"EL HIJO PRÓDIGO" (21)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

México, D.F., Diciembre 10 del 2015

Año del Jubileo de la Misericordia

21.- “PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO”

(Lc 15, 11 – 32)

“Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.’  Y él les repartió la hacienda.  Pocos días después, el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.

Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad.  Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos.  Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.

Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!  Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti.  Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.’ Y, levantándose, partió hacia su padre.

Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.  El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.’  Pero el padre dijo a sus siervos: ¡Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies! ¡Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta!, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.’ 

Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.  Él le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.’  Él se irritó y no quería entrar.  Salió su padre y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!' 

Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.’”

 

(Por favor, date un tiempo largo para meditar esta parábola, de la cual el Padre Manuel Ignacio Pérez Alonso, S.J., mi amadísimo confesor, decía: “El Hijo Pródigo, es la página de la Literatura Universal más profunda y bellamente jamás escrita.”)

ACTOS DE PREPARACIÓN:

            Aprovechando la Fe, definida por San Pablo como “la seguridad de lo que se espera; la prueba de lo que no se ve”, voy a ampliar mis escasas posibilidades intelectuales para entender este mensaje del Señor.

Igualmente, con la Esperanza, que es “la aspiración infusa en todo cristiano al Reino de los Cielos”, pondré en orden mis anhelos de cara a Dios y su voluntad.

Y dado que “Dios es Amor”, la Caridad permitirá que me amalgame al Creador con toda la dimensión de mi persona para ser reflejo de su luz.

PETICIÓN:

            Permíteme Señor y Dios mío, captar la grandeza de tu amor, lo inmedible de tu misericordia y el valioso significado de mi permanencia en Tu Gracia para lograr mi salvación.

EL TIEMPO Y EL LUGAR:      

¡Qué maestría del Señor! Y qué bien que San Lucas no haya dejado pasar tan maravillosas palabras de Jesús, dejándolas registradas para la posteridad. ¿Cuántos pudieron haber oído ese día al Maestro?  ¡Benditos ellos!  Ahora somos nosotros, en cantidad superior a millones, los que nos hemos podido dar cuenta, ante todo, de La Misericordia de Dios.

Jesucristo va en camino al valle sur del Jordán, visitará Betania, la de Perea, allende el río, y Jericó, la ‘pequeña cosmopolita’, como la conocían los romanos.  La predicación del Señor ahora es escuchada con la infaltable presencia de escribas y fariseos (y no es que  ellos vayan a convertirse -aunque habrá algunos que sí-), para recabar ‘pruebas en su contra’ que usarán en el ya inminente ‘juicio’ al que quieren someterlo.  En esta ocasión debe haber muchos de estos ‘doctores de la Ley’, pues la parábola de Jesús es de un nivel cultural y teológico que solo podrían entender los muy versados de su tiempo; aunque no carece de la sencilla pedagogía del Maestro.

LOS PERSONAJES Y ELEMENTOS:

El padre de los hijos, es Dios. El menor de los hijos, el ‘hijo pródigo’, soy yo.   La hacienda (o herencia), son mis dones y es mi voluntad; el libre albedrío.  El país lejano, son las condiciones de pecado que se me presentan, y que yo mismo acepto, o que inclusive, hasta busco.  El hambre, es el estado de pecado en mi vida.  La decisión de regresar a casa, es el arrepentimiento; esa valiosísima oportunidad que tengo de volver a lo correcto, al bien, a Dios.  La casa del padre, es el estado de gracia; ese lugar del que nunca debo apartarme.  La recepción del hijo por el padre, es la Misericordia de Dios.  El hijo mayor, son las insidias del demonio por mantenernos en el pecado.

MEDITACIÓN:

Eso es el pecado, un lugar lejano de la Casa del Padre en donde hay toda clase de cosas repugnantes y desagradables (como los criaderos de puercos para los judíos, con que Jesús ejemplifica la parábola), de las que solo me doy cuenta cuando pongo atención a mi conciencia.

Pero me queda claro, casi nunca soy inconsciente del pecado; mejor dicho, casi siempre estoy consciente de cuando voy a actuar mal.  Hay muchas señales que me lo indican: primero, la Divina Providencia, que actúa categóricamente en mi vida a fin de que no peque; hace posible que me mantenga en ‘Estado de Gracia’.  La Providencia me hace recordar el bien aprendido, las buenas acciones que tengo como experiencia, e inclusive, la Palabra de Dios, acorde a mis necesidades de definición frente al pecado.  Dios no quiere que yo peque y por ello, siempre está al pendiente de mi comportamiento y de mis oraciones.

Otro medio que me ayuda a no pecar es el apego al bien común, que en medida de Cristo es muy sencillo: “Ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”, o bien, “No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti.”  Poner mis decisiones y acciones ante estos medidores o depuradores, siempre me ayudarán a no pecar, al menos intencionalmente.

No obstante lo anterior, San Pablo me enseña que soy “. . . materia caída en el pecado. . .” y que lucho constantemente contra la fuerza de la carne, que es más propensa a caer.  Y aún así, sabiendo que estoy mal, todavía me atrevo a pedirle a Dios que me ayude, ‘que me vaya bien en mis negocios, en mi trabajo’, solo para tener lo suficiente de recursos que usaré de mala manera.  En otras palabras, le pido al Padre “…la parte de la hacienda que me corresponde…” y me dispongo a vivir disolutamente, sin medida; pecando. ¡Claro que estoy consciente de mis actos! Actuando así, por supuesto que mis acciones tienden al pecado.  Y sin embargo, el Padre, siempre bueno, respeta mi voluntad, respeta mis decisiones.  Espera pacientemente mi arrepentimiento.

La vida en pecado da hambre de Dios; deja sedienta el alma de la indispensable ‘agua viva’ de Jesucristo.  De esto no me doy cuenta al principio, mientras inicio mis momentos de pecado, pero al cabo de permanecer en ellos, el vacío de  Gracia que esto produce ahoga la voluntad, socava la libertad e infecta la inteligencia.  Este estado de degradación personal solo lo revierte la contrición, que no es otra cosa que reconocerme pecador ante Dios.  Aunque claro, el Demonio también trabaja; y él hace lo posible por mantenerme en el pecado.

Pero allá, hundido en el pecado, cuando pienso “en la casa de mi Padre”, en la magnífica forma de vida que es la obediencia a Dios, se da el regreso del pecador; y es entonces cuando decido: ‘Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti.  Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.’  Arrepentido, soy de Jesucristo; engreído soy de Satanás.

El simple hecho de decidirme a ya no pecar, a salir de ese estado de miseria en el que me mantiene el pecado respecto de Dios, hace cantar de alegría a los ángeles en el cielo.  No importa cuánto me haya separado del buen camino, no importa qué tan profundamente haya caído; cuando volteo a Dios, cuando busco su perdón, hay fiesta en el cielo porque un pecador quiere volver a la senda de la rectitud, al camino de la salvación, a la comunión con el Señor.

Dios siempre quiere lo mejor para mí; Él permanece con los brazos abiertos para recibirme arrepentido y dispuesto a enmendar mis faltas; basta que yo quiera hacerlo.  La misericordia de Dios es infinita, pero es menester que yo me decida a gozar de sus beneficios.  Nadie me mete ‘a fuerzas’ al pecado; yo soy el que decide pecar.  Igualmente, nadie me sacará del pecado; yo tengo que decidir ya no seguir en él.  Cuando yo me inclino a pecar, el demonio y todas sus huestes se apresuran para que yo caiga; como que todo lo facilitan ante mi debilidad.  De la misma manera, cuando me arrepiento de mis acciones de pecado, el Señor y todos sus ángeles están a mi disposición para salir adelante.  Son mi voluntad, mi libertad y mi inteligencia (con la ayuda de Dios o no), las que me hacen estar en gracia o en pecado.

Y, aún así, cuando ya he decidido salir de mi humillante estado de pecado y he sido ayudado por Cristo para no volver a pecar, todavía queda el contraataque de Satanás por mantenerme alejado de la Gracia Divina.  Cuántas veces siento, después de haberme arrepentido, que no debí haber recapacitado, ‘que estaba mejor antes’, ‘que no era tan malo lo que estaba haciendo’.  Pues esos sentimientos y pensamientos, no son otra cosa que el disgusto del Demonio por mi regreso a la Casa del Padre, al sendero del bien y la verdad, al reencuentro con la felicidad en Dios.  Es posible que hasta de mis más queridos y allegados pueda oír comentarios adversos a mi decisión; hasta de ellos podré recibir desaprobación de mis actos.  Pero siempre habré de entender que Satanás está detrás de tan malévolas intenciones.  Él me quiere perdido, en pecado y sin esperanza; siempre querrá que viole la voluntad de Dios para ser parte de sus huestes, para mi perdición.

Lo infinito de la Misericordia de Dios en lo personal, radica en que siempre tendré oportunidad de acceder a ella para lograr mi reconciliación con el Señor.  Basta recordar las palabras de Jesús al respecto: “Así que os digo yo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.  Porque todo aquel que pide, recibe; y quien busca, halla; y al que llama, se le abre.”  A Dios le importa mucho el estado de santidad de mi alma.  A mí me debe importar aún más, pues solo estando fuera del pecado puedo lograr mi salvación.

Hoy ya lo sé (aunque también lo sabía antes), ‘El Hijo Pródigo’, lo es, solo porque tuvo la voluntad de arrepentirse y no volver a pecar.  Así quiero ser yo, dejar a un lado mis ocasiones de pecado y permanecer fiel a los designios de Dios.

FRUTO:

VOY A ESCRIBIR DOS PROPÓSITOS TANGIBLES Y ALCANZABLES QUE DEBERÁN CAMBIAR MI VIDA, A FIN DE SER UNA PERSONA CONGRUENTE ENTRE LO QUE ACABO DE APRENDER DE JESUCRISTO Y LO QUE DEBO HACER COMO UN DIGNO SEGUIDOR DEL SEÑOR.

1

2

ORACIÓN A MARÍA:

            Virgen Santísima, tú que nunca caíste en la tentación ni en pecado, ayúdame a fortalecer mi inteligencia, mi libertad y mi voluntad, a fin de que siempre desee estar cerca de tu Hijo y hacer su voluntad.

Por Jesucristo nuestro Señor.  Amén.

PADRENUESTRO – AVEMARÍA

En el nombre del Padre + y del Hijo + y del Espíritu Santo.  Amén. 

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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