"EL FARISEO Y EL PUBLICANO" (27)

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¡Alabado sea Jesucristo!


Ciudad de México, Enero 29 del 2016.


27.- “PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO”
(Lc 18, 9 – 14)

“A unos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola:
‘Dos hombres fueron al templo a orar, uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, de pie, hacía en su interior esta oración: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano; yo ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo’.
El publicano, por el contrario, se quedó a distancia y no se atrevía a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador’.
Os digo que éste volvió a su casa justificado, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.’”

ACTOS DE PREPARACIÓN:
Aprovechando la Fe, sustento mismo de nuestras plegarias al Padre, voy a animar todo mi ser para comprender la trascendencia que encierra el acto mismo de orar por el perdón de mis pecados.
Asimismo, con pleno uso del don de la Esperanza, mantendré firme el anhelo de ser escuchado por el Padre en mis peticiones por mí y por mi prójimo.
Y con la Caridad, me presentaré ante el Señor despojado de mis debilidades y consciente de mis culpas.

PETICIÓN:
Jesucristo, que nos manifestaste en muchas y variadas ocasiones el valor de la oración, permíteme lograr el tamaño de devoción que Tú quieres en mí, a fin de ser considerado como un “Hombre de Oración”.

EL TIEMPO Y EL LUGAR:
Jesucristo se encuentra en Jericó, en éste que representa su último viaje a Jerusalén. Está precisamente en la ciudad de los publicanos y los pecadores; la que tenía más gentiles que judíos, la “Pequeña Urbe” como la llamaban los romanos.

La sinagoga de Jericó era tan pequeña, que en la actualidad no hay ningún vestigio de ella. Era un lugar tan poco usado (en comparación con las plazas), que frente a ella había un cuadrángulo que podía ser utilizado para múltiples usos. Este día el Divino Maestro se encuentra allí; el pequeño edificio se ha llenado de gente, y el patio exterior también. Todos quieren oírlo; todos están deseosos de verle hacer algún milagro más, pues justo en la entrada de la ciudad ha sanado a un ciego recobrándole la vista. Pero Él tiene otros planes y empieza a enseñar con parábolas. Ésta es nuevamente contra los fariseos, sus permanentes inquisidores en las últimas dos semanas, que le siguen a todas partes.

LOS PERSONAJES Y ELEMENTOS:
El fariseo soy yo, cuando creo que le estoy haciendo un favor a Dios orándole. El publicano soy yo, cuando con un corazón contrito me dirijo al Padre pidiéndole perdón por mis pecados.

MEDITACIÓN:
A veces he llegado a pensar que en la actualidad la oración ‘es cosa de mujeres y sacerdotes’, porque los hombres comunes rezan poco y oran menos. Si esa es mi realidad de vida, entonces mi deber de cristiano es orar más; porque tengo que pedir por mí y también por mis hermanos, los hombres que no oran. Orar por otros tiene un doble valor: primero para el que ora, porque lo está haciendo; y luego por los que se reza, que no lo hacen.

La oración como principio, debe ser un acto de profunda humildad personal ante Dios. Por supuesto que la soberbia elimina hasta las mejores intenciones del rezo efectuado o la oración encomendada. No se puede esperar que alguien lleno de soberbia acceda al Padre en una súplica. Por eso el fariseo de la parábola no quedó justificado, porque fue engreído en su oración a Dios. Así pues, la primera actitud que debo tener en mi diálogo con el Señor es de contrición; Él, Creador, yo criatura; Él, Redentor, yo redimido; Él, Todopoderoso, yo necesitado; Él, Misericordioso, yo pecador. En pocas palabras, Su Voluntad, no la mía.

Sin estos primeros pasos de reconocimiento en mi oración, poco podré conseguir en mis peticiones, pues desde Jesucristo (en el “Padrenuestro”), quedó bien asentado: Dios es el Padre, yo solo un hijo. Por lo tanto, saberme pecador e implorar el perdón de Dios es fundamental para ser escuchado. Y no se necesitan palabras muy precisas ni frases muy elaboradas, lo que se requiere es hablar con humildad y con sinceridad.

Es cierto que tengo al alcance de mi oración la obra de los grandes místicos de la Iglesia, que nos han dejado todo cúmulo de meditaciones y rezos con una perfección teológica que yo no puedo alcanzar; pero Dios no quiere que yo solo lea y repita esas grandes oraciones cuando quiero estar en contacto con Él. El Padre lo que quiere es oírme a mí, escuchar mi alma, saber de mis intenciones y, ante todo, oír mis propuestas de enmienda, en razón de mis pecados. Porque si no es así, estoy siendo como el fariseo: ‘presumiéndole’ al Señor ‘lo bueno que soy’ y olvidándome de los pecados por los cuales debo pedir perdón.

La oración no es un asunto de cómo se dice, sino de qué se dice en ella. Ni siquiera cuentan las palabras, lo importante es la intención de las mismas. Por ello es verdad que “. . . de la abundancia del corazón, habla la boca. . .”, porque dependiendo de lo que hay en mi interior, es finalmente lo que diré.

FRUTO:
VOY A ESCRIBIR DOS PROPÓSITOS TANGIBLES Y ALCANZABLES QUE DEBERÁN CAMBIAR MI VIDA, A FIN DE SER UNA PERSONA CONGRUENTE ENTRE LO QUE ACABO DE APRENDER DE JESUCRISTO Y LO QUE DEBO HACER COMO UN DIGNO SEGUIDOR DEL SEÑOR.

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ORACIÓN A MARÍA:
Virgen Santísima, protectora inagotable de nuestras almas y medio infalible de nuestras peticiones, ayúdame a alcanzar el estado de gracia que tú lograste, para tener la dicha de hablar con el Padre y sentirme escuchado en mis plegarias.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

PADRENUESTRO – AVEMARÍA
En el nombre del Padre + y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,


Antonio Garelli


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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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