"EL BUEN SAMARITANO" (10)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

México, D.F., Septiembre 24 del 2015

 

10.- “PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO”

(Lc 10, 30 – 37)

“. . . Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto.  Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo.  De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. 

Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él.  Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.” ¿Quién de éstos te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Él dijo: “El que practicó la misericordia con él.” Díjole Jesús: “Vete y haz tú lo mismo.”

ACTOS DE PREPARACIÓN:

            Yo se que solo la inteligencia no me basta para comprender esto, por eso Señor, infunde en mí tu maravilloso don de la Fe, para que pueda abarcar en su totalidad tu mensaje, más aún, cuando me compromete tan cabalmente.

Que la Esperanza, Señor, mueva mi alma a la acción determinada y eficaz; que sea yo ‘luz del mundo y sal de la tierra’ como es preciso.

            Y que la Caridad me transforme desde lo más profundo de mi ser, para lograr ‘revestirme de amor, como vínculo de la perfecta unión’ contigo.

PETICIÓN:

            Señor mío Jesucristo, permíteme adentrarme en el valor de la Misericordia de tu Amor, no solo para entender, sino para realizar el bien que debo hacer.

EL TIEMPO Y EL LUGAR:

Sin duda alguna, Lucano ha escrito (de palabras de Jesús) la página más bella en la literatura humana, en cuanto al empleo de la misericordia. Toda ella está llena de significados muy profundos que merecen atención. 

Es el tercero y último año de la predicación del Señor; han iniciado el viaje a Jerusalén del cual ya no habrá regreso.  Estamos exactamente un mes antes de la última Pascua de Jesucristo. Todos, Apóstoles y Discípulos -incluidas las Santas Mujeres: María Madre, María Magdalena y María Cleofás-   van con el Divino Maestro en esta subida a la gran ciudad; pero se irán lentamente, pasando por los pueblos samaritanos que hay en el camino entre Nazaret y la Ciudad de David. 

Para este momento ya han dejado la Tierra de Galilea (y el Monte Tabor en donde se ha escenificado la Transfiguración), adentrándose en territorio de Samaria.  Cristo envía un grupo de setenta y dos discípulos (todos de dos en dos), para que le adelanten en los pueblos por los que pasará El Mesías.

Samaria es tierra de herejes, pues sus pobladores no son considerados como parte del Pueblo Escogido.  Y hay razón en ello, toda vez que esta gente desciende de los invasores que ocuparon las tierras de los reinos de Israel y Judá, durante el destierro a Babilonia.  Es en uno de estos lugares en donde un escriba judío increpa a Jesús acerca de lo que debe hacerse para ganar la vida eterna.

Jesús, como buen galileo, no da la respuesta que el interlocutor espera, a cambio,  responde con una pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley?”; iniciándose el diálogo que da como resultado esta magnífica parábola del Buen Samaritano.

LOS PERSONAJES Y ELEMENTOS:

El hombre asaltado, es la personificación de cualquiera que yo deba ayudar; sea familiar, amigo, conocido o simplemente alguien que necesita de mí.  En una palabra es mi prójimo, el más próximo a quien puedo, ‘a quien debo’, auxiliar.

Los salteadores somos todos; soy yo, cuando le volteo la espalda al prójimo, cuando hago como que no le conozco, como que no me entero de su situación, como que no es asunto mío ayudar o resolver sus inconvenientes. 

El sacerdote y el levita son aquellos que teniendo la obligación de ayudar, de mostrar compasión y actuar, solo son capaces de rodear, de dar la vuelta, de desentenderse del problema, de no hacer nada.  Pero también soy yo cuando me comporto como tales: irresponsable, ingrato e injusto.

Las trece acciones mencionadas por Jesús: “. . . llegó junto a él(1), y al verle(2) tuvo compasión(3) y, acercándose(4) vendó sus heridas(5), echando en ellas aceite y vino(6); montándole en su propia cabalgadura(7), lo llevó a una posada(8) y cuidó de él(9).  Al día siguiente, sacando dos denarios (10) se los dio al posadero (11) y dijo: cuida de él (12) y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva (13). . .” son muestra irrefutable de cuánto nos hemos de preocupar y ocupar del prójimo; de cuánta misericordia hemos de dispensar ante sus necesidades.

MEDITACIÓN:

Aquí estoy Señor, ante tus más contundentes palabras de misericordia.  Aquí estoy enfrentando mi desordenado y egoísta afán de ‘no meterme en lo que no me importa’, sino solo para hacer más fácil mi vida.  Cuántas y cuántas veces he leído esta hermosísima parábola; y sin embargo, siempre busco la salida para evitar el compromiso.  Pero no hoy, Señor; hoy quiero profundizarla, enfrentarla, hacerla mía; hoy quiero ceder mi voluntad ante tus consejos, que deben ser para mí forma de vida; quiero dejarme llevar hasta donde Tú quieras, sin importar lo que eso me cueste, lo que demande de entrega de mi parte.

Quiero sentir, reflexionar y asimilar lo que debió haber vivido en tu Divina imaginación, aquel ‘Buen Samaritano’ al que Tú diste vida para mejorar la nuestra; quiero, en una palabra, imitarte con mis acciones.

Es cierto que hoy vivimos un mundo de hedonismo y egoísmo en su máxima expresión; y esto, “hasta lo presumimos”.  Pero ya veo que el que Tú viviste Señor,  no era muy diferente al nuestro en lo esencial; tanto es así, que estas palabras tuyas son perfectamente actuales.  Ninguna de estas acciones me son indiferentes o extrañas; como tampoco lo son los personajes: los necesitados, los evasivos e irresponsables (en donde me tengo que incluir por el mucho bien que dejo de hacer), y finalmente, los compasivos y misericordiosos. 

Toda mi vida, el ámbito completo en el que me desenvuelvo, tiene mis propios ‘hombres asaltados’.  Yo conozco bien a esos necesitados de ayuda que claman por el ‘Buen Samaritano’ que esperan haya dentro de mí.    Están en mi familia, en mi trabajo, con mis amigos y entre mis conocidos.  Los puedo identificar a cada uno por su propio nombre; más aún, sé cuáles son sus necesidades.  Pero cómo me cuesta voltear a verlos, atenderlos, no evadirlos.  Los tengo solo por Tu Gracia, y como tal he de responderles.

Prójimo mío son mis padres, mi cónyuge, mis hijos e hijas, mis hermanos y hermanas, mis parientes; y mi familia política toda ella: mis suegros, mis cuñados y cuñadas.  Todos ellos son ‘prójimos familiares’.  Y me has dado muchos, Señor, para que no me desgaste buscándolos, sino que me consuma ayudándolos, cultivándolos.  A todos estoy obligado, en virtud de Tu Santo Nombre, a auxiliar hasta el límite de mis posibilidades, solo porque son Tuyos.  Claramente nos lo dijiste: “. . . cuanto habéis hecho con el más pequeño de los míos, conmigo lo habéis hecho. . .”; en lo bueno y en lo malo.

Prójimo mío son mis superiores y mis subordinados laborales; mis clientes y mis proveedores; y hasta mis competidores son mi prójimo.  Y también de estos tengo muchos, Señor, porque Tú así lo has querido; a ninguno de ellos tengo por mí.  Todos ellos me conocen por mi nombre y saben bien cuánto formas Tú, parte de mi vida.  Y por eso mismo he de responder diligentemente ante sus desavenencias.  Me saben tuyo, Jesús, porque también saben que eres mío, Señor.  Éstos, con más razón han de ver misericordia en mis actos, pues todos saben de nuestra amistad.

Y entre amigos y conocidos las cantidades se multiplican, Maestro, porque es Tu Voluntad.  ¿Qué he hecho yo para que me recuerden por mi nombre, si no es solo hablar del Tuyo, Jesús?  Qué claro me queda: lo bueno que soy, lo soy por Ti, Señor; y no solo por mí.  Más aún, sin Ti, nada soy.  Estos son ‘los prójimos’ que reclaman el testimonio, que están seguros de mi respuesta pronta y favorable, que no dudan de por qué Tú y yo somos amigos.  En ellos mis actos solo pueden ser como las trece acciones con que dotaste al ‘Buen Samaritano’: actos de misericordia y amor. 

Y así debe ser, ya que de forma contraria daría yo mismo lugar a la desconfianza, a la duda, a la murmuración; y no es para eso que soy tu siervo, Señor, sino para hacer Tú Voluntad.

Entiendo claramente Señor, que a veces soy yo el necesitado y que espero recibir al menos, un poco de auxilio.  Pero si eso es lo que siento, entonces he de buscarlo primero en Ti; invocarte para ser escuchado; pedir tu ayuda, para poder ayudar; rogar por tu misericordia para poder ser misericordioso.  Hacer como San Pablo: que ya no sea yo; sino Tú en mí.

FRUTO:

VOY A ESCRIBIR DOS PROPÓSITOS TANGIBLES Y ALCANZABLES QUE DEBERÁN CAMBIAR MI VIDA, A FIN DE SER UNA PERSONA CONGRUENTE ENTRE LO QUE ACABO DE APRENDER DE JESUCRISTO Y LO QUE DEBO HACER COMO UN DIGNO SEGUIDOR DEL SEÑOR.

1

2

ORACIÓN A MARÍA:

            Virgen Santísima, ganadora de la Misericordia de Dios hasta el punto de haber sido escogida como su Madre, intercede por mí ante tu Divino Hijo para que escuche mis ruegos y súplicas, a fin de que alcance yo las gracias de su bondad.

Por Jesucristo nuestro Señor.  Amén. 

PADRENUESTRO – AVEMARÍA

En el nombre del Padre + y del Hijo + y del Espíritu Santo.  Amén.

 

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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