EN PERUSIA (camino a Roma) (6)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

Ciudad de México, Abril 28 del 2016.

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(6)

EN PERUSIA (camino a Roma)

Iunius XVIII

Aquí escogeré mis Centuriones para reemplazar a los emissarii asignados al Fariseo Misael de Cafarnaúm, en este lugar hay la clase de hombres que necesito; además, el General Legionario Remo Bini que funge como primus pilus aquí, fue uno de mis hombres en Hispania, en las batallas contra los aguerridos castros, al noroeste de Iberia.  Lo que voy a solicitarle también es bueno para él como comandante, ya que podrá estar orgulloso de que dos de sus hombres sean requeridos por un superior para su propia escuadra personal; estos ascensos son muy raros en el Ejército y cuando se presentan siempre son bien recibidos por todos, es una cuestión de curriculum que se debe aprovechar.

La mayoría de la tropa está ya en descanso a nuestro arribo, a excepción de aquéllos que están en prácticas nocturnas; sin embargo, el General Bini está en vigilia esperando nuestra llegada.  Nos saludamos efusiva y respetuosamente, como corresponde a dos Altos Mandos del Ejército; comentamos los pormenores del viaje y los últimos acontecimientos.

–        La mesa está servida para ustedes, Tribunus Legatus; yo mismo he ayunado para degustar juntos las viandas preparadas para tan especial ocasión; solo cenaremos Usted, sus hombres y yo, si le parece, me avisa atentamente sus planes.

–        Le agradecemos sus consideraciones General Bini, pues estamos ferozmente hambrientos; no hemos probado bocado desde la mañana.

–        ¡Vayamos, pues, que la carne, el queso, el pan y el vino nos esperan!

Buena comida, buen vino, buena compañía y buena plática; qué más se puede pedir.  Las conversaciones se han alargado los asuntos tratados han ido desde cuestiones de Estado hasta simples anécdotas, pero ya ha sonado la diana de la tercera vigilia, por lo que apenas tendremos tiempo de descansar para salir muy temprano hacia nuestro destino final: Roma.

–        General Remo Bini, es usted un depurado anfitrión; estos servidores del Ejército Romano Imperial le agradecen sus hospitalidades y su fina atención; tenga plena seguridad de que, cuando estemos en lugar y posibilidad de atenderle, haremos todo lo posible por superar, que ya es difícil de por sí, lo que hoy hemos disfrutado.

–        No tiene ni qué decirlo, Tribunus Legatus, estoy a su servicio, como siempre; estos gustos no se los da uno todos los días y obviamente hay que aprovecharlos: ‘no todo es guerra y muerte’; ni para nosotros.

Camilus Méver y  Nikko Fidias, son los Centuriones que han aceptado unirse a nuestro grupo: son jóvenes, quizá demasiado jóvenes, pero inteligentes y ante todo, tienen algo que ha empezado a requerirse en el Ejército con mayor insistencia: hablan griego y tienen facilidad par aprender otras lenguas.  A los helénicos siempre se les ha complicado aprender el latín e igual sucede con todos esos pueblos de Asia Menor que antes estuvieron en su élite; a ellos les infundieron su gran cultura como primeras experiencias del saber, por lo que están acostumbrados a ese idioma; pero tendrán que aprender el idioma del mundo, de la ciencia y del comercio, nuestro queridísimo latín.  Mañana, en el camino hacia Roma, cabalgaremos juntos y platicaremos de ellos (sobre todo), y de mis ideales dentro del Ejército Imperial Romano.  El día de hoy ya ha tenido más que suficiente, debemos dejar que termine y descansar para recuperar las energías por las emociones de los acontecimientos  y por el viaje.

Termina la cuarta vigilia y nosotros estamos preparados para partir; inicia nuestro sexto día de viaje y, la verdad, los anteriores días han estado llenos de muchas situaciones que no teníamos previstas; sinceramente espero que en adelante sean más ‘normales’ nuestras estancias, aunque, yendo hacia la Gran Urbe, eso es un poco difícil.  El camino a Roma desde Perusia es solo descendente, más aún si uno sigue las riberas del cause del Tiberis, que son amplias por las pequeñas llanuras que se forman entre los Appennini y el río; el trote de los caballos se mantiene constante y muy descansado para el jinete y el corcel.  Este río es verdaderamente una bendición del dios Neptuno (en quien nuestros ancestros reconocían su divinidad sobre todas las aguas de la tierra: bien de ríos, arroyos y lagos, o del mismo mar), porque, junto con el Padus, el grandioso río del Septemtrio de Italia, riega tierras vitales para la agricultura y la crianza de rebaños que se traducen en alimentos seguros para el Imperio.

El Tiberis, además de la limpísima agua de lluvia y los valiosos sedimentos que vierte en el recorrido de sus dos mil estadios de largo; desde la confluencia del Nerva hasta el Mare Nostrum, más de cuatrocientos estadios, es perfectamente navegable, pudiendo cruzar Roma desde el extremo septentrional hasta el fin meridional de la ciudad.  Siguiendo ese flujo, y aprovechando la fuerza de la corriente, uno puede atravesar toda la Gran Urbe más rápido en navío que por tierra.  Después del Padus, el Tiberis es el más importante de los ríos de la península como recurso pluvial; lo vamos a recorrer casi desde su inicio y solo descansaremos para comer en el pequeño lago de Corbarus, en donde la vista es magnífica, el silencio es celestial y los aromas como los del Monte Olimpus, de los dioses griegos.

–        ¡Tadeus, que se acerque a mí, Camilus!, le ordeno a mi asistente.

–        ¡A la orden, mi señor!, responde de inmediato el soldado.

–        ¡Ave César!, ¡Tribunus Legatus! Camilus Méver a su mandato!, se presenta el joven Centurión.

–        ¡Ave César! Camilus, le respondo. Cuéntame, ¿cómo es que alguien tan joven ha llegado a ser Centurio?

–        ¡Por los dioses, Tribunus Legatus!, porque ellos me han puesto en donde la fortuna se ha presentado para mi beneficio.

–        ¿Cómo es eso?, cuéntame.

–        Tengo veintiséis años de edad, Señor, y hace solo seis meses el General Bini me ascendió al rango, por la planeación de estrategias de batalla en el campo de adiestramiento; el manejo de diez manipuli de una legión en el asalto a un campamento tipo germánico, mereció tal reconocimiento de parte del comandante.

–        ¿Y cuáles fueron las estrategias para merecer tan alta valuación Camilus?, le pregunto al hombre.

–        Durante tres meses estuvimos en el bosque, Tribunus Legatus; nos dieron las instrucciones de reconocer el terreno con un diámetro de cien estadios, yo dibujé los planos, seleccioné a los hombres y las armas que portarían, dividí las manipuli en grupo y relacioné los tiempos y los abastos de comida y pertrechos para la tropa.

–        ¡Qué maravilla, Camilus! ¿Cuántos de tus hombres murieron y cuántos prisioneros tomaron?, le interrumpo.

–        Solo quince muertos, Señor, y veintidós heridos de recuperación breve. Se tomaron trescientos prisioneros.

–        ¿Y cuáles fueron tus armas Centurio Méver?, le vuelvo a preguntar.

–        Cinco catapultas con fuego, Tribunus Legatus, atendidas por cuatro hombres cada una; dos escuadras de diez équidos cada una, y dos escuadras de diez arqueros y ballesteros; los soldados triarii solo portando espada, Señor.

–        ¿Cuántos eran tus adversarios, Centurio?, continúo preguntando.

–        Quinientos hombres armados como los germánicos, Tribunus.

–        Y los hombres del entrenamiento que fueron los bárbaros que  enfrentarías ¿eran de la Germania, Centurión Camilus?

–        No, Señor, eran Legionarios Romanos vestidos como germánicos.

–        Muy bien, te felicito; solo quiero hacerte una observación: tus resultados en la batalla real podrían ser muy diferentes, no dudo que salgas triunfador, pero los germanos tienen mucho coraje para la lucha y no les importa morir si están seguros que con su muerte, al menos pueden herir hasta la inhabilitación a un soldado Legionario.  Lo que quiero decirte es que perderás muchos más que quince muertos, tendrás muchos más heridos y nunca harás prisioneros a más de la mitad de tus rivales; si son germanos y están en lucha, serán infinitamente más aguerridos que los soldados Legionarios en prácticas, ¿me entiendes?; a ellos no les importa morir, por eso son bárbaros.

–        ¡Sí entiendo, Señor!, contesta el joven Centurión con potente voz.

–        ¿Quedó escrito todo tu plan de batalla en el campamento de prácticas, para futuras aplicaciones con otros Legionarios que tengan las mismas oportunidades que tú?, porque eso sería avanzar con mayor seguridad en su preparación para la batalla; le cuestiono.

–        Sí, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, igual que sus planes de batalla más allá del Río Mosela, las primeras incursiones del Imperio Romano en Germania, que fueron mí inspiración en su admirable campaña contra los bárbaros.

–        Eres un buen scholasticus Camilus; espero que seas igualmente bueno en lo prácticus, al aplicar esos conocimientos.

–        Lo haré, Señor, con su invaluablemente firme guía. Me responde con toda la sinceridad que puede mostrar.

–        Dime, Camilus,¿por qué sabes hablar griego?

–        Mi padre fue Legionario Romano en Siria, Tribunus; mi madre era griega. Tanto la instrucción en la schola como en casa, la lengua era el griego; ella nunca habló latín.

–        ¿Qué ha sido de ellos, Camilus?, pregunto con cierto temor.

–        Los dos han muerto, Señor; mi padre en combate hace cinco años y mi madre por el parto de mi hermano menor, hace siete años; cuando yo me enrolé en las milicias del Imperio.

–        ¿Qué más debo saber de ti, Camilus?, pregunto para terminar la serie de cuestiones de rigor.

–        ¡Que estoy inmensamente agradecido con los dioses de haber sido elegido para formar parte de sus hombres y de estar junto a Usted, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, dice lleno de emoción.

Seguimos cabalgando juntos en tanto le repaso mis ideales de servicio al César, al Ejército y al Imperio; aclarándole que ese es precisamente el orden de nuestras obligaciones: servirle al César, para ser útiles a la Militia y dignos del Magnus Romanus Imperium.  Igual son los cuestionamientos para Nikko Fidias: qué ha hecho en el Ejército y cómo ha logrado sus grados; qué es de su familia paterna y qué planea en su futuro inmediato.  Para mí, como comandante de hombres, esto es vital; no puedo imaginar dar una instrucción al soldado, sin saber la posible reacción del hombre.  Por eso hay que conocerlos, para saber sus límites, sus debilidades y sus oportunidades.

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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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