LA AGONÍA EN GETSEMANÍ (45 de 77)

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¡Alabado sea Jesucristo!

México, D.F., Marzo 16 del 2015

IV.15.- AGONÍA EN GETSEMANÍ

(Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-42; Lc 22, 39-46; Jn 17,)

“Fueron a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: ‘Sentaos aquí, mientras yo hago oración.’  Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia.  Y les dice: ‘Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad,’ 

Y adelantándose un poco, caído en tierra suplicaba que de ser posible pasara de él aquélla hora.  Y decía: ‘¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.  Que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.’

Viene entonces y los encuentra dormidos; y le dice a Pedro: ‘Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar?  Velad y orad, para que no caigáis en tentación; porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil. 

Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras.  Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados; ellos no sabían qué contestarle.

Viene por tercera vez y les dice: ‘Ahora ya podéis dormir y descansar.  Basta ya.  Legó la hora.  Mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.  ¡Levantaos! ¡Vamos! Mirad, el que me va a entregar está cerca.’”

 

            ¡A mí se me hubiera caído la cara de vergüenza!  ¡Tres veces fue y vino el Señor y sus discípulos estaban dormidos!  Pero también es justo considerar que no todo lo que sucedía lo podían ellos manejar, pues no estaban solos; en ese lugar no se encontraban solo Cristo y los Apóstoles, ¡no!; estaban todos acechados por el Príncipe de las Tinieblas. ¡El Demonio al acecho del Mesías!... y de sus Apóstoles.

            Otra vez son Pedro, Santiago y Juan los que el Señor aparta; ahora no van a ver la magnificencia del poder del Hijo del hombre resucitando a una niña; ni le van a ver lleno de luminosidad y gloria (custodiado por Moisés y Elías), en la Transfiguración.  Ahora van a constatar el sufrimiento del ‘verdadero hombre’ que hay en la persona de Dios Hijo.  Y empieza por decirles: ‘Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad,’ ¿Cómo habrán quedado Pedro y Santiago, dos tozudos y recios pescadores del Mar de Galilea, que ante nada ni nadie se doblegaban, al ver a su querido Maestro decirles estas palabras?  ¿Cómo se habrá sentido Juan, el más joven de los Apóstoles, al ver a su admirado e invencible Rabbuní, lleno de angustia?  Estos tres hombres han visto a Jesucristo realizar un sinnúmero de milagros portentosos: dominar la naturaleza, exterminar espíritus malignos, volver a la vida a muertos; ¿cómo ahora se percibe en Él ‘pavor y angustia’?  ¿Cómo es que pide que velen, si hace poco les ha dicho que el Príncipe de este mundo no tiene poder sobre Él?  Algo verdaderamente extraño está ocurriendo en su Divino Maestro; y ellos están aterrorizados.  Satanás deambula por este lugar; una vez más, El Demonio al acecho del Mesías.

            ¡Quizás nunca más cerca ni más real que en este momento!  A diferencia de la ocasión de las Tentaciones, en donde sigilosamente se acerca al recién Ungido Cordero de Dios; este otrora Ángel de Luz que cuidó el Edén, ¡ahora estaba con sus más tenebrosas vestiduras: sombras y obscuridad; intriga y maldad; soberbia e iniquidad!  Satanás acosa al Mesías personalmente y de forma directa.  Quiere reducirlo con sus calumnias, quiere disuadirlo con sus mentiras.  Le hace ver lo infructuoso de su esfuerzo y lo poco que se obtendrá con su labor entre los hombres en pos de su redención; allí tiene las evidencias: un puñado de débiles, desorientados e ilusos discípulos que le han seguido durante los tres años de su Ministerio, los cuales no han sido capaces de entender sus enseñanzas, su doctrina, su Evangelio.

            Sin embargo, Jesús no entabla conversación con el Diablo; Él continúa en oración a su Padre suplicándole la realización de su cometido, el cumplimiento de sus propósitos y la consecución de su meta. ‘. . . ¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.  Que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. . .’  No dialoga con el maligno, antes bien, implora al Padre.  No cae en las redes disuasivas de la desesperación, sino que permanece firme en su única forma de triunfo: hacer la Voluntad de Su Padre.  Allí está la diferencia entre Él y todos nosotros los pecadores.  Cristo se dona  voluntariamente  al Padre.  Pero los hombres, ésos a los que quiere redimir con su vida, están abrumados por el Satán: ‘. . . Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar?  Velad y orad, para que no caigáis en tentación; porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil.’, dice Jesús. No le entienden nada; no saben qué contestarle.

            Todo el poder de Satanás ha descendido sobre la tierra; a Cristo Jesús no le preocupa su persona, Él ya la entregó al Padre.  Al Mesías lo que le preocupa es de lo que sea capaz el Demonio ante este embate desproporcionado que ha desencadenado sobre los hombres.  Ni en los días de Noé (cuando la humanidad mereció el Diluvio); ni en tiempos de Lot (cuando Dios destruyó Sodoma y Gomorra por su iniquidad); ni en los días de la idolatría de Sedecías (cuando Israel dejó de ser el Pueblo Ungido de Dios y fue llevado cautivo a Babilonia), nunca habían habido tantos demonios en el mundo.  Y ahora están todos en Jerusalén, en el mismísimo Monte de los Olivos; porque el acecho contra el Mesías debe desquiciar a la humanidad para que éste se venza.  ¡Ningún hijo del mal quiere que Jesús de Nazaret continúe con su obra redentora!  ¡Satanás y sus huestes están decididos a disuadir al Cristo de su meta: La Salvación del Mundo!  

            Ninguno de los demonios quiere que Jesucristo triunfe; porque su triunfo es el principio del fin para las huestes satánicas.  “¡Háganle lo que quieran!, ¡¡pero no le maten!!”, habrá dicho Satanás.  Solo que éste no ha considerado la voluntad humana; y esa puede ser la diferencia en su contra.

Afectísimo en Cristo de todos ustedes, 

 

Antonio Garelli

 

 

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