EN FLORENTIA (camino a Roma) (5)

Posted on at


¡Alabado sea Jesucristo!

 

Ciudad de México, Abril 21 del 2016.

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(5)

EN FLORENTIA (camino a Roma)

Iunius XVII

Estamos arribando a Florentia a la primera hora de la segunda vigilia, en donde todavía hay una tenue luz en el firmamento.  Llegaremos directamente al cuartel en donde se realizarán los honores de bienvenida y la presentación de armas de los Centuriones de la Legión asentada en esta plaza.  Florentia es de particular interés para el Ejército Imperial, pues aquí se realizan las copias de los planos que se usan en la milicia como apoyo de las campañas de expansión; estos esquemas son realizados con observaciones directas efectuadas por los milicianos de avanzada, que, vestidos de civiles, incursionan en el territorio enemigo como simples viajeros o comerciantes, registrando la topografía del lugar, especialmente: ríos, arroyos y lagos; valles, montes, cerros y montañas; asentamientos humanos, si los hubiere; así como los abastecimientos naturales de alimentos y materiales; en fin, toda aquélla información que un General Legionario pueda necesitar para realizar sus incursiones con el mínimo de costos y, por supuesto, de bajas humanas.  El entrenamiento de todos los hombres en el Ejército Imperial es muy costoso, por eso, el bien más preciado de Roma son sus hombres.

–        ¡Ave Tiberio Julio César! ¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, me recibe con un grito estruendoso el General a cargo, Antonio Cardo, de Hispania, un fornido y chaparrón Legionario Romano.

–        ¡Ave César!, le contesto, desmontando del corcel, el cual toma de inmediato un ayudante.

–        ¡Tribunus Legatus, es un altísimo honor tenerle entre nosotros!, nunca por estas tierras llega alguien con tan alta investidura, me dice.

–        Aquí, General Antonio Cardo, la investidura del Ejército Imperial es usted, le respondo;  y espero que toda Florentia lo note así.

–        Es mi deber, Tribunus, y así lo hago.

–        Reporte sus novedades, le digo caminando juntos hacia mi habitación.

–        Todo en Pax Romana, Tribunus; la tropa cumple sus labores de adiestramiento, vigilancia y encargos especiales según nos asignan. Me responde gallardamente; agregando de inmediato: Mañana al medio día Tribunus Legatus, ha sido usted invitado a una ‘disceptación’ que tendrá lugar en “La Academia” con el Senador Toribio Cunes; el tema de la misma, será sobre religiones.

–        ¿Qué está usted diciendo, General  Antonio Cardo?

–        Esas son las palabras que contiene el mensaje escrito que he recibido hoy mismo en la mañana, Tribunus Legatus, me responde angustiado.

–        ¿Usted no sabe lo que es disceptar, General?

–        No Tribunus, no lo sé.

–        Es platicar o discutir sobre un punto, dando razones.

–        Gracias Tribunus Legatus, jamás se me olvidará, me responde.

–        Pero, dígame, le vuelvo a preguntar, ¿qué es eso de ‘La Academia’?

–        Tribunus, entiendo que es una especie de escuela griega en donde solo hablan y hablan; ya he estado en esas reuniones, pero no acabo por entender de qué se tratan.  Tienen un bellísimo edificio detrás de las colinas camino a Fisolus, en donde está el anfiteatro; parece un templo griego, pero es circular como si fuese romano; sin embargo, no tienen ninguna escultura de algún dios, ni realizan sacrificios de ninguna especie; solo hablan, preguntan y responden por horas.

–        Estudian filosofía, eso es lo que hacen. ¿Cuántos son y dónde viven, General Antonio Cardo?

–        Los que hablan son pocos; algunos vienen de otros lugares, como es el caso de mañana, en donde hay otros invitados junto con usted; pero los que escuchan, son decenas, Tribunus.

–        ¿Cuándo llegó el Senador Toribio?, le pregunto.

–        Está aquí desde hace cinco días, Tribunus.

–        Si hay un Senador, no es un asunto de religiones, es un asunto político y eso sí es preocupante. ¿Quiénes son los demás invitados?

–        Una sacerdotisa griega de Atenas llamada Sofía; un ‘shamán’ egipcio de Alejandría de nombre Hamed; y un fariseo levita de la ‘diaspora’, (ese lugar no sé dónde está, Tribunus), que se llama Misael y viene de Cafarnaúm de la Provincia de Judea; y nuestro Sacerdote Alphonsus.

–        La diáspora, no es un lugar, General, es una nación peregrina en muchos pueblos; así se llaman los israelitas que no regresaron a su tierra después de cautiverio en Mesopotamia.  Y el chamán, es un veneficus, un brujo.

–        ¡Ave César! Cuánta gracia de sabiduría ha recibido usted de los dioses, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla; definitivamente, como usted no hay otro. Se atreve el hombre a decir; y solo sonrío ante la sana admiración que ha mostrado.

–        ¿Qué pasaría si le dijera que mi estancia en Florentia es solo por esta noche, General Antonio Cardo?

–        También el Senador Toribio Cunes lo ha pensado como posible, y él ha dicho que le agradecería su estancia solo al ‘simposium’, Tribunus.

–        Simposio, General; es una palabra griega para conferentia, plática, reunión.

–        Gracias, Tribunus.

–        Bueno, pues no tengo opción; el asunto no es de religiones, es político y por supuesto que no me puedo ir estando un Senador aquí; más aún habiéndome invitado él mismo. 

–        También ha dicho el Senador, Tribunus Legatus, que se honraría de tenerle en la casa Domus Senate para su hospedaje.

–        No, eso no lo voy a hacer.  Me quedaré aquí en el cuartel.  Mañana iremos al lugar de la reunión; mi escolta vigilará el interior del edificio; usted encárguese del exterior del mismo y los accesos de vías y caminos.  Estoy seguro que asistirá mucha gente, General Antonio Cardo, por lo que deberá usted estar preparado para posibles tumultos; solo podrá entrar al edificio en número adecuado de personas, las sobrantes serán repelidas por mi escuadra, por lo que deberá usted impedirles el paso a los que quieran contraponer esta orden.  Lleve una centuria completa; armada, pero con varas para disuadir un grupo iracundo; las armas solo serán usadas hasta que caiga herido el primero de nuestros hombre.  ¿Ha entendido todo General?

–        Sí, Tribunus Legatus, sus instrucciones son bastante claras.

–        ¿Preparó usted algunos alimentos para esta noche, General?

–        ¡Por supuesto, Tribunus, por supuesto estamos preparados!

–        Están invitados los Jefes de Cohors y los Centuriones, cada uno de ello puede traer a su mejor soldado también.  Haga una sola mesa, a la cual nos acercaremos para tomar las viandas, que comeremos parados.  La cena es “Non memoria oscuratta est” (“Sin perder la conciencia”), y solo hasta el toque de la diana de la primera hora de la tercera vigilia.

–        ¡Ave César!, Tribunus, es usted una bendición de los dioses.

–        No General Antonio Cardo, no lo soy; mañana tendremos trabajo de campaña ‘ad intra’, y usted y sus hombres tienen que prepararse y estar en la mejor condición de guardia que puedan dar. ¿Entendió, General?, concluyo preguntando para que el soldado se preocupe.

–        Perfectamente, Tribunus Legatus, será un honor estar a sus órdenes.

–        Bien, solo un poco de aseo personal para que vayamos a cenar.

–        Le esperamos, Tribunus. ¡Ave César!, se despide golpeando su pecho con fuerza.

Si la responsabilidad más importante que tiene ahora el Ejército es conservar en paz las fronteras del Imperio, la obligación suprema del Senado es emitir las leyes necesarias, para que todos los pueblos que forman la élite de Roma convivan dentro de los cauces requeridos para la Pax Romana.  La jurisprudencia tiene que ir regulando todas las actividades de los ciudadanos, de los libertos y de los esclavos dentro de ámbitos de convivencia mutua; la producción, el comercio, el tráfico de personas, animales y mercancías; así como las actividades en sociedad deben estar contenidas en leyes, ordenamientos y decretos muy claros para su aplicación y cumplimiento.  Estas, y muchas otras acciones, son obligaciones insoslayables del Senado y el Ejército Imperial; es menester concordar en ello.

Suena el toque de la diana de la última vigilia; una centuria de hombres y dos escuadras de caballería, todos comandados por el General Legionario Antonio Cardo, se dirigen hacia la comunidad muy exclusiva de Fisolus, cruzando el Río Arnus, pasando las colinas del Poniente.  Éste es un lugar dedicado a las ciencias y las artes desde hace mucho tiempo, la gente que habita este lugar es singular en su actuar y son también diferentes en sus pensamientos; no son muy proclives hacia la milicia ni hacia la política, por lo que dos autoridades máximas de estos ámbitos, el Senador Toribio Cunes y yo, no seremos muy bien vistos.  Las habilidades personales para el manejo de multitudes serán puestas a prueba tanto en él como en mí. 

Una hora antes del mediodía, la gente comienza a llegar al lugar de la reunión; son, como yo lo había pensado, una gran cantidad de personas, todas diferentes al populus romano; en los colores de sus vestidos también se ve la capacidad económica que tienen: hay telas tan blancas como una nube cúmulus, tan rojas como el carmesí, tan azules como el Mare Nostrum y tan amarillas como el crocus de Iberia.  Todos portan pendientes, anillos, brazaletes y pulseras de oro con piedras preciosas incrustadas; han llegado de lugares tan distantes como Tarraco en Hispania, Parisn en Gallia, Cartago o Siracusa; también hay gente de Athenæ, Corinthus y Yerushalayim.  Por supuesto, hay venidos de Roma, Pompeii, Cirene y Alexandria; esta no es una reunión cualquiera, es un gran simposio.  El Senado debiera avisarnos sobre estas concentraciones; es obvio que de ésta no teníamos información suficiente, pues la presencia de guardias del orden hubiera sido inexistente si no me entero del asunto.

Las construcciones del lugar son singularmente desproporcionadas a las de Florentia; mientras aquí el espacio es mucho entre cada edificio, allá todo está más amontonado; aquí todo es mármol y cantera, allá piedra y madera.  Los jardines en este lugar son tan bellos como cualquier pincio en Roma, que en nada se parecen a las sucias calles de Florentia.  Cuando yo arribo, ya lo han hecho los religiosos invitados, solo falta el Senador Toribio que llegará aquí con sus tres guardias pretorianos asignados, que a éstos son a los que realmente quiero ver para darles mis instrucciones, pues son hombres capaces de muchas atrocidades en el uso de la fuerza. 

Finalmente ha llegado el Senador, con retraso, como ellos acostumbran; desciende del carruaje estilo raeda que le transporta y se dirige hacia mí, que  permanezco en el pórtico del edificio con mis hombres esperando su arribo.  Son tres sus guardias, los que, al notar mi presencia, saludan inmediatamente con los honores respectivos; les indico que solo uno pasará y los otros dos quedarán a la entrada junto con los de mi escuadra.  La puerta principal conduce a un pasillo hacia el interior; justo a la entrada, nos recibe el Sacerdote romano Alphonsus Pío ataviado con una toga pallium blanca, a la usanza de los antiguos pobladores Latinos de hace dos siglos, quien nos invita a ingresar al recinto.

La construcción es una copia del Panteón de Agripa en Roma, como edificación circular; solo que aquí tiene veinticuatro columnas exteriores con un pasillo circundante que remata en el amplio pórtico de la entrada.  Todo está cubierto de mármol blanco y esculpido en el más clásico estilo Corintio.  En el interior, hay un graderío de cantera amarilla con tablones de roble como asientos, que dan cabida a más de un millar de espectadores, acomodados de manera concéntrica a una plataforma que hace las veces de escenario.  El techo abovedado, recubierto con galerías de madera tallada, tiene es su cúspide una abertura que permite el paso de la luz solar, iluminando el lugar de tal forma, que no son necesarias las antorchas y candelas para el efecto.  Un recinto magnífico, ciertamente; y si es público, pertenece al Senado, no al Ejército Imperial.

En el círculo del escenario, que está cubierto con una gran carpeta de color púrpura que lo cubre casi en su totalidad, han colocado seis sillas solium para sentarse o reclinarse, una para cada invitado.  Los lugares están ya asignados, habiéndonos sentado juntos al Senador y a mí, lo cual desde muchos puntos de vista, no es lo mejor, así que espero a que todos se detengan delante de su solium y camino hasta el que está de frente a la entrada y lo más retirado del Senador; el de ese lugar es el Fariseo, por lo que no tengo problema de solicitarle el cambio, a lo cual él accede, afortunadamente.  El guardia pretoriano del Senador Toribio Cunes se coloca detrás de él y Tadeus, mi asistente, lo hace conmigo; el General Antonio Cunes permanecerá afuera. El Sacerdote Alphonsus Pío, es el más extrañado con el movimiento que acabo de provocar, pero con una mueca de amabilidad y asentando con la cabeza, le hago entender que de esa forma es mejor.  El hombre acepta, no sin mostrar su disgusto al respecto; supongo que el orden de disertaciones habrá cambiado de como él lo tenía planeado.  No importan esas pequeñísimas situaciones, lo que sí es realmente importante es la seguridad de los asistentes y que no nos tomen como un solo plano al Senador y a mí en las posiciones del debate que puedan presentarse durante la sesión.

Hasta antes de que nosotros hubiésemos entrado, las personas que se encontraban en el recinto habían sido amenizados con un grupo de músicos con flautas y liras; además me doy cuenta de que a todos les han regalado flores de la estación.  Cada vez estoy más intrigado de hacia dónde se dirigirá todo este asunto y cuál es la razón de la ‘insistente amabilidad’ del Senador Cunes.  La audiencia son hombres y mujeres jóvenes, maduros y muy pocos ya mayores.

Apenas pasa del mediodía, cuando se oye el redoble de un tamborín y el agudísimo sonido de un triángulo; acto seguido, el Sacerdote Romano Alphonsus Pío dirige sus palabras a la concurrencia:

–        ¡Los dioses de todos las cultos nos honren con su presencia en este lugar!, empieza diciendo, ¡sean todos ustedes bienvenidos a esta primera gran celebración teocrática, en la ya larga existencia de nuestro amado Imperio Romano! ¡Ave Tiberio Julio César! 

–        ¡Ave César!, respondemos todos a coro.

–        Me alegra mucho contar con la presencia de todos ustedes y de nuestros reverendísimos invitados, continúa el Sacerdote Alphonsus Pío, quienes por diversas fortunas divinas han podido reunirse con nosotros; se los presento a todos y cada uno de ellos: la Sacerdotisa de Culto Helenístico y consagrada a la devoción de Palas Atenea, ¡Sophía de Hellas!, dice levantando la voz y arrancando los aplausos del auditorio.

–        El Fariseo de culto Hebreo-israelí, ¡Rabbuni Misael de Cafarnaúm!, vuelven los aplausos; (ese era mi lugar; lo cual quiere decir que después de la sacerdotisa, yo sería presentado en primer lugar de los hombres invitados –creo que le acabo de hacer un gran favor al Sacerdote Romano Alphonsus Pío, pues hubiera presentado a ‘los dos de casa’ juntos, antes que a los demás invitados – sin quererlo, fue bueno el cambio hasta para el protocolo). 

–        Nuestra siguiente celebridad es el honorable miembro del Senado Romano, ¡Senador Toribio Cunes, digno representante del pueblo y del sentir de Roma!, aquí hay hasta expresiones de alegría con ¡Ave Senatus!, y continúa.

–        Desde la amadísima ciudad hermana de Alejandría, en Egipto, el Chamán Hamed, quien prodiga las virtudes del culto de Horus, dios de la luz y la bondad. Solo aplausos, y muy escasos.

–        Y asistiendo a título personal, sin representación oficial, hombre de las confianzas de nuestro queridísimo Ejército Imperial y del Emperador, el Divinus Tiberius Iulius Cæsar, se encuentra con nosotros el ¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!  Me levanto de mi asiento y con una reverencia simple agradezco los aplausos y el estremecedor ¡Ave César!, ¡Ave César!, ¡Ave César!, que retumba en el lugar.  Aquello parece un pequeño Circus en Roma. 

–        Como todo ustedes saben, continúa diciendo el Sacerdote Romano Alphonsus Pío, este simposium tiene por objeto exponer las posibles conveniencias e inconveniencias que significaría el hecho de llegar a TENER UNA SOLA RELIGIÓN EN EL MAGNO IMPERIO ROMANO, de manera oficial, en donde estuvieran incluidas todas nuestras divinidades, cultos y costumbres, lográndose el anhelo ecuménico que corresponde a nuestra cultura.  Roma siempre ha sido consciente de la universalidad de los pueblos, pero tratándose de un asunto tan importante como legislar, comercializar, transitar y convivir, creemos de suma importancia ‘oficializar’ un único culto a todos los dioses.  Los gritos y aplausos son realmente ensordecedores. Si de esto se trata, yo no tengo nada qué hacer aquí. Esto puede durar días y días; y estoy seguro que no habrá consensus. Solo me quedaré a la exposición del Fariseo Judío, de ellos sé realmente poco; los demás ya sé que van a decir; espero que él no sea el último. Y continúa Alphonsus Pío.

–        Iniciaremos en orden de antigüedad de cultura; le pido al Chamán Hamed, de Alejandría, Egipto, que dé inicio a estas disertaciones. (Es correcto que sea él, pues dentro de los ámbitos del Imperio, los egipcios son los más antiguos; pronto incluiremos en nuestro vasto territorio algunos anteriores: La Mesopotamia.  Esto significa que el siguiente después del egipcio, será el Rabbuni Misael, pues los Hebreos son anteriores a los Helénicos. ¿En qué lugar me habrá tocado a mí?, espero ser antes del Senador Toribio Cunes, pues ese hombre puede hablar por días completos; y ni hoy (ni nunca), tengo tiempo para oírle.

–        Todos somos hijos de la luz; –empieza diciendo el Chamán Hamed, porque la luz es la que otorga la vida.  Sin ella nada existe, o en su defecto, lo que existe es nada.  Las tinieblas y la oscuridad son el ámbito de la desolación y la muerte; nada producen ésas, solo destruyen.  La luz es producida por el Sol, nuestro magnífico dios Ra; creador y regidor del universo. La luz está contenida en sí misma por el supremo dios Horus; que a la vez es el cielo y la bondad.  La luz lleva al cabo su indispensable función de reproducción en el universo, con la invaluable acción del dios Amón, que junto con Ra, es el padre de todos los dioses, creador de los hombres, los animales, las plantas y todo lo que existe.  Ésta, es la trilogía fundamental del mundo, la que ha dado la vida a todo cuanto hay: Horus – Amón – Ra, ésta debe ser la base de nuestra Religión de Estado en el Magno Imperio Romano, como ya lo fue miles de años antes de nosotros en Egipto, como lo es hasta nuestros días.  Muchos otros dioses hay, y muchos otros se nos manifestarán todavía, pero todos serán hijos de Horus – Amón – Ra, porque ellos son la luz, su nacimiento y su contención. Sigue con su explicación el Chamán Hamed, en perfecto Latín, con lo cual todos podemos entenderle; el hombre sin lugar a dudas en muy culto y capaz de convencer con sus argumentos.  Finalmente, concluye diciendo: Mis muy amados ciudadanos romanos, de lo que me honro, pues también yo lo soy, la Religión de Estado es el sentido más intenso de identificación colectiva que puede existir, ya que no es producto de los hombres, sino don de los dioses.  Por ello, sí es un hecho que debe ser legislado y aplicado a la vida civil, militar y religiosa del Magno Imperio Romano; pero no está en nosotros su triunfo, sino en el deseo de los dioses.  Por lo tanto, si lo hacemos, estaremos siendo parte del bien para todos; si no lo hacemos, nosotros mismos estaremos exceptuándonos de tan glorioso privilegio, dejando la oportunidad a otros, pues la Religión de Estado compete a los dioses, no a los hombres.  Les Bendigo a todos.  ¡Al César he hablado!, ¡Ave César!

–        ¡Ave César!, respondemos todos ante tan imprevista y cordial despedida del orador.

Los aplausos y gritos de emoción de los asistentes, en nada corresponden a la bienvenida original que se le brindó al Chamán Hamed, pero sin lugar a dudas, su disertación ha arrancado emociones más encendidas de los asistentes.  Yo estoy de acuerdo con él: hay cosas divinas y cosas humanas; cuáles son cuáles y cuándo deben ejecutarse, es el gran dilema de los hombres.  Me pregunto cómo se llamará Martis en esa Religión de Estado que propone el Chamán Hamed; cómo se llamarán Iuppiter y Minerva y todos los demás.  Las felicitaciones personales al Chamán por parte de los invitados han terminado e igualmente en el auditorio, la calma ha regresado; nuestro conductor, el Sacerdote Romano Alphonsus Pío, toma la palabra:

–        Muy agradecidos estamos todos con su valiosísima intervención, Chamán Hamed, tomamos nota de su posición positiva respecto de la Religión de Estado. Les recuerdo a todos que las manifestaciones de júbilo o desaprobación están prohibidas durante la exposición del invitado; éstas solo se podrán hacer cuando concluya su intervención.  Ahora, vamos a continuar con nuestra reunión en donde toca la participación del Fariseo Judío, el Rabbuni Misael de Cafarnaúm, de nuestra amada Provincia de Judea.

–        Le agradezco, Sacerdote Alphonsus Pío; comienza diciendo el Rabbuni, quien, como yo pensaba, es el segundo orador. “Yo Soy el que Soy”, la forma en que Dios quiere que nos refiramos a Él, ha dicho: “No tendrás otros dioses delante de mí, ni a ellos adorarás ni ante ellos te postrarás. Solo a mí rendirás culto.”  Hace tres mil años Dios decidió ‘hacer su propio pueblo’; y lo comenzó escogiendo para ello al Justo Abrám, el único que fue agradable a los ojos de Dios, quien era de la tierra de Ur de los Caldeos.  Éste, que fue nuestro primer Patriarca, creyó en Dios cuando le dijo: “Vete de tu tierra y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré.  De ti haré una nación grande y te bendeciré.  Engrandeceré tu nombre, para que seas tú una bendición.  Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan.  Por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra.”  Así ha hablado Dios a nuestro Padre Abrám.  “Yo Soy el que Soy” es el creador de todas las cosas; “. . . en seis días creó Dios el cielo y la tierra y todo cuanto hay en ella. . .” dice el Gran Libro de nuestros Padres, la Torá o Pentateuco, que se empezó a escribir hace dos mil años y que se conserva entre nosotros desde la antigüedad.  Dios bendijo a Abrám con Isaac, a Isaac lo bendijo con Jacob y a Jacob con sus doce hijos, que son los hijos de Israel, que es el pueblo escogido por Dios.  Sin embargo, este pueblo a veces ha desobedecido a “Yo Soy” en sus mandatos y ha dejado que sea maltratado por otros pueblos, porque el Señor nuestro Dios nos ha castigado; como fue el caso hace mil quinientos años, cuando nuestros antepasados eran esclavos en Egipto y de donde Dios lo libró con una gran demostración de poder con las diez plagas contra el Faraón; para fundar la nación prometida, en la tierra prometida y dejar evidencia del cumplimiento de la promesa hecha a nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob.  Y hablo la verdad, pues de lo que digo hay evidencia histórica en los templos y tumbas egipcios. (El disgusto por las palabras del Fariseo, no se oculta en la persona del Chamán Hamed, quien no deja de moverse incómodo en su silla o sollum. Pero el Rabbuni continúa).  O como hace seiscientos años, cuando por la desobediencia e iniquidad de nuestros padres, fuimos llevados como esclavos a Babilonia, hasta el día de la liberación por el decreto de Ciro el Grande, Rey de los Persas; y volvimos a nuestros territorios, la tierra conocida como Canaán. (Para este momento de su narrativa no hay quien se sienta agredido, pues nadie de la Mesopotamia ha sido invitado).  Y hace trescientos años, con la dominación helenística que se extendió por todos los pueblos, arrasando con la espada y con las palabras nuestras costumbres y nuestra cultura, en pos de la razón y no de la teocracia.

–        ¡Un momento, Fariseo Misael!, interrumpe la Sacerdotisa Sofía, la ateniense, no estamos aquí para una clase de historia del pueblo judío; sino para, ecuménicamente, decidir si conviene o no una Religión de Estado en el Gran Imperio Romano. (Ésta no se aguantó y rompió las reglas del debate, pues estaba muy claro que no debería interrumpirse al orador.  El Fariseo ni siquiera voltea a ver a su increpadora, y solo mira al Sacerdote Alphonsus Pío, esperando que intervenga.)

–        ¡Orden!, ¡Orden!, ¡Orden!; grita con desesperación el Sacerdote Romano, pues toda la concurrencia habla, grita y lanza improperios contra el Rabbuni.  ¡Les pido a todos su silentium et ordinis! No dejemos que la barbarie se apodere de nosotros, gente culta y digna del Imperio Romano.  Habrá tiempo para las contraposiciones y los debates, pero en pleno uso de nuestra cultura, como gente civilizada.  Por favor Rabbuni, continúe. Con esas palabras, la calma vuelve.

–        Israel no puede dejar sus creencias y sus costumbres, continúa el Fariseo Misael, pues hacerlo sería desobedecer nuevamente a Dios, y su castigo caería sobre nosotros.  La Ley y los Profetas de nuestro pueblo, siempre han sido inspirados por Dios; sus palabras están llenas de verdad y sus mandatos se cumplen irremediablemente. Todas las calamidades de Israel han sido profetizadas por los hombres de Dios: Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel; por poner un ejemplo,  todos han hablado por boca de Dios.

–        Dime, profeta, ¿quién profetizó qué les pasaría con los Romanos?, interrumpe abruptamente una voz tan fuerte que parecía la de algún hijo de los dioses.

–        Daniel.  El profeta Daniel lo asienta en la interpretación del sueño de Nabucodonosor; contesta de inmediato el Fariseo, que cada vez me intriga más con sus conocimientos de algo que yo no sé prácticamente nada.  Y continúa el Rabbuni:

–        Desde hace más de cincuenta años, tenemos la “estancia por acuerdo”, de tropas del Imperio Romano que ayudan a mantener el orden; ciertamente no lo consideramos una invasión, pues nuestra nación nunca ha estado en guerra contra Roma, pero deliberadamente tener que aceptar una Religión de Estado diferente de la que ya tenemos en Israel, sería inadmisible para nuestro pueblo.  Una actitud de parte del Gobierno Romano prohibiendo nuestra religión y costumbres, sería considerada altamente hostil, más aún si se tiene en cuenta que nosotros pagamos muy altos tributos por ello.  Ya en otros tiempos nuestra nación ha sufrido esos improperios, con el Imperio Selúcida, por ejemplo; y lo único que ellos lograron, fue darnos a los Héroes Macabeos.

En este momento interrumpo mi atención al discurso del Fariseo Misael de Cafarnaúm, para escribir una nota que dice:

Florentia, Iunius XVII, del

 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

           

            Honorable Tribuno Aurelio Sueto:

                       

            Le saludo desde Florentia, en donde participo junto a su colega,

            el Senador Toribio Cunes, en un simposio para deliberar sobre la                                    conveniencia de una Religión de Estado en el Imperio Romano. 

            Le agradecería facilitarme cuanto documento exista en la

            Biblioteca del Senado acerca de  “Los Macabeos”, de Israel

            (Provincia Romana de Judea). 

            En mi estancia en Roma me daré el gusto de saludarle personalmente.

 

                                                                                  ¡Ave César!

                                                           Tribunus Legatus Veritelius de Garlla

 

Llamo de inmediato a mi asistente Tadeus, que está detrás de mí, y le ordeno:

–        Asigne a su mejor hombre para que entregue de inmediato esta misiva en Roma, no requiero respuesta inmediata; pero él deberá regresar con nosotros a Perusia o Terni.  Ah! Tadeus, en este momento no haga honores, ni me salude, ni se despida; discretamente salga, entregue la nota y regrese aquí mismo.

–        . . .

Ni una sola palabra dijo el buen soldado; debió haberle costado mucho trabajo lograrlo, ya que esto es algo que se convierte en instinto de tanto hacerlo.  Para cuando me reencuentro con el público, el Fariseo sigue lidiando con los presentes y sus interrupciones, en razón de sus planteamientos sobre los inconvenientes de la Religión de Estado y sus impedimentos para dar cumplimiento a cualquier ley que sea emitida al respecto.  Le oigo decir:

–        El Señor nuestro Dios está por encima de cualquier mandato humano; todos los Israelitas sabemos esto y estamos dispuestos a vivirlo en nuestra propia persona; esto es, estamos dispuestos a morir si fuese necesario. Muchos mártires conocemos por esta razón, los más grandes Ananías, Misael y Azarías, en tiempos del Profeta Daniel, a quienes el Ángel del Señor salvó del horno en done iban a ser quemados vivos por Nabucodonosor en Babilonia.

–        Y tu Dios ¿todavía les habla, Rabbuni?, vuelve otro a interrumpir y el Fariseo imperturbable le contesta:

–        Sí, ciudadano romano, todavía nos envía señales muy claras.  Déjenme decirles cómo ha intervenido el Señor en esta reunión.  Cuando yo fui invitado, sabía que seríamos cinco los participantes; sin embargo, somos seis, porque aprovechándonos todos de que el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla pasaba por Florentia, fue invitado sin dar aviso a ninguno de los convocados a este simposium; lo cual, ‘desde el punto de vista del Derecho Romano, no es justo, pues las partes no lo habían convenido’.  Y aquí hay dos signos muy importantes que para mí son clara manifestación de Dios.  Cinco personas colocadas en un plano como puntas de una estrella, dan el siguiente signo: una estrella de cinco puntas, como un pentágono.

–        Y éste, es un signo que para nosotros significa un anuncio luminoso de muy buena aceptación; pero finalmente fuimos seis; y si hacemos lo mismo con las personas, colocarlas como puntos de una estrella, el signo sería el siguiente: una estrella de seis puntas, como un hexágono.

–        Que es el signo de la Estrella de David; lo cual significa para mí que el anuncio luminoso viene directamente de Dios. ¡Pero hay algo más importante aún! ¡Quien cambió la forma de la estrella es el Tribunus Legatus, lo que significa que será él el que reciba el mensaje luminoso del Señor! ¡Para mí está tan claro como la geometría y razones suyas sobre cálculos y posibles usos; ¡Para mí esto es una manifestación Divina en un Gentil, no en un Judío!!

–        ¿Sabe usted Tribunus Legatus qué encomienda lo lleva a Roma?

–        No, le respondo más sorprendido que indispuesto.

–        Pues entonces tome todo esto como un signo claramente descifrado para usted, por alguien a quien usted nunca debió haber conocido; a mí, un fariseo del pueblo Judío al que Dios ha cruzado en su camino en el momento exacto, en el lugar exacto, para el asunto exacto.  Esos son los signos y esos sus significados; así habla Dios y sí. . . ¡Todavía habla para que le escuchemos, Ciudadanos Romanos! Termina el Rabbuni con un tono de voz fuerte, determinante y seguro.

El silencio en el recinto es abrumador, todos hemos quedado impactados con la explicación que el Fariseo nos ha dado y la cantidad de ‘signos’ o ‘significados’ que hay encerrados entre tantas ‘coincidencias’.   Los más impactados son los religiosos, quienes, estupefactos, no logran asimilar el acontecimiento.  Tratando de retomar el asunto y el simposio (que a él tanto le interesa), el Senador Toribio Cunes toma la palabra, diciendo:

–        ¡Ciudadanos Romanos! Sin lugar a dudas el momento ha sido por demás emocionante e inolvidable; sugiero a todos que tomemos un receso para degustar los alimentos que amablemente han puesto a nuestra disposición en el pórtico y pasillos exteriores de este recinto; y regresemos a nuestro simposio al toque de las trompetas de aviso.

Es lo más cuerdo y oportuno que le he oído decir al insoportable político.  Yo ya tuve suficiente, así que partiremos de inmediato hacia nuestro destino: Roma.  Me despido de todos los invitados argumentando la necesidad de mi urgente llegada a la Urbe, lo cual todos parecen entender; no sé si por lo que ha ocurrido con el Fariseo Misael de Cafarnaúm, o simplemente porque comprenden que debo partir.  A este Rabbuni nunca más lo perderé de vista en mi vida; a partir de hoy, como tanta otra gente que existe así ya, este hombre estará vigilado por el resto de sus días para bien del Imperio.  Él no lo sabrá, pero yo estaré informado cada vez que lo necesite de: qué ha hecho, cuándo lo hizo, con quién lo hizo y dónde lo hizo; algunas veces hasta sabré qué dijo o qué le dijeron. 

Dos de nuestros hombres se quedarán como in vestigatoris del Fariseo Misael de Cafarnaúm; a partir de hoy son emissarii del Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, con comanda, asignación, sello lacrado y firma mía.  No se sabe a dónde irán ni cuándo regresarán; son solteros, no dejan familia que extrañar.  Serán gemellus uno del otro; si uno fuese herido de muerte, el otro podrá informarme desde cualquier puesto militar del acontecimiento y allí mismo será provisto de otro compañero que él escoja para ser acompañado.  Si los dos muriesen, yo sería informado de inmediato por el Centurión o el Guardia Pretoriano que haya sido notificado del deceso de los hombres.  Todos mis hombres saben desde hace diez años, cuando fui nombrado Magíster Legatus en Galia por Tiberio Julio César, que esta eventualidad les puede ocurrir.  Nada de ello es malo, pues continúan en el Ejército Imperial, bajo mi mando, sumando años de servicio en la milicia y con una muy buena paga desde el momento en que yo les comisione.

Estamos a tres horas del inicio de la primera vigilia, lo cual significa que podremos llegar a Perusia en ocaso de verano, esto es, con luz en el firmamento.  Nos despedimos efusivamente de nuestros soldados que he asignado como emisarios, deseándonos todo cúmulo de parabienes.  Son Ícaro y Galo, solteros, diestros y confiables, nada mejor se puede pedir.  Ellos empiezan su comisión exactamente en ese instante; les proveo de suficientes ‘aureus’ para su manutención y les recuerdo nuestra máxima: “Ad Imperator, sempre fidelis”.  Esa es la vida del Legionario Romano: siempre ser fiel al Emperador; los traidores no duran mucho, ni en el Ejército Imperial, ni con vida.  Nos dirigimos al cuartel lo más rápido posible, solo para cambiar caballos frescos que resistan la jornada a galope de tres horas; no habrá tiempo para comer y solo lo haremos hasta arribar a Perusia.  Me parece que es bueno el ayuno, hasta nos conviene; en los últimos días hemos comido muy bien, y la verdad, demasiado.

Perusia es una de las ciudades etruscas más antiguas que existen; en la conquista que la República hizo de ella, hubo necesidad de destruirla casi en su totalidad, pues sus pobladores hicieron del lugar el último bastión de Etruria contra Roma. ¡Trescientos años ha de eso! Ahora ya se sienten romanos. Debo decirlo: Perusia es una ciudad más antigua que nuestro querido Mediolanum; solo que éste, nunca ha sido destruido, siempre está en construcción solamente.  El lomerío de estos lugares otorga terrenos excelentes la siembra de verduras y vegetales; así como para la crianza de ganado bovinus, y con ello todos sus derivados, especialmente la leche y los quesos que se producen en grandes cantidades; para la Gran Urbe, éste es uno de sus centros de abasto de alimentos más importante.

Desde el punto de vista militar, Perusia cuenta con una posición estratégica muy importante para Roma, pues está a la mitad de los mares Adriaticum y Thyrrenum a la altura de Ancona y Orbetus; una línea de contención excelente al Septemtrio de la Urbe.  Igualmente, de arriba a abajo de la península, Perusia es la mitad donde todos los caminos convergen. Los abastecimientos de hombres y armas pueden darse desde los dos mares o desde la misma Roma; y sus estrechos pasos en el principio y final de los valles del Río Tiberis, dan oportunidades naturales para el desarrollo de batallas o enfrentamientos armados.  La plaza tiene un gran bastión del Ejército Imperial, más de cinco Legiones Romanas, cada una con su Magíster o su General, con uno de ellos como primus pilus de todas las fuerzas allí asentadas.  Son también campamentos de reclutamiento y entrenamiento de triarii, los nuevos soldados que son adiestrados en el manejo de las armas y las estrategias de batalla de la milicia romana. 

Para nuestros próceres del Imperio, Julio César y Augusto César, Perusia siempre fue prioridad; de igual forma lo es para Tiberio César hoy día.  Aquí hay gente tan formada en el ‘arte de la guerra’, que son asignados como adiestradores de tropas en las ciudades más importantes de las Provincias; Gobernadores, Generales Magíster y hasta Tribunus, nos afanamos por conseguir de estos valiosos elementos del Ejército Imperial Romano.

La cabalgata ha sido extenuante, hemos recorrido seiscientos cincuenta estadios, una jornada a trote sin descanso; galopamos en los valles y trotamos en las subidas de las lomas para conservar los caballos y finalmente lo hemos logrado: llegamos a Perusia al inicio de la segunda vigilia.  Estamos hambrientos, exhaustos y terriblemente sucios de barro y sudor; es tiempo de relajarse y descansar, mañana saldremos hacia Roma sin descanso.

+ + +

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

También me puedes seguir en:

www.demilagrosydiosidencias.blogspot.mx

Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



About the author

160