NOVUS VILLA GARLLA CAPREAE (12)

Posted on at


¡Alabado sea Jesucristo!

Ciudad de México, Junio 9 del 2016.

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(12)

 

NOVUS VILLA GARLLA CAPREÆ

El Palacio del Oriente, el cual ya no podrá ser llamado así porque Tiberio César no vivirá más en él, ahora se lo nombrará simplemente villa; es una mansión romana con todo el arte de architectûra que uno pueda imaginar, y hasta el que no, construida sobre un cuadrángulo inmenso de un estadio de largo por algo menos de ancho; tiene un jardín de ensueño al centro, al cual asoman más de treinta habitaciones para toda clase de usos.  El jardín posee dos estanques con animales acuáticos y plantas, procedentes de lugares tan distintos como Achaia, Macedonia, Egipto, Nubia y las mismas Galia e Hispania; y cada uno con una fuente y una estatua al centro.  Sobre una baranda de piedra caliza rosada traída de Mauritania, tiene más de veinte esbeltas columnas de mármol, en un exquisito y admirable estilo Jónico, las cuales detienen el alero del tejado del techo del corredor perimetral, que rodea por completo el jardín. 

 

Todas las paredes de corredor están embellecidas con finos estucos y fascinantes retablos de plantas, flores, animales y paisajes del Mare Nostrum, fabricados en mosaicos de Aquilea, con cristales de absolutamente todos los colores.  Los dinteles de las puertas y los marcos que reciben las ventanas, son de mármol blanco, cincelado con un gusto tan exquisito que parecen estar forrados de lino entretejido.  Ciertamente este lugar es más bello que nuestra querida Villa Garlla en Mediolanum; lo admito.  Lili, mi amada esposa, estará fascinada de ser la ‘amma’ de este lugar y habilitarlo para sus más gustadas actividades: las artes y la educación de propios y extraños.

 

Cuando llegamos a la villa, cuya entrada es por la fachada Meridional Poniente de la fastuosa mansión, justo frente a la fuente se forma un ejército de sirvientes para recibirnos; todos perfectamente limpios y uniformados con vestidos de algodón crudo.  Están encabezados por un maiordomus de palacio ataviado con una toga blanca y un gran cinturón rojo que apenas contiene su gran abdomen; hay damas de compañía, afanadoras y cocineras; jardineros, caballerangos y mozos; son más de treinta personas que realizan el funcionamiento y mantenimiento de la villa.  Todos han dejado sus labores para dar la bienvenida al nuevo ‘amo’, un ‘cuasi-imperator’, como le han dicho a Tadeus; también están los hombres de mi guardia y los Pretorianos asignados a la Villa Oriente; un pequeño ejército de seguridad y servicio a las órdenes del Emperador, que ahora por casualidad, lo harán para mí.

-¡Ave Tiberio Julio César, Divino Emperador!, los saludo a todos sin desmontar de mi caballo.

-¡Ave César!, ¡Ave Tribunus Legatus!, responden todos en coro.

-A partir de hoy, viviremos juntos; y dentro de muy poco tiempo estará mi familia con nosotros.  Tenemos una gran labor que cumplir para nuestro Emperador, para el Imperio Romano, y para la Historia; todos tenemos que hacer nuestro mejor esfuerzo en ello.  ¡Ave César!

-¡Ave César!, me responden todos.

 

Empiezo por organizar a los hombres que vinieron conmigo, a los cuales llamo a la plaza, todos podrán ayudar en esta gran labor que me ha asignado el César:

-Nikko Fidias: a partir de hoy tendrás solo dos labores: la primera será custodiar el cofre del Emperador, el cual contiene valiosas cosas para nuestra nueva labor; solo con tu vida aceptaré que lo pierdas o algo malo le suceda.  Igualmente, de todos los libris que enviará hoy el Sacerdote Theodorus, harás un resumen para mí, que será lo único que yo lea de ellos, asegurándote que pueda yo saber todo lo que debo.  Eso harás en este lugar, hasta que nosotros volvamos de nuestro viaje a Roma y Villa Garlla en Mediolanum.  ¿Entendido, Centurión Fidias?

-Perfectamente, Tribunus Legatus, ¡Al Mandato!, responde el hombre.

-Præfecto Silenio: le felicito por su labor al resguardo de la liburna del Senador Nalterrum; que, como se ha dado cuenta, nuestro emperador ha decidido con sus acciones cuál será su nuevo encargo, pues le ha dejado en este lugar con su tripulación y con una nueva nave a mi servicio. ¿Está usted dispuesto a tomar ese nuevo cargo?

-Sí, Tribunus Legatus, lo estoy, contesta el marinûs.

-El Senador Nalterrum recibirá una misiva de mi parte en donde explicaré la situación actual y sus nuevas responsabilidades.  Hoy mismo iremos a inspeccionar la nueva nave; zarparemos mañana en al amanecer.

-¡Al mandato, Tribunus Legatus!

-Centurio Camilus Méver, tú te quedarás en este lugar también; tu trabajo será elaborar los itinerarios y los abastecimientos para nuestros siguientes dos viajes: el primero desde esta Insûla de Capreæ hasta Yerushalayim en la Provincia de Iudae y el segundo el regreso aquí mismo; señala los tiempos y los lugares que tocaremos, así como nuestra estancia en ellos.  Irás con nosotros hoy a la liburna, para que escuches las particularidades de ésta, que nos explicará el Præfecto Silenio. ¿Está entendido Camilus?

-¡Sí, señor, Tribunus Legatus!

-Los demás volvemos a Roma, sin cambio.

-¡Al Mandato, Tribunus Legatus!, responden Tadeus, mi asistente, y los otros dos Centuriones que han venido conmigo desde Villa Garlla.

-¡Ad laborem, per Imperator Tiberius Iulius Cæsar!

-¡Ave César!

 

Entramos todos en la Villa y revisamos juntos habitación por habitación: el ala dextra de la construcción, será el área familiar; el ala sinistra, la parte social y de trabajo.  Designamos la primera estancia como biblioteca, pues habrá muchos libris, documentos y rollos que tendremos que usar.  La segunda será el lugar en donde yo reciba a la gente que llame y me visite y mi despacho.  La tercera será una bóveda en donde será guardado el ‘Gran Cofre del Emperador’, solo yo sé qué contiene realmente, sellado como está y con acceso prohibido a todos los demás; allí mismo quedarán nuestras armas.  Para todas las demás habitaciones, esperaremos la decisión de Lili, mi amada esposa.  Esta mansión es enorme, todos los sirvientes están parados en el área que les corresponde atender y nos saludan a nuestro paso; camina con nosotros Haffed, el maiordomus, el jefe del servicio de la villa, egipcio y con una gran experiencia en estos menesteres.

 

Partimos hacia el puerto en donde nos esperan otras sorpresas.  Es el turno de Silenio Abdera:

-¡Tribunus Legatus, me dice, esta liburna es digna del Emperador!

-¿Por qué, Silenio?, le pregunto.

-Permítame, por favor, describírsela, pues tiene algunas maravillas que yo nunca había visto en ningún navío.

-Adelante, le animo a que empiece.

-Es de roble de Egipto, el más duro y resistente que existe en el mundo. Tiene una habitación en la popa, digna de Usted, Tribunus Legatus; tiene una cama, una mesa alta, un escritorio, cuatro sillas solium, ¡y hasta un baño!, Señor; dice emocionado el Prefecto.  Y para navegar, no hay mejor que esta nave: le han puesto tres velas con tres mástiles, la quilla es profunda, como de diez pies; está forrada de corcho de alcornoque por debajo de la línea de flotación de la nave, lo que disminuye considera-blemente el peso del duro roble de Egipto; además, Señor, continúa el joven nauta, tiene un rostrum de hierro al frente, para poder embestir cualquier cosa flotante.  Tiene dispuestos quince remos de cada lado, con espacio para quince remeros en descanso; y cinchos de piel trenzada en toda la eslora de la nave.

-¿Todo eso le parece bueno Silenio?, le interrumpo.

-¡Máximus!, Señor; además, como Usted ha dicho que viajaremos mucho, tiene espacio para trece équidos bajo la cubierta y treinta personas sobre ella.  Y lo mejor, Tribunus Legatus, ¡¡tiene una cocina y bodega para guardar alimento para cien personas, en un viaje de dos mil millas!!

-Bien Præfecto Silenio, esta será su nueva nave, le digo.

-Esta es más que una nave, Señor; es algo mejor que un sueño, ¡es una bendición de Neptuno y todos los tritones, Tribunus Legatus!

-¿Y la velocidad, Silenio!, le pregunto al emocionado marinûs.

-Aún no lo sé, Señor, me dice, pero yo creo que esta soberbia embarcación puede desplazarse como una liburna ligera con la resistencia de una galera mayor.  Es probable que solo hagamos doce horas hasta Ostia.

-Ya lo veremos, Præfecto Silenio, mañana mismo lo comprobaremos.

-¡Sí Señor; Tribunus Legatus!

 

Tiberio César siempre ha buscado la perfección, eso me consta; él quería batallas sin bajas de Legionarios.  Ni siquiera Julio César, tenía tanta eficacia y mejores resultados como Tiberio como Comandante.  Así es también en el gobierno del Imperio, ha superado a su amado padrastro Augusto César, en la aplicación de leyes y reglamentos.  Sin embargo, esto que hemos recibido supera por mucho las expectativas que nosotros pudimos haber siquiera imaginado.  Realmente el Emperador quiere que nos esmeremos en este “Christus Mandatus”.  Así será.

 

Regresamos a la Villa y nos encontramos con la sorpresa de que el Emperador comerá con todos nosotros, por lo que el Palacio de Oriente ha sido preparado para el evento.  El día es espléndido, por lo que han colocado varios tricliniums en el hermoso jardín, en medio de carpas que resguardan del Sol.  Toda la gente se afana en sus labores, pues hacía mucho tiempo que Tiberio César no venía a este lugar; en la gran entrada, bajo el dintel del frontón, me espera el General Fitus Heriliano quien seguramente me dará la noticia:

-¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, me recibe con toda marcialidad el hombre.  Nuestro Emperador comerá en su mansión esta tarde.  Ya he ordenado que todo se encuentre dispuesto para su llegada; espero con ello no importunarle.

-De ninguna manera, General Heriliano; le digo, agregando: al contrario, le agradezco su valiosa intervención y prestancia.

-También espero no haberle incomodado con las órdenes respecto a la nave que le trajo desde Ostia, la cual hemos regresado a su dueño con hombres que debían viajar a Roma desde aquí; y espero que la substituta le parezca conveniente para sus nuevas labores, me dice orondo el soldado, sabiendo que la respuesta no puede ser otra que de admiración.

-Creo que es más de lo que yo pude haber pensado, General Fitus, le digo.

-Que todo sea para el bien de este “Christus Mandatus” que tan preocupado tiene a nuestro amado Tiberio César, Tribunus Legatus; estoy seguro que Usted es la mejor decisión para esa encomienda, no en balde le ha escogido como su segundo al mando militar.

-Solo Europa, General, le corrijo.

-‘Solo Europa’, mi querido Comandante –me responde de inmediato– lo demás son solo piedras y agresores contra Roma.

-También en Europa los hay, General Heriliano, de interrumpo.

-Es cierto, pero finalmente aceptarán al Magno Imperius Romanus por algunos siglos más; en cambio aquéllos, nunca, porque no son como nosotros; de Asia, Iudae, Ægyptus, Cyrene o Mauritania, todos difieren con Roma, en alguna u otra cosa; me contesta rebatiendo.

-Tiene razón, General Fitus, pero para ello estamos nosotros, para que se civilicen igual que Roma, le digo.

-Que los dioses le iluminen, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla. ¡Ave Tiberio César!, se despide de mí, montando su corcel.

-¡Ave César, General Pretoriano Fitus Heriliano!, le contesto.

-Ah!, la comida no es gala, es ‘familiaris’, me ha dicho Tiberio César, dice jocosamente el fiel servidor cuando se retira.

 

Una reunión ‘familiaris’ con el Emperador, significa que no deben ser tratados asuntos de Estado durante ese tiempo; cualquiera será desviado o desatendido.  Pero una de estas reuniones también significa que el grupo con el que está el César le es muy personal; lo cual, obviamente, compromete al máximo.  En el estrechísimo círculo del Emperador, y especialmente en el de Tiberio César, cuanto más cerca se está de él, más recato, probidad y buenas costumbres se han de demostrar; de forma contraria, no se es digno de él.  La edad, los problemas, el sinnúmero de traiciones y decepciones que Tiberio ha vivido, lo han hecho un hombre muy duro hasta consigo mismo; no era así antes, pero como es hoy, para mí, esta perfectamente justificado.

 

A la onceava hora del día en punto, llega al Palacio del Oriente Tiberio Julio César con toda su guardia y sus invitados; todos se detienen en la Fuente de Mercurio, a donde desciendo desde el pórtico de entrada del Palacio del Oriente para recibirlos personalmente:

- ¡Ave Divinus Tiberius Iulius Cæsar!, saludo a mi máximo guía.

- ¡“Verito”!, qué gusto verte; venimos a invadir tu nueva morada, por cierto, ¿te ha gustado?, ¿crees que pueda sustituir a la magnífica Villa Garlla?, ¿será suficiente para tu esposa Lili y para tu batallón de hijos?

- Divino Tiberio, Usted jamás invadirá nada mío, porque todo cuanto tengo es suyo, de sí.  El Palacio es magnífico, soy indigno de él, Señor; por supuesto que mi familia amará vivir en este privilegiado lugar, Señor.

-Qué te parece este hombre Claudio, le dice a su sobrino, quien se para a su derecha; jamás se equivoca, ni siquiera para adular, por más que lo que diga sea verdad. Y sonríe serenamente.

-Veritelius, muchos años sin verte, ¿cómo te ha ido?, me saluda y cuestiona el, para mí, segundo hombre en el mando del Imperio.

-¡Honorabilísimo Claudio!, que los dioses le asistan siempre.  Yo estoy bien y con salud; le contesto.

-¡Calígula!, llama a su nieto adoptivo, ¿sabes que este hombre tiene más tierras en Mediolanum que yo aquí en Capreæ?

-Sí, Divino Tiberio, las conozco, le responde el nieto adoptivo; allí estuve en mis prácticas de Estrategia Militar que me dio el mismo Tribunus Legatus; saludándome en ese instante.

-¡Magíster Supremus Calígula!, me honro en saludarte, le digo.

-¿Saben quién está en lo alto de la fontis?, pregunta Tiberio a los que allí estamos presentes (y que por supuesto sabemos quién es); es Mercurius,  el Mensajero de los dioses; como el hombre que vivirá aquí; volteándose para tomarme del brazo e iniciar, apoyándose en él, el camino de entrada al Palacio.

-Hacía más de un año que no venía a este lugar, me comenta Tiberio César, era la casa de invierno; es acogedora en esa época del año pues el Sol baña el jardín deliciosamente; ya lo verás.

-Aquí estaremos entonces, Divino Tiberio, si los dioses así nos lo permiten, le contesto yo.

 

El séquito solo son siete personas: Claudio, el hijo del hermano menor de Tiberio; Calígula, su nieto adoptivo (y seguramente el próximo Emperador); el General Heriliano, el Prefecto de la Guardia Pretoriana; el Sacerdote Theodorus, guía espiritual de Tiberio; Camito Apión, Gobernador de Cirene, que está de visita oficial al César; Sóstenes Kirítis, amigo íntimo de Tiberio; y el Senador Nalterrum, quien preside las Comisiones Religiosas del Senado Romano.  Sumándome yo a todos ellos, somos nueve personas; esa es la ocupación del triclinium del centro.  Mi asistente Tadeus, los cuatro Centuriones que me acompañan y  Silenio, el Prefecto Navis, suman siete que ocuparán, junto con dos personas más, el triclinium de la derecha.  A todos los demás no los conozco; el General Fitus ya habrá dispuesto la distribución respectiva.

 

Ya veo el por qué del ‘familiaris’ dicho por el General Fitus; todos somos muy allegados al Emperador y nos conocemos muy bien, o al menos nos sabemos la importancia relativa con Tiberio César.  El banquete, por supuesto, será Imperial; uno jamás come o bebe igual en ninguna otra parte, aunque quiera lograrlo.  Los majares que le preparan al Emperador tienen un sabor incomparable; por más que uno se esmere en saber los condimentos, cuando los come en un lugar distinto, no saben igual;  ya lo he hecho en otras ocasiones y no logro los mismos exquisitos sabores.  Espero que el Maiordomus Haffed tenga esas virtudes dentro del personal con que atiende el Palacio del Oriente, porque en Villa Garlla se hacen comidas exquisitas, es cierto, pero no manjares espléndidos para este singular hombre que es nuestro César.

 

Yo no me he despegado ni un solo instante de Tiberio, quiero atenderle en todo lo que sea necesario; además, no quiero perder detalle de su estancia.  Igual está haciendo a prudente distancia Tadeus, mi asistente, pues también él sabe de la importancia de esta visita para su Tribunus Legatus.  Estamos en el gran pórtico interior de la entrada, justo antes del pasillo de las columnas que da al jardín, en donde el César se ha detenido un momento.

-¿Quiénes son tus hombres, “Verito”?, quiero conocerlos, preséntamelos; me cuestiona inesperadamente el Emperador.

-Al acto, Divino Tiberio; le contesto, y a una señal mía se acerca Tadeus, mi asistente, quien a su vez ha hecho lo mismo para los Centuriones.  Nuestro Divino Emperador quiere conocerles personalmente; les digo.  Preséntense cada uno con él.

-Tadeus Tarquinii, Divino Tiberio César, Centurión Legionario, Asistente del Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, dice el hombre profundamente emocionado, hincado con una rodilla al suelo y viendo de frente a Tiberio.

-¿Eres judío, Tadeus?, le pregunta.

-No, Divino Emperador; soy etrusco. Le contesta de inmediato.

-Es curioso, tu nombre es hebreo y quiere decir ‘alabanza’, ¿lo sabías?; le comenta Tiberio César; darás gracias por llamarte así.

-No, Señor, no lo sabía; responde él.

-Tadeus, ¿sabes quién es Mercurius?, vuelve a cuestionar el César.

-Sí, Divino Emperador, es un hijo de dioses que nos cuida a los hombres.

-Has respondido bien, Tadeus, te felicito; porque tú tendrás que cuidar a un Mercurius humano, que es tu Tribunus Legatus, por mandato mío.  Si algo le sucede a él, te las verás conmigo, le dice el Emperador al impresionado Centurión, ¿me has entendido?

-Sí, Divino Tiberio César, he comprendido, responde el soldado.

-Diófanes Pireo, Divino Emperador Tiberio César, Centurión Legionario al servicio de Usted y del Tribunus Legatus Veritelius de Garlla.

-El muy claro; eso es su significado Diófanes; ¿siempre es muy claro para hablar, Verito?, me pregunta Tiberio.

-¡Vaya que si lo es!, respondo al César.

-Tremus Aquilae, Divino Tiberio César, Centurión Legionario al servicio del Tribunus Legatus Veritelius de Garlla.

-Tremendus, digno de ser temido; eso es lo que tu nombre quiere decir Tremus, y junto con tu apellido diría: ‘el águila de temerse’; muy poco amigable, diría yo. ¿Lo sabías tú?, dice Tiberio.

-No, Divino Emperador, no lo sabía; pero le agradezco que me lo diga.

-Marcus Ponte, Divino Tiberio César, Centurión Legionario al servicio de Usted y del Honorable Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, que me ha acogido. Explica el ‘más joven de la tropa’.

-Otro nombre judío; de dónde eres, Marcus, le pregunta Tiberio.

-De Calabria, Divino César, pero soy Ciudadano Romano.

-¡Pues, claro que lo eres! Si no, no podrías ser ni soldado Legionario ni Centurión del Ejército Imperial, hombre. Le dice sonriendo Tiberio César.  Tu nombre quiere decir amargo en hebreo; yo no sé por qué, pero tu nombre completo significa ‘el punto amargo’; una advertencia, parece.

-Nikko Fidias, Divino Emperador Tiberio César, Centurión Legionario recientemente escogido por el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla para su escuadra, y el humano más agradecido con los dioses en este momento, Señor, solloza emocionado el joven soldado.

-‘El hijo de la diosa Victoria’, le dice el Emperador; sí, seguramente tú le pondrás las guirnaldas a “Verito”.  Sé fuerte, hijo; lo anima Tiberio, pero no pierdas la sensibilidad, le advierte.

-Camilus Méver, Divino Tiberio César, Centurión Legionario recién incorporado a las fuerzas del Tribunus Legatus Veritelius de Garlla y también muy agradecido de los dioses por conocerle.

-‘Ministro del Templo’, es latín antiguo y eso significa tu nombre, pero tu apellido es germánico, ¿es así?, comenta el César.

-Sí, Divino César; mi padre no lo cambió, porque dijo que seríamos los primeros teutones romanos y así no desapareceríamos.

-Y así será, joven Camilus; le augura Tiberio.

-Silenio Abdera, Divino Emperador Tiberio César, Præfecto de navis, tan nuevo en este celestial grupo, que al que más le ha servido toda esta presentación es a mí, Divino César, le dice el desconcertado nauta-liburna  arrancando una gran sonrisa de Tiberio César.

 

-De modo que éste es el aguerrido nauta de la liburna, dice Tiberio riendo a pleno. ‘Silencioso’, eso es tu nombre; y haces más honor a la obediencia de las órdenes que a como te llamas, buen marino y soldado. ¡“Verito”!, sabes que les gritó maldiciones a los Pretorianos que ‘invadieron’ su liburna, desde que los vió bajar hasta que Fitus lo cayó desde el muelle. Narra con felicidad Tiberio el acontecimiento.

-No. Divino Tiberius, no sabía del acontecimiento; le respondo admirado.

-Buen grupo, Tribunus Legatus; como de costumbre, Usted siempre ha hecho buenos grupos de trabajo, por eso es quien es Usted, mi querido “Verito”, por eso ahora tiene lo que tiene.  Me dice mi Divino Tiberio Iulius Cæsar, quien me conmueve casi hasta las lágrimas.

-Gracias, Divino Tiberio, muchas gracia, alcanzo a decirle.

 

Uno por uno, a todos tomó parte y a todos dio de sí mismo; ese es Tiberio Julio César, Divino Emperador del Imperio Romano, el hombre que más admiro en la vida por sus valores, su sapiencia, su sentido de la justicia, su paciencia y su sensibilidad.  Es difícil no admirar a alguien así; es difícil no tomarlo como Divino, sabiendo que no lo es; es difícil pensar que es simplemente un mortal.

 

El Maiordomus Haffed, suena una campana de cristal de roca, del más puro estilo fenicio, para llamar nuestra atención y hacernos pasar al área donde cenaremos. Los triclinium han sido acomodados en la esquina inferior izquierda del jardín, frente a la estatua y fuente de la diosa Maia, la madre de Mercurius; y a un costado de la fuente de Vesta, la diosa protectora del hogar; que con su blancura hermosean todos los verdes, que son vida, en este lugar.  En el cielo no hay una sola nube y el Sol cae a plomo sobre el Palacio; pero con las carpas dentro de las que estaremos, gozaremos de la temperatura agradable del atardecer que se prolongará hasta el final de la primera vigilia.  Hay flores por doquier, todas ella con perfumes frescos y aromas agradabilísimos; y la música no se quedará atrás, pues han dispuesto dos orquestas, una a cada extremo de los triclinium laterales. 

 

Hacía tres años que no estaba en Capreæ (y precisamente a este lugar, nunca me había tocado venir); pero ahora estoy como anfitrión-invitado (o será mejor invitado-anfitrión), por lo que tengo que poner mucha atención a los detalles (que son en lo que más se fija Tiberio César), para cuando yo solo sea ‘anfitrión’.  Por supuesto, cada quien espera hasta ser asignado en su lugar, lo que hará Haffed, el Maiordomus del Palacio; solo al César no acomoda, pues él puede sentarse donde guste, pero todos los demás irán de acuerdo a un status muy depurado para estas ocasiones, seiscientos años de historia y antecedentes así lo señalan.

 

‘Algo’ me dice que esta velada será inolvidable para todos los que participamos en ella; si Tiberio nos ha reunido, es por una razón muy especial.  El Emperador ha dado muestras a lo largo de su vida pública, que es toda, de serenidad, mesura e inteligencia en sus decisiones de Estado.  Es fácil deducir quiénes tenemos en este momento un encargo del César, común en nuestras responsabilidades y funciones para el corto tiempo; Fitus, Theodorus, Nalterrum y yo, estamos ligados por el ‘Christus Mandatus’ instituido por Tiberio; Claudio y Calígula, siempre habrá que tomarlos en cuenta, son familia imperial; pero Camito Apión y Sóstenes Kirítis, no me quedan claros todavía; seguramente no tengo suficiente información al respecto, algo vital para mí.

 

Ya todos dispuestos en nuestros lugares, vuelve a sonar la campana fenicia y ahora es Tiberio César el demandante de la atención de todos, quien desde su lugar, al centro del triclinium central, nos dice:

-¡Ave Roma!, inicia el anciano jerarca.

-¡Ave César!, ¡Ave César!, ¡Ave César!, retumba a coro la emoción.

-¡Queridos súbditos del Imperio Romano!, reunirme hoy con todos ustedes es motivo de gran alegría para mi alma, pues algo que desde hace tiempo me oprime el corazón, ya tiene Operâris, opêras, operândum; está en camino de su solución.  Me refiero a lo que entre todos hemos conocido como “Christus Mandatus”.  En esta labor seremos comandados por nuestro gran amigo y fiel servidor del Imperio, el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, ha quien he designado Plenipotenciario en todo el territorio del Imperio Romano, a fin de que alcance las metas que le he señalado, en los tiempos que le he marcado. 

      Solo un hombre como él, con su capacidad de mando, conocimiento y      cultura, sensibilidad hacia las cosas celestiales, y fiel soldado de Roma           puede representarnos a todos en este “Christus Mandatus”.

      Por supuesto, la ayuda de todos ustedes en el buen desarrollo de sus       acciones es fundamental, por lo que los conmino a su entrega total por        Roma.  De su labor saldrá para el Mundo y para la Historia todo cuanto    habrá de saberse de este asunto.  Todos los aquí reunidos tenemos algo que hacer desde hoy; muchos serán adicionados en su momento,    ¡hagámoslo por el Imperio!, ¡Ave Roma!

-¡Ave César!, ¡Ave César!, ¡Ave César!, respondemos todos.

 

Por supuesto que estoy muy emocionado; es la encomienda más grande que me haya hecho el Imperator Tiberius s Cæsar en los veinte años que los dioses me han unido a él, a su Divina Embestidura y al Imperio Romano.  La cena se desarrolla como lo previsto y de cuando en cuando, cada uno de los asistentes se acerca a felicitar a Tiberio César y aprovechan para dirigirme algunas palabras respecto de la designación y su probable participación y ayuda.  A todos escucho y agradezco, pero de los que más interesado estoy son Camito Apión y Sóstenes Kirítis; precisamente por mi desinformación sobre ellos.  Cuando el primero se presenta le escucho con atención:

-Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, muchas felicidades –me dice el compacto hombre, y le agradezco de inmediato– el primer lugar que tiene que visitar camino a Yerushalayim, es Apollonia, en mi bellísima Cirene.  Allí vive Simón de Cirene, el hombre que ayudó a Iesus Nazarenus a cargar la cruz de su martirio; yo le conozco desde siempre y a partir de su contacto con el Christus, su alma y su vida han cambiado radicalmente hasta convertirlo en un hombre de bien.  Tiene divinos poderes y habla maravillas del Evangelio, La Buena Nueva, que fue el mensaje de este llamado Hijo de Dios.  Cuando baje hacia esas tierras inhóspitas, pero con vergeles apacibles, no deje de visitarme, estaré muy complacido de recibirle en mi casa.

-No tenga duda alguna que lo haré, Procurador Camito Apión, será para mí un honor.  Haré que el viaje se planee para estar en breve con Usted en Apollonia.  Le agradezco su valiosa información.

-A su mandato Tribunus Legatus.

Ya está el por qué de este singular individuo, que no es ni romano ni militar, en la reunión y dentro del “Christus Mandatus”; claro que allí estaremos.

 

La admiración es igual o mayor cuando se presenta Sóstenes Kirítis.  También civil y del cual se sabe muy poco en los círculos del Emperador:

-¡Ave César, Tribunus Legatus!, me dice plantándose frente a mí.

-¡Ave Tiberio Julio César!, le respondo.

-Muchas cosas haremos juntos, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, en este “Christus Mandatus”; quiero informarle que la liburna que usted usará en sus travesías marinas, la he construido yo; me informa orondo.

-¡Vaya, qué gran sorpresa saberlo!, ciudadano Sóstenes Kirítis; le digo.

-Como se habrá podido dar cuenta, la nave es un ‘prototipo muy singular’, que queremos probar en su desempeño para uso posterior en el Ejército Imperial Romano.  Sus informes náuticos son de gran valía para mí, pues sé que Usted viajará con la liburna a sus plenas capacidades; el Præfecto de navis a sus órdenes, Silenio Abdera, es un experimentado navegante al cual conozco desde niño y es un confiable Legionario Romano.

-Sí, ya lo he comprobado; le respondo.

-De regreso de su primer viaje a Yerushalayim, Usted habrá recorrido más de tres mil millas, lo cual por supuesto, es un caudal de información que yo necesito para la fabricación de las próximas naves, que evidentemente no serán como la suya, pero muy parecidas.

-Le entiendo, Sóstenes; le digo asentando sus afirmaciones.

-Muy agradecido estaré con Usted si prepara unos días de estancia en Canea, en nuestra amadísima Creta, para realizar las comprobaciones del comportamiento de su nave; yo haré lo posible por que su estancia sea placentera.

-Con gusto será hecho de esa forma –le respondo– le mantendré informado de los detalles náuticos de su osadía marina, Sóstenes.

-Gracias Tribunus Legatus, estoy a sus mandatos. Se despide el naviero.

Con esto estamos completos.  Es increíble, no hay hombre más informado y con más poder de decisión en el mundo, que el Emperador Romano.  En apenas tres meses ha conformado un grupo de acciones tal, en las que estamos felizmente incluidos, que su “Christus Mandatus” apunta a ser todo un éxito; igual que sus campañas en Germania.  Esto es cosa de los dioses, no tengo ni la menor duda. Ahora, por mi familia hasta Villa Garlla, en Mediolanum. El itinerario será: Capreæ – Ostia – Roma – Ostia – Genua – Mediolanum – Villa Garlla.  Por mar en la liburna maravilla que nos ha construido Sóstenes Kirítis, el naviero Cretense, y por tierra en nuestros briosos corceles. 

 

+  +  +

 

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

También me puedes seguir en:

www.demilagrosydiosidencias.blogspot.mx

 

Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



About the author

160