LA ÚLTIMA CENA (41 de 77)

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¡Alabado sea Jesucristo!

México, D.F., Febrero 24 del 2015

IV.11.- LA ÚLTIMA CENA

(Mt 26, 17-19 y 26-29; Mc 14, 12-16 y 22-25; Lc 22, 14-20)

“El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: ‘¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer la Pascua?’  Él les dijo: ‘Id a la ciudad, con un tal, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos.’’  Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua…

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan, lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: “Tomad, comed, éste es mi cuerpo.”  Tomó luego una copa y, dando las gracias, se las dio diciendo: “Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados.”

Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre.”

 

            Durante treinta y tres años (y más) ha acechado el Demonio a Jesús de Nazaret; en esta última semana de su vida humana ese acoso ha sido constante, permanente, incesante.  Todos, absolutamente todos los que se encuentran cerca del Señor, propios y extraños, han recibido instigaciones del Diablo; algunos las han superado, otros no.

            Pero Cristo encuentra el lugar y el momento para tener un acercamiento íntimo, por última vez, con sus Apóstoles; es la más significativa de sus reuniones, la Institución de La Sagrada Eucaristía.  Lo hace en una cena muy especial que han preparado, dos días antes de la Pascua; pues, como Galileos, tenían aprobado por los Sacerdotes del Templo realizar dicha celebración (cuando hacían el viaje a Jerusalén), con tal anticipación, o en la postrimería inmediata a su arribo a la Ciudad de David, si fuera el caso.  Así, ellos celebran la fiesta el doce de Nissan, en lugar del catorce como era la costumbre, pero dentro de los preceptos judíos.

            Por supuesto, las viandas más importantes son el pan y el vino; ya que a partir de ese inconmensurable momento, alcanzarán el significado más celestial de cuanto alimento exista: El Cuerpo y La Sangre de Cristo.  Todos los días que veo al Sacerdote (el Nuevo Cristo Jesús), levantar la patena con el pan y el cáliz con el vino, repitiendo esas Divinas palabras de La Consagración, mi mente se retira del lugar en donde me encuentro, queriendo llegar a aquel importantísimo instante: Jesucristo les está enseñando la forma en que se quedará con ellos (y con nosotros), por los siglos de los siglos; ya no como una representación, sino con la in entendible transubstanciación de las especies que Le contienen en toda su Divina Dimensión. 

            No, en verdad no lo puedo explicar, pues este es el acto de Fe – Esperanza – Caridad más grande que hay; infinitamente superior a mi reducida inteligencia y portentosamente mayor que mi limitada razón.

(Hay dos oraciones que a mí me gusta rezar en el momento de la Consagración; cuando el Sacerdote tiene elevado el pan, mentalmente digo: “El Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, bendito, puro y santo, que entregado por nosotros en la cruz, como Cordero de Dios, hizo posible nuestra reconciliación con el Padre.” Y agrego: “Señor mío, Señor mío, Señor mío.”    Y cuando el Sacerdote levanta el cáliz, digo en silencio: “La Sangre de nuestro Señor Jesucristo, bendita, pura y santa, que derramada desde la cruz para el perdón de nuestros pecados, hizo posible que nuestra alma espere la resurrección de los muertos.”  Y ahora repito: “Dios mío, Dios mío, Dios mío.” No me recuerdo desde cuando lo hago, pero efectuarlo me hace sentir muy bien, me hace ir a ese precioso momento de la Salvación.  Ojalá les sirva.)

            A ninguno excluyó, ni siquiera al traidor que allí estaba al acecho del Mesías.  (En ese mismo instante pudo haberse arrepentido de lo que ya había hecho; pero él, Judas, decidió, libre y voluntariamente, no pedir perdón).  Si ya de sí mismo el evento tiene un acercamiento jamás logrado entre el Cielo y la tierra, entre Dios y los hombres; el Señor le está dejando muy claro a Satanás que no importa cuánto se peque, ni en cantidad ni en vileza; lo que importa es arrepentirse y pedir perdón, ante lo cual, la Infinita Misericordia de Dios siempre se da en favor nuestro.  Estaban todos: los que sabían algo, y los que no tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo; los que creían profunda y sinceramente, y los escépticos e incrédulos; los que entendían por conocimiento o por Fe y los que eran agnósticos al acontecimiento.  Estaban presentes, hasta los que nada sabemos de ellos.  Estos Doce, con sus cualidades y defectos, con sus virtudes y pecados, representaban a toda la humanidad de antes, durante y después de La Gloriosa Noche Eucarística.

            Hasta el Demonio se quedó pasmado delante de tan Glorioso momento, porque aún estando allí (en el mismo Judas), nada contrario al Bien sucedió.  Solo se sintió la Divina Presencia del Hijo de Dios, de Dios hecho hombre.  Así como digo: ¡Hasta Satanás enmudeció! 

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

  

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