LA BODA DE CANÁ DE GALILEA (13 de 77)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

 México, D.F., Septiembre 25 del 2014

 

 II.3.- LA BODA EN CANÁ DE GALILEA    

(Jn 2, 1-11)

 “Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús.  Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos.  Y no tenían vino, porque se había acabado el vino de la boda.  Le dice a Jesús su madre: ‘No tienen vino.’  Jesús le responde: ‘¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.’  Dice su madre a los sirvientes: ‘Haced lo que él os diga.’

 Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una.  Les dice Jesús: ‘Llenad las tinajas de agua.’ Y las llenaron hasta arriba.  ‘Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.’  Ellos lo llevaron.

 Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde venía (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: ‘Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior.  Pero tú has guardado el vino bueno para ahora.’

 Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.”

 

            Sí, así es; tan solo han pasado tres días de que Jesús ha escogido a sus Apóstoles y ya han visto ‘el primer milagro del Señor’; y además, en la más significativa de las reuniones de los judíos: una boda, para que a nadie se le olvide lo que ha sucedido.  El momento es de completa alegría para todos, ya sean los novios que se están casando, las familias de ellos o los amigos que han sido invitados al convivio.  Nada se sabe de los protagonistas del matrimonio en cuestión, pero debieron haber sido muy cercanos de María Madre, pues la  preocupación personal de ella es notoria ante la falta de vino; ¡y que haya decidido que era un buen momento para que su Hijo diera comienzo a sus señales!, solo hace pensar la cercanía entre la Virgen y la pareja o sus familias.

 

            Como digo, todo era felicidad.  Pero ese maravilloso sentimiento no cabe en la mente del Diablo, menos aún si quienes lo disfrutan son Santos de Dios.  ¿Cómo les echamos a perder el rato?, habrá pensado. ¡Ya está!  Todas las bodas judías se acaban cuando no hay más vino que beber.  Casi les puedo decir que éste es la medida con la que se establece la duración de la fiesta.  Claro está que el Demonio quería arruinar el momento; pero nunca contó con la perspicacia de la Santísima Virgen para solucionar su maléfico acecho.  El resultado es extraordinario, no tan solo para el organizador y responsable de la boda, sino para todos los allí presentes.  ¡Hasta el mismísimo Satanás debió haber quedado sorprendido!

             Así será en lo sucesivo: ante un acecho del Demonio, usar el bien para vencer al mal.  Nunca ganará el Satán; al final siempre será derrotado.

             El simple hecho de que San Juan haya registrado este evento (siendo él tan espiritual en sus escritos), denota la verdadera importancia que tuvo el acontecimiento: Dios puede cambiar la adversidad en gozo.  En los miles de milagros que Jesucristo operó en vida humana, siempre quedó claro que el mal, la adversidad, las contingencias negativas y hasta los descuidos, podían ser transformados en alabanza, bendición y gloria del Nombre de Dios.  Jesús nunca realiza una de sus portentosas manifestaciones causando daño a alguien. ¡Nunca!  Siempre usa sus Divinos Dones para que lo bueno impere sobre lo malo. Aún en los casos más contrarios a la naturaleza, Cristo favorece el bien, la verdad y la belleza.  No importa qué intrincadas circunstancias le presenten Satanás y sus huestes; el Señor hace que el Cielo, que es perfección y amor, baje a la Tierra, en donde, hasta ese momento, imperaba solo el pecado.

             La Redención ha llegado; ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’ se encuentra entre los hombres para liberarlos de las ataduras del Demonio, por más que éste aceche.

 Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

 Antonio Garelli

 

 

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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