PRIMERA AUDIENCIA DE DECLARACIONES (26)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

 

Ciudad de México, Septiembre 15 del 2016.

 

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(26)

 

Cesarea de Palestina, Provincia de Iudae

Iulius XVI

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

LA AUDIENCIA DE DECLARACIONES (1) 

Este es otro gran día para el “Christus Mandatus”, una campaña militar que me ha encargado Tiberio Julio César, sin el uso de las armas, pero con la misma efectividad de cualquiera de nuestras grandes batallas.  El escenario es el Salón de Sesiones de la Procura de Iudae, un edificio por demás bello: circular, rodeado por completo en su exterior con veinticuatro columnas jónicas, labradas exquisitamente en cantera rosa traída de Fenicia y con pisos de mármol rosa de Syria;  los retablos de los techos son una hermosura digna de Roma, tallados todos en cedro de los Montes del Líbano.  Realmente han hecho una gran labor los constructores y artesanos contratados para estos trabajos por el viejo Rey Herodes el Grande.  El jardín que circunda el edificio, que se ubica en la plaza del cuadrángulo del Templo de Augusto César, es de tal manera exuberante, que pareciera que en este lugar lo que sobra es agua.  Los architectus prodigan su imaginación al realizar estas construcciones; yo creo que lo hacen pensando en los grandes acontecimientos que pueden tener lugar en estos edificios, como la de hoy: la primera Sesión de Audiencias del “Christus Mandatus”.

 

Para la ocasión se ha traído todo lo que debe haber: habilitamientos, cosas y personas; están mis tres scriptôris, que tomarán nota de cada palabra que se diga,  el secretario de sesiones de la Procura de Iudae y los Centuriones Legionarios de mi escolta que harán la vigilancia del lugar y guardarán el orden; hay espacios designados para cada uno de los comparecientes y demás asistentes a la reunión.  Es un acto oficial del más alto nivel del Imperio; solo que estuviese en esta sesión el Emperador, podría ser superior.  Existe todo un protocolo rigurosísimo para la ocasión, que no puede ser dejado de cumplir: hay estandartes, insignias y banderas que anuncian la presencia de las personalidades asistentes; los cornus de avisos son de rigor y suenan en cada ocasión en que es menester.  Asiste el Consejo de Gobierno en Pleno, sin la presencia del Procurador, por ser él el acusado del Juicio de Procedencia; están los representantes de cada municipîum en los que está dividida la Provincia de Iudae; los encargados de los despachos militares, judiciales, teocráticos y civiles, de la Procura, los Reinos y las Tretrarquías citados para la sesión.

 

Toda la pompa y circunstancia merecida se ha dado; en punto de la III hora del día, me presento en el salón en donde ya deben estar presentes cuantos hayan sido solicitados.  El Secretario de la Sesión hace el anuncio correspondiente, con sonora y clara voz:

–        ¡Ave César! En presencia, Veritelius de Garlla, Plenuspotenciarius de Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum, Tribunus Legatus del Ejército Imperial Romano; anuncia el hombre.

–        ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!, respondo con firmeza ante la prestación protocolaria.

–        ¡Ave César, Ave Plenuspotenciarius!, contestan todos.

–        Tiene la palabra el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, quien presidirá esta Audiencia de Declaraciones; concluye el Secretario.

–        Excelentísimos señores todos; estamos reunidos para un evento que pasará a la Historia; comienzo diciendo en mi intervención, tel cumplimiento de una orden de nuestro Divino Emperador: el “Christus Mandatus”; todos los presentes tenemos una razón de nuestra estancia en esta sala y en esta ocasión: revisar los acontecimientos ocurridos el XXVI de Martis del XX año del Reinado de Tiberius Iulius Cæsar, en ocasión del “Juicio de Iesus Nazarenus”, en Hierosolyma, Iudae.

      Pido al Secretario tome lista de los citados a comparecer, rogándole a    cada uno ponerse de pié, decir su nombre y contestar ¡Presente!, ante la     mención de su llamado.

Inicia, pues, el Secretario la mención de todos los citados a declarar:

–        Ilarius Cafarta, Militar Administrativo, Secretario de las Cortes Civiles y Militares en la Sesión del Juicio de Iesus Nazarenus.

–        Ilarius Cafarta, ¡Presente!

–        Régulo Stabilus, Centurión Legionario de la Guarnición Romana en Guardia en la fecha y lugar citado.

–        Régulo Stabilus, ¡Presente!

–        Brutus Astate, Soldado Legionario Jefe de la Guardia de Castigos, en la fecha y el lugar citados.

–        Cassius Pomeo, Centurión Legionario de la Escuadra de Reos en la fecha y lugar citados.

–        Cassius Pomeo, ¡Presente!

–        José de Arimatea, Miembro del Consejo Iudaicus.

–        José de Arimatea, ¡Presente!

–        Su Excelencia, Herodes Antipas, Tetrarca de Galilea y Perea, de la Provincia de Iudae.

 

Justo en este momento, se rompe el protocolo de la Sesión ante los abucheos de los que es objeto el Jerarca de Galilea y Perea por parte de muchos de lo asistentes; por lo que pido al Secretario llame al orden a los asistentes.

–        ¡Orden!, ¡Orden!, ¡Orden!; grita con desesperación el Secretario imponiendo su voz ante todos.  Les recuerdo a todos los asistentes que esta es una sesión plenaria, por lo que deberá guardarse toda compostura en ella; a contrario sensu, quien incurra en actos de desorden será retirado de la sala por los guardias, so pena del castigo que el hecho amerita.  Excelencia, su presentación, por favor; le dice el Secretario al malquerido Jerarca, quien se limita a mover delicadamente su mano derecha como saludando a la concurrencia.

–        Le apercibo al citado declarante, que es necesario se ponga de pié y diga su nombre, le dice el Secretario.

–        ¡Óigame!, le contesta molesto el Tetrarca; ¡Yo no soy como todos estos!, ¡Yo soy la máxima autoridad en Galilea y Perea y no me puede pedir que haga las mismas cosas que todos estos; además a mí todo el mundo me conoce! Y me adelanto a responder el desacato cometido por el singular personaje.

–        Le recuerdo Tetrarca Herodes Antipas, que Usted no tiene ninguna autoridad en esta sala y ni en esta Sesión Plenaria.

      Ha sido llamado a declarar con los mismos derechos y atribuciones que             todos los demás citados. Usted ha aceptado presentarse, lo cual le           agradezco, y deberá sujetarse a las reglas que con anterioridad hizo de su        conocimiento, por escrito, el Secretario de la Sesión. Le digo al hombre,   quien finalmente accede a su presentación.

–        Herodes Antipas, Tetrarca de Galilea y Perea; Presente; dice él.

–        Hago del conocimiento de todos los asistentes que no han sido citados a esta Audiencia de Declaraciones, que su presencia en este recinto solo será tolerado si su comportamiento es de completo respeto a los presentes, por lo que si se hubiese otra moción de orden, todos serán desalojados, toda vez que su presencia no es requerida. Aclara el Secretario con toda propiedad y en apego a la Ley.

–        Sumo Sacerdote Anás. No hay respuesta.  El individuo no se ha presentado a la cita a la que fue requerido.

–        Sumo Sacerdote Anás. Vuelve el Secretario a llamarle por su nombre; y entonces, uno de los asistentes se levanta y dice:

–        El Sumo Sacerdote Anás, no está en esta reunión, porque el lugar es indigno de él; nunca vendría a un lugar de paganos. El Secretario, haciendo caso omiso de lo escuchado, pide a uno de los guardias que saquen al indeseable interlocutor de la sala; y vuelve a repetir el nombre del citado:

–        Sumo Sacerdote Anás.  Y ante la falta de respuesta e inasistencia del sujeto, emite las palabras más severas que se puedan oír en un Tribunal Romano.  “Que conste en el acta de esta Audiencia de Declaraciones que el citado Sumo Sacerdote Anás, de la ciudad de Hierosolyma, no ha asistido a la reunión; por lo que se establece que ha hecho desacato ante una autoridad competente del Imperio Romano, siendo desde este momento reo de desobediencia a la autoridad.  Solicito al honorabilis presidente autorice la orden para que el ausente, Sumo Sacerdote Anás, sea aprehendido y privado de su libertad, hasta que aclare su desordenado proceder ante la Legis Romana”.

–        Yo, Veritelius de Garlla, Presidente de esta Sesión de Declaraciones lo autorizo; en nombre del Emperador, ejecútese la orden.  ¡Ave César!

–        Sumo Sacerdote Caifás. Dice el Secretario, realizando exactamente el mismo proceso que ante la inasistencia del otro.

–        No hay más a quien presentar, Señor Presidente de la Sesión.

–        Gracias, Señor Secretario, le digo al concluir.

Por supuesto que yo sabía que estos dos religiosos no se iban a presentar; lo que el hombre de las gradas dijo, es exactamente la forma de pensar de esta gente.  No habrá otro lugar en donde se celebren estas audiencias; no habrá otra oportunidad para nadie de mofarse del Derecho Romano. 

O se presentan, o caerá sobre ellos todo el peso de la Legis Romana. Pilato les informará por orden mía y les hará saber sus cargos y consecuencias.

–        Tiene la palabra el Presidente de la Sesión de Declaraciones.

–        Gracias, Señor Secretario, le digo, e inicio mi participación.

–        Hace exactamente ciento once días, esto es, el XXVI de Martis del XX Año del Reinado de Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum, se celebró en Hierosolyma, en la Provincia de Iudae, un ‘juicio masivo’, impropio e irreverente para la Legis Romana; el ‘juez’ de dicho ‘juicio’, fue en persona el Procurador de Iudae, General Magíster Legionario Poncio Pilatus.  Los ‘acusadores’ estuvieron encabezados por Anás y Caifás, dos de los Sumos Sacerdotes del Pueblo Iudaicus, quienes hoy han perdido una valiosa oportunidad para establecer sus posiciones.  En el tal ‘juicio’, se condenó a muerte por crucifixión a Iesus Nazarenus, la muerte reservada a los criminales y asesinos más viles para el Imperio, sin saber exactamente el crimen que Iesus Nazarenus hubiese cometido y por el cual se le hubiese condenado a la pena capital.

      En el transcurso de estos días, el Emperador Tiberio Iulius Cæsar ha       recibido, consternado y preocupado, el reclamo de muchos Ciudadanos    Romanos de diversas Provincias del Imperio, que se han visto afectados       sobremanera y que demandan se aplique la Iustitia Romana en este       asunto tan turbio y escandaloso.

      Mi mandato, de parte de nuestro amado Emperador, es revisar la improcedencia de tal ‘juicio’ y juzgar, si fuese necesario, a los que hayan             cometido alguna violación grave ante la Legis Romana, a fin de que la tan    anhelada Iustitia sea aplicada.

      Este juicio será llevado al cabo una vez que se cuenten con todos los       argumentos requeridos para el mismo.  Yo he leído, considerado y             analizado cada situación reseñada en el Acta de Juicio respectiva; así   mismo, tengo en mi poder once declaraciones escritas y firmadas de       algunos de los afectados por la muerte de Iesus Nazarenus.

      Esta Audiencia de Declaraciones tiene por objeto asentar, con las            manifestaciones que los citados asistentes hagan, pruebas de inocencia o             culpabilidad que pudiesen detectarse.   Les recuerdo a los declarantes     que todo cuanto aquí expresen será tomado como verdadero, pues sus       declaraciones las hacen bajo juramento ante el César, que opera su poder         en mi persona.  Cualquier mentira o falsedad que haga incurrir en error           al juez del juicio por venir, será severamente castigada. Sus declaraciones             al menos deberán contener las siguientes manifestaciones:

·        Cuál fue su participación directa en los hechos ocurridos el XXVI de Maius del XX Año de Reinado de Tiberius Iulius Cæsar.

·        Cuál es su opinión respecto del ‘juicio’ y del reo Iesus Nazarenus.

·        Después de ese día, su vida se ha visto afectada de alguna forma o por algún evento significativo.

            Podemos iniciar, señor Secretario de la Audiencia.

–        A cada llamamiento, remarca el Secretario, el declarante deberá pasar al estrado y jurar en nombre de Tiberio Julio César, Emperador Máximo, que sus palabras serán verdaderas.  Pase Ilarius Cafarta.

 

–        Yo, Ilarius Cafarta, Militar Administrativo, Secretario de las Cortes Civiles y Militares en la Sesión del Juicio de Iesus Nazarenus, juro en nombre de Tiberio Julio César que mis declaraciones serán verdaderas.

–        Soldado Secretario de Cortes Cafarta, ¿notó alguna anomalía en el ‘juicio’ a Iesus Nazarenus? Le pregunto al hombre.

–        Sí, Tribunus Legatus; fui llamado muy temprano en la mañana, como a la hora segunda, para tomar nota de un juicio que se desarrollaría de inmediato en la Fortaleza Antonia en Hierosolyma; normalmente no se celebraban sesiones ni en ese lugar ni a esa hora. 

      Me pareció muy extraño además, que una gran cantidad de gente             estuviese reunida justo a la entrada de la Fortaleza, sobre la escalinata      frontal y que no hubiesen sido recibidos en el Patio de Armas, en la parte   superior del lugar.  Pero lo más extraño es que estuviesen allí los Sumos       Sacerdotes Anás y Caifás encabezando a la multitud. 

      Cuando llegué al lugar, el juicio aún no empezaba, pues el Procurador   Poncio Pilatus no les recibía.  Sin embargo, noté a toda la gente muy    exaltada, como que llevaban mucho tiempo con el asunto.  Y finalmente,   los más extraño de todo es que el reo fuese Iesus Nazarenus, quien       mostraba señales de una golpiza evidente.

–        Secretario de Cortes Cafarta ¿cuál es su experiencia en esa función? Le cuestiono al oficial.

–        Veinticinco años, Tribunus Legatus; yo quise estudiar Derecho Romano, pero nunca tuve la oportunidad; cuando me asignaron a esta labor me di por bien servido en mi destino.

–        Ciertamente en ese tiempo ha oído y escrito muchas audiencias, soldado Cafarta; ¿cuál es su opinión profesional, en lo que Usted hace, sobre el juicio a Iesus Nazarenus y qué cargo acusatorio asentó en el Acta?

–        Poca contundencia en las acusaciones, demasiada presión hacia el Procurador de parte los acusadores y falta de apego a la Legis Romana, Señor, Plenuspotenciarius.  El cargo fue sedición, Señor.

–        ¿Conocía usted a Iesus Nazarenus y lo calificaría como sedicioso?

–        Le vi varias veces en Hierosolyma, siempre que llegaba a la ciudad, mucha gente le seguía; y algunos íbamos a verle por curiosidad.  Creo que era un hombre de bien y no creo que haya realizado actos de sedición contra el Imperio Romano.

–        Si Usted hubiese sido el juez, Secretario Cafarta, ¿qué hubiese decidido como castigo para Iesus Nazarenus, la muerte por crucifixión?

–        No, Señor, a lo más le hubiese encarcelado, pero nunca la pena capital.

–        ¿Su vida, Secretario Cafarta, ha cambiado de entonces a hoy en algo?

–        Sí, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla; mi hijo menor es uno de los llamados ‘Discípulos del Señor’, que seguirá los mandatos del Christus hasta sus últimas consecuencias.  Él es un Ciudadano Romano que ha decidido predicar el Evangelio, como él le llama, y eso, cambiará mi vida.

–        Gracias, Secretario de Cortes Ilarius Cafarta.

 

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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

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