lo debe; a nadie detiene si su proceder es correcto; a todos su tiempo, a todos su momento a todos su atención.  Yo he vivido junto a Tiberio Julio César todas esas formas; hoy agradezco a los dioses esta tan paternal que me ha demostrado; tan amorosa que nos ha hecho exclamar; tan atenta que pareciera él mismo ser otro.

 

Nos han retirado hasta el último vestigio de comida; han colocado toda clase de colchones, coxinum y almohadas, como dicen en Hispania; todo para que nos recarguemos a plenitud en los triclinium donde estamos.  Nuevamente la intensidad de la luz disminuye y estamos expectantes ante el próximo evento.  La música otra vez lleva el mando; de todas las partes del gran salón comienzan a salir esbeltas bailarinas y atléticos hombres con una multitud de objetos en sus manos: aros, telas vaporosas, cintas, pelotas, manivelas y muchas otras cosas.  Con pasos acompasados, unos a gran velocidad y otro lentamente, pero todos en ritmo, inician una serie de manifestaciones acrobáticas de mucha dificultad en la ejecución, pero con una gran precisión en los movimientos. 

 

La música apresura o detiene su cadencia e igualmente hacen los danzarines; todo avientan, todo mueven, todo dominan en sus manos, brazos y piernas; algunos hasta sus cabezas utilizan.  De vez en cuando, otros portando antorchas hacen malabares que son un prodigio de equilibrio.  A veces suenan de más los tamborileros y otras las flautas o bien las liras; y a todos los sonidos se aprecia un movimiento en compás riguroso.  Maestría, perfección, dominio; eso es lo que más se aprecia en el grupo de danzantes; quienes, al término de sus evoluciones reciben nuestros aplausos y expresiones de aprobación de sus evoluciones.  Todo muy digno del hombre más poderoso del mundo, Tiberio Julio César.

 

Las luces se vuelven a encender y todas las ventanas se descubren para apreciar que aún hay luz en el firmamento; entonces nos dice nuestro Divino Emperador:

 

–        ¡Garlla Romanum Familiae! ¡Sean todos bienvenidos a Capreæ, su nuevo hogar, en donde con Ustedes renacerá la vida en este lugar! ¡Que los dioses les dispensen dicha y felicidad y a nosotros nos den vida para disfrutarlas juntas! ¡Novus Villa Garlla les espera con ansiedad! ¡Bienvenidos, todos!

–        ¡Alabado sea el Señor Dios!; dice Gallio inmediatamente después de concluir Tiberio César, quien se voltea haciendo una reverencia y le dice:

–        ¡Âmên!

 

Todos estamos juntos de pié delante del Emperador para agradecer sus finezas y las inmerecidas atenciones que de su parte hemos sido colmados.  En ese instante, hace un ademán a Gallio llamándole a su lado, el cual el muchacho ejecuta de inmediato, parándose frente a él.  Tiberio se inclina para susurrarle algo en el oído, el adolescente asienta con la cabeza y se pone a la derecha del venerable anciano; todos quedamos como paralizados sin saber qué hacer.

–        ¡Que el Señor les guarde a todos!, nos dice; y voltea a ver a Gallio guiñándole un ojo, y éste sonríe tiernamente.

 

Cada uno pasa delante de él para mostrar su agradecimiento y despedirse de la mejor forma posible.  Las hijas más pequeñas están cargadas por sus hermanos mayores, de forma que el Emperador las acaricia a placer.  Todos le expresamos nuestros parabienes y gratitud, profundamente emocionados.

–        Verito, ya te habrás dado cuenta que tenemos entre nosotros a alguien muy especial, me dice el Emperador abrazando a Gallio.

–        Sí Divino Tiberio, le respondo, ya he tomado nota de ello.

–        Yo voy a platicar con este pequeño en tu ausencia, y cuando regreses de tu viaje, lo haremos todos juntos; te va a agradar la reunión al volver.  Ahora solo atiende la primera parte del “Christus Mandatus”, después lo demás. Me recalca el César.

–        Entiendo Divino Emperador, le respondo.

 

Todos esperan afuera en los carruajes raeda que nos han facilitado para llevarnos a Novus Villa Garlla, cuando salimos Gallio y yo; nadie es capaz de preguntar nada de nuestra brevísima y súbita ausencia.

 

La luz del Sol no se ha ido aún, las nubes color rosa con destellos amarillos y blancos le dan un fulgor sensacional al cielo, lo hacen ver como preparado para algo especial; el trayecto del Palacio Meridional del Oriente a Novus Villa Garlla – Capreæ es muy corto y nos ha dado la oportunidad de admirar la magnificencia del Templo de Martis y Neptunus sobre la derecha del camino:

–        Parece Roma, Veritelius, me dice Lili, con quien viajo en la raeda, en verdad este es un lugar privilegiado. 

–        Sí, lo es, le contesto.

–        Qué maravillosa bienvenida nos ha dado Tiberio César, realmente le ha dado mucho gusto que arribemos a este lugar.

–        Sí, realmente ha sido muy bella e inmerecida, además; le respondo.

 

Toda la mansión de Novus Villa Garlla– Capreæ está iluminada con antorchas, lámparas y pedestales que contienen mil formas de luces incandescentes; en la Fontis de Mercurius, están parados nuestros dos ejércitos, al lado izquierdo los sirvientes que se encarga de la operación del inmenso domus; y al lado derecho los Centuriones de mi escolta personal; toda esa gente sin la cual no funcionaríamos como es debido. Descendemos todos de los carruajes y de inmediato se presentan los dos ‘comandantes’ de cada ‘compañía’ destacada en la mansión:

–        ¡Ave César, Tribunus Legatus!, me saluda Tadeus.

–        ¡Ave César, Tadeus!, le respondo; ¿cómo está todo aquí?

–        Perfectamente, Señor, Haffed realmente conoce sus funciones y las lleva al cabo muy bien, me dice Tadeus.

–        Ammo, Ammita, sean ustedes bienvenidos a su nueva morada y hogar; es un honor recibirles y poder servirles; nos dice el maiordomus de la mansión con una marcada reverencia hacia Lili, que secunda todo su personal, de pié detrás de él.

–        Gracias Haffed, le agradezco su recibimiento; le dice Lili.

 

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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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