GRAN REUNIÓN "DISCIPULAR" (29)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

Ciudad de México, Octubre 6 del 2016.

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(29)

Cesarea de Palestina, Provincia de Iudae

Iulius XVII

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

GRAN REUNIÓN ‘DISCIPULAR’ 

Dos hombres del Cuartel General de Cesarea de Palestina han solicitado audiencia conmigo; quieren comentarme algo respecto del “Christus Mandatus”, así han dicho.  Son Fidelius y Cornelio; Centuriones Legionarios Romanos; a ambos les recibiré hoy en la tarde, les he invitado a cenar.

 

Mis scriptôris son una maravilla de taquígrafos, han tomado todo cuanto se dijo en la Audiencia de Declaraciones, han hecho las copias que solicité y la caligrafía y ortografía son excelentes.  Ahora, envío al César.

 

Cesarea de Palestina, Iudae, Iulius XVII, del

 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

                                                      (Missum II)

 

            Divino Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmus:

                       

            La Audiencia de Declaraciones ha sido todo un éxito; Pax Romana.  En ella        podrán encontrar hechos sumamente importantes para mi labor.  El Juicio iniciará   en Iulius XXII, entre tanto, detalles y preparativos.

 

            Herodes Antipas les saluda muy afectuosamente.

 

                                                                                  ¡Ave César!

                                                             Tribunus Legatus Veritelius de Garlla

                                                           Plenuspotenciarius “Christus Mandatus”

 

 

La Legis Romana durará mil años o más, estoy seguro de ello; nuestros juristas han hecho tan buen trabajo, que prácticamente no existe quehacer humano que no esté incluido en ella.  Además la morâlis inmersa en la Lex es de tal forma generalizada, que la hace irrefutable, amén de cuasi perfectus en su aplicación práctica.  Pues, si tal belleza es, usémosla. 

 

La siguiente misiva es para Poncio Pilatus y está relacionada con la inasistencia y por lo tanto desacato, de sus queridos amigos, Anás y Caifás, los Sumos Sacerdotes del Sanedrín Iudaicus; y buenos conocedores de la Ley Mosaica y del Derecho Romano, por lo tanto, conscientes de grave error cometido.  Él deberá arreglar este asunto, pues este es su territorio y ellos son sus súbditos.  De la reacción que haya podré medir el grado de influencia entre las partes.

 

 

 

Cesarea de Palestina, Iudae, Iulius XVII, del

 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

                                                     

            G. M. L. Poncio Pilatus, Procurador de Iudae:

                       

            A la Audiencia de Declaraciones del “Christus Mandatus” fueron citados los        Sumos Sacerdotes Anás y Caifás, ambos miembros del Sanedrín Iudaicus, sin            que ninguno de ellos se haya presentado a la sesión.  Como Usted sabe, esto es un desacato grave a la Autoridad de nuestro querido Emperador Tiberio Julio César,             que hace que el infractor sea considerado reo de muerte. 

 

            Por lo anterior, y en su carácter de Procurador de esta Provincia Romana de       Iudae, le apremio informe a los infractores su situación jurídica ante esta            Audiencia y justifiquen de inmediato con su presencia personal ante mí, su estado       de rebeldía, pues de forma contraria serán apresados por los Guardias     Pretorianos a mi mandato.  Informe     al suscrito sus resultados antes de la tercera             hora de Iulius XVIII.

 

                                                                                  ¡Ave César!

                                                             Tribunus Legatus Veritelius de Garlla

                                                           Plenuspotenciarius “Christus Mandatus”

 

Ya es la décima hora del día, me preparo junto con Tadeus para la cena que tendré con Cornelio y Fidelius, los Centuriones Legionarios que pidieron verme; a esta velada he invitado también a José de Arimatea, quien ha aceptado gustoso a reunirse con nosotros.  Casi terminamos los detalles, cuando se presenta en mis aposentos el guardia de la Puerta Tiberia, la entrada y avenida principal a Cesarea, para darme aviso de que Leví de Cafarnaúm, un Iudaicus Ciudadano Romano, con una misiva firmada por mí, se encuentra esperándome en la plaza del Templo de Iuno, justo enfrente del edificio donde nos encontramos.

–        ¡Es Mateo de Cafarnaúm, Tadeus! ¡Pronto, ve por él y tráelo aquí de inmediato!, le digo a mi Asistente antes de que termine el mensajero.

–        ¡Al Mandato, Tribunus Legatus!, me responde y sale presuroso.

¡Qué maravilla de coincidencias todas éstas!, tal parece que los dioses están muy atentos al “Christus Mandatus”; esto sin lugar a dudas, es obra de Mercurius, el dios al que Tiberio César ha encomendado todo este trabajo; no en balde es tenido como: “El mensajero de los dioses”. ¡Ave Mercurius, Divinus Protector!  ¡Qué gran ayuda será este hombre Mateo, sin lugar a dudas!

 

Le he ordenado al Centurión Nikko que vaya por José de Arimatea hasta sus habitaciones y le acompañe personalmente al salón comedor, en donde ya están Fidelius y Cornelio; en tanto yo espero el arribo de la más agradable sorpresa que he tenido en este primer viaje del “Christus Mandatus”; ¡¡Voy a conocer a uno de los Apóstoles de Iesus Nazarenus!!, ciertamente estos hombres no son famosos por sus dotes militares, políticas o sus grandes fortunas, ¡pero tienen ‘algo’, no sé qué, pero lo tienen!

Llega Tadeus con Mathêo Apostôlus (¿será así como debo llamarle?), y yo me quedo impactado: el hombre es tan joven, que dudo que tenga más de treinta años; y proyecta una paz interior como no le he visto a ningún ser humano antes en mi vida.  No es alto, pero no es bajo; no es delgado, pero no es obeso; no es rubio, pero no es marrón; tiene los ojos color de miel de abeja, la nariz aguileña, los pómulos salientes, las cuencas de sus ojos profundas y como buen judío su barba es profusa y rizada.  Sus manos se ven tan suaves, que pareciera que nunca han tocado ninguna cosa.  Camina erguido, firme, determinado.  Viste una túnica larga, clásica del pueblo iudaicus y encima solo trae ese gran manto que usa esta gente, que les sirve para todo: a veces para abrigo, a veces como tienda, a veces como manta para dormir. Está perfectamente limpio y hasta huele bien. Cuando se detiene delante de mí, miro sus ojos a la altura de mi barbilla, y en perfecto latín, antes de que yo pueda ligar algunas palabras, me dice con voz profunda:

–        ¡Shalom! Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, aquí estoy atendiendo su misiva; ¿en qué le puedo servir? No sé si postrarme ante él, si abrazarle, si besarle como ellos hacen; solo puedo coordinar una leve reverencia:

–        Rabbuni Leví, Hijo de Alfeo, es un inmerecido y gran honor conocerle personalmente y le agradezco en nombre de Tiberius Iulius Cæsar y de todos los dioses que haya aceptado venir; lo cual no era necesario, pues yo hubiese ido a donde usted me indicara; le respondo más de protocolo que lo que realmente quisiera decirle.

–        Veritelius; me dice aquélla profunda voz, primero, no soy Rabbuni, eso, solo uno, Iesus Christus, Señor y Dios nuestro; segundo, el Maestro me llamó Mateo y ese es el nombre que uso ahora; y tercero, he venido porque también ‘nosotros’ queríamos verle.

–        Su visita es inesperada pero gratísima, Mathêus Apostôlus, me preparo para asistir a una cena que tengo convocada en la que estarán presentes José de Arimatea, más dos oficiales del Ejército Imperial Romano, Fidelius y Cornelio, ¿a Usted le gustaría acompañarnos?; porque de forma contraria yo cancelaría ese evento para atenderle personalmente.

–        ¡Claro, me encantará, a todos les conozco!, Veritelius; me contesta y yo me quedo por demás sorprendido, ante tamaña ‘casualidad’.

–        Entonces, por favor pasemos, le digo.

 

Apenas entramos en el salón y los otros tres invitados, que ya se encuentran allí, saludan con gran alegría al recién llegado, y a mí, con gran propiedad.

–        ¡Shalom, Mateo, Apóstol del Señor!, mi alma se llena de regocijo por verte; le dice José de Arimatea con gran respeto.

–        ¡Shalom Joshua!, le contesta él también emocionado, en cuanto se saludan sosteniendo sus brazos y besándose en cada mejilla; y pareciendo que un halo luminoso les rodea por completo a su contacto.

–        ¡Ave Tiberio Julio César!, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, se cuadran ante mí los dos Centuriones saludándome con toda propiedad.

–        ¡Shalom, Tribunus Legatus!, me dice José de Arimatea.

–        ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar!, les contesto a los tres; a –tal parece que el único extraño aquí soy yo, por más que sea el anfitrión,– concluyo diciendo en broma.

–         No, Veritelius, se adelanta a decir el Apóstol, aquí no hay extraños; el Señor ha querido reunirnos a todos por alguna razón que no conocemos; quizá sea su tan bien llamado “Christus Mandatus”.

–        ¿Qué sabe Usted del “Christus Mandatus”, Apóstol Mateo?, pregunto.

–        Que es una especie de ‘reivindicación’ que el César quiere hacer ante la infamia cometida con nuestro Señor Iesus Christus, quien fue tratado tan inmisericordemente por el Procurador Poncio Pilatus y los Jefes del Sanedrín Iudaicus, Veritelius; responde él.

–        Desde hace quince días que llegaron sus misivas a Yerushalayim, a Cesarea, Tiberíades y a Arimatea, dice José, todos estamos esperando el arribo del Plenuspotenciarius del César, para entrevistarnos con él, Veritelius de Garlla, esto es todo un acontecimiento en la zona; concluye el prominente hombre.

–         Y ustedes dos, ¿qué saben?; les pregunto a los oficiales romanos. Eso mismo, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, lo que han dicho sus eminentîæ; responde Fidelius con gran deferencia hacia ellos.

–        Bien, pues sabiendo todos los que nos relaciona, pasemos a cenar y que nuestras pláticas sean sobre el “Christus Mandatus”; seremos siete a la mesa; les digo.

–        “Perfectus”, dice el Apóstol, eso es el número siete; así diría cualquier escriba, fariseo o saduceo.

–        ¿También su hermano Misael diría eso?, Apóstol Mateo, le pregunto.

–        ¡Ah!, ¿le conoce, Veritelius?; sí, también él diría eso. ¿Cómo le conoció?, me pregunta el joven Apóstol.

–        Fuimos invitados casualmente a una reunión celebrada en Florentia; algo organizado por un Senador y un Sacerdote Romano, respecto a la posibilidad de tener ‘una sola religión en el Imperio”.  Su hermano, por supuesto se opuso determinantemente a ello.  Fue una gran casualidad que nos conociéramos, pues yo solo iba de paso por el lugar.

–        No hay casualidades, Veritelius; hay Voluntad de Dios.  Por eso estaban los dos en ese mismo lugar, por Voluntad de Dios. Dice sereno y pleno de convencimiento el Apóstol;  yo me quedo mudo sin poder contestar nada.  Sé que ahora está en Athenæ estudiando filosofía griega.  Es un hombre muy obstinado y celoso de las tradiciones del Pueblo Iudaicus; otro de los muchos discípulos de Gamaliel, el tradicionalista Rabí del Sanedrín.

–        También a él le conozco, le digo sanamente al Apóstol; fue a contactarme el Alexandria, Ægyptus, para desanimarme de continuar con el “Christus Mandatus”.  Sin embargo, aquí sigo.

–        Una prueba más, Veritelius, de que no hay casualidades, hay Voluntad de Dios; y si esto, como ustedes le han llamado, es una “Orden de Cristo”, ‘nosotros’ solo esperamos que se cumpla; sin importar quién vaya a hacer que así sea. Concluye el hombre.

 

+  +  +

 

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

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