RUMBO A ALEXANDRIA (23)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

Ciudad de México, Agosto 25 del 2016.

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(23)

Apollonia, Cyrenaica; rumbo a Alexandria

Iulius X

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

RUMBO A ALEXANDRIA

Les he pedido que no zarpemos hasta que yo me despierte, pues quiero recuperar el sueño perdido (algo que no es posible, ya lo sé), así como ganar fuerzas con el descanso.  Tadeus se ha atrevido a contravenir mis órdenes, solo porque es la quinta hora del día y yo sigo dormido; ha pensado el pobre hombre, mi fiel asistente, que algo realmente malo me hubiese sucedido.

–        No, Tadeus, nada malo me ha pasado; ¡es la edad, hombre!, le digo riendo al atormentado Asistente.

–        Realmente estaba yo preocupado, Tribunus Legatus, pues no recuerdo ninguna otra ocasión en que esto sucediera, Señor; me dice muy apenado tratando de excusarse.

–        ¡Claro que nunca había sucedido, Tadeus!, ¡¡porque nunca antes había tenido cincuenta y cuatro años!!  le respondo a carcajadas.

–        Y, a todo esto, Tadeus, ¿qué hora es?, le pregunto.

–        Es la quinta hora del día, Señor, ya casi es tiempo de la siguiente comida; haciéndome ver lo grave del asunto.

–        ¡Vaya, pues!, le digo, ¡pues zarpemos ya!

–        ¡Al mandato, Señor!, responde el desanimado Asistente.

 

Apollonia no tiene ni golfo, ni bahía, ni ensenada, es más, ni siquiera tiene una cala natural en donde atracar las naves; uno mueve tres estadios la embarcación y ya está en mar abierto; solo a los helénicos se le pudo haber ocurrido fundar un puerto en un lugar así.  Por la hora que es, la brisa del cambio de temperatura resulta muy favorable y la “Liburna Christina” comienza a navegar libremente sobre las aguas del Mare Nostrum, que si tiene algún lugar solitario es precisamente este que ahora navegaremos; entre Apollonia y Alexandria, no hay ni un solo puerto de abrigo, ni una solo población; si uno sufre algún percance en estas aguas, no hay nadie, absolutamente nadie que ayude; ya desde los fenicios, esta zona era conocida como ‘el desierto del mar’.

Yo no haré nada más que leer y escribir en estos dos días de navegación entre Apollonia y Alexandria.  Los hombres también tienen qué hacer; perdieron la apuesta de Reghium a Apollonia: no avistamos ni una sola embarcación; por lo tanto es tiempo de limpiar la “Liburna Christina” con jabón.

 

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En  Alexandria, Ægyptus

Iulius XI

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

Buen viento, buena mar, buena navegación: entonces buen viaje.  Así se podría resumir el día que acabamos de pasar.  Es mediodía y estamos entrando al bellísimo puerto de Alexandria; trescientos cincuenta años tiene esta ciudad de existir, la fundó Ptolomeo I Sóter en honor a Alexandro Magno en la plenitud de su vida, que fue muy corta, por cierto, pero desde que la pensaron aquél y sus constructores fue bella, amplia e impresionante.  Tiene más palacios que cualquier otra ciudad del Imperio, exceptuando Roma; tiene más de cuarenta templos de todos los cultos; tiene la biblioteca más grande del mundo, incluyendo a Roma; la habitan más de trescientas mil personas, sin contar extranjeros ni esclavos, divididos a partes iguales entre griegos, egipcios y judíos; tiene tres puertos en solo cuatro millas de largo; tiene un rompeolas de una milla de largo y un pharus que antes de ser destruido por un temblor, medía casi un estadio de alto.  Tiene más plazas que ninguna ciudad del mundo; y también tiene la peor reputación en cuanto al desprecio a los romanos.  Aquí no habrá parada militar por no ser diplomáticamente correcto hacerlas; Iulius César, Cleopatra y Marco Antonio, todavía permanecen en la mente de los alexandrinos.  Desde Alexandria salen más granos a la península Itálica, de los que allá podemos producir todos juntos. 

 

Si lo que estoy buscando respecto del Pueblo Iudarum está aquí, los dos días de estancia en Alexandria los pasaremos encerrados en la biblioteca copiando datos.  No podemos dejar esta oportunidad de valiosísima información para otra ocasión, pues quizá para entonces sea demasiado tarde o innecesaria.  Además, la diáspora Iudae más grande del mundo se encuentra aquí, en caso de que en la biblioteca no fuese posible conseguir lo que necesito, puedo contratar diez Escribas, Fariseos o Saduceos, que nos cuenten su historia en lo que resta del viaje.  El Pretorio y las instalaciones navales y militares del Imperio Romano se encuentran ubicados en lo que fuera el Palacio de Cleopatra y Marco Antonio; una construcción tan grande que da cabida a una Legión Romana con caballería incluida.  Allí atracaremos y allí será nuestra ‘recepción oficial’.  Realmente no quiero hacer otra cosa, que no sea ir en busca de los volúmenes de historia que requiero.

 

Mis escritos para Tiberio Julio César ya han sido concluidos; se los enviaré desde aquí al Emperador.  Los diez testimonios de los hombres conversos, más mi plática con Simón de Cyrenaica, le agradarán a nuestro Jefe Máximus y tendrá suficiente material para analizar con Calígula, Claudio y el Sacerdote Theodorus; y seguramente incluirá a Gallio y a Tito, los dos nuevos jóvenes maravilla que hemos descubierto en todo esto que es el “Christus Mandatus”.  Ya se empieza a sentir que sobre este asunto se escribirá mucho; creo que tanto como lo que se ha escrito de Roma y su Imperio.

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Alexandria, Ægyptus, Iulius XI, del

 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

            Divino Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmus:

            Dos días hemos utilizado para nuestros contactos en Apollonia, Cyrenaica, y han             resultado extraordinarios por la riqueza de la información recabada.  Leer los         testimonios de los diez cyrenaicums y la conversación con Simón de Cyrene le           resultará, Divino Emperador, muy conveniente par palpar el sentir de esta gente        respecto del Imperio y de Iesus Christus.

                                                                                  ¡Ave César!

                                                           Tribunus Legatus Veritelius de Garlla

 

El mismo Procurador de Ægyptus, Rulus Livio, se ha ofrecido traer completa la copia de una colección de más de treinta libros (dice él que en más de cien volúmenes), que componen “La Biblîa Hebraicus”, toda en latín, para mi posesión personal; ellos cuentan con otras dos copias, además de los manuscritos en hebreo y arameo de los que se han traducido éstas.  Sin lugar a dudas, representan el antecedente documental más importante del “Christus Mandatus”, pues además de contener el ‘Pentateuco’ de la Torá que ya me había facilitado el Sacerdote Theodorus en Capreæ, y las tabulae conseguidas en Roma sobre los Macabeos, tiene muchos más libris que servirán para la mejor comprensión de la complicada historia del Populus de Isrâêl.  Estoy ansioso por leer las particularidades allí descritas.

 

Los tres scriptôris junto con el Centurión Nikko Fidias (que se está especializando en este apasionante tema), vienen felices, tal parece que han encontrado un valiosísimo tesoro; los que no lo vienen tanto son los cinco guardias de la corte y los sirvientes que les ayudan a llevar el cuantiosísimo cargamento.  Efectivamente son ciento veinte tomos en tabulae simples encuadernadas en libris de pastas duras; no son ni rollos ni tablas, son hojas de papirus del Nilus.  En la cubierta con letras de oro dice “Biblîa Hebraicus”, es un gran trabajo el que hacen en la Biblioteca de Alexandria para la preservación de la literatura universal en bien de las civilizaciones futuras. 

 

Porque tal y como lo piensa Tiberio Julio César, y yo estoy completamente de acuerdo con él, la mejor forma de preservar el acontecer generalizado de una época, es escribiendo detalladamente lo que sucedió; no importa que se trate de temas o acciones de militia, o de diplomacia, o de política, o de gobierno; es imperativo dejar constancia de lo bueno productivo y de lo malo destructivo; eso haremos para el “Christus Mandatus”, trabajar para la posteridad detallando lo bueno hecho por el ‘Mashiaj’ y lo malo realizado por los demás actores que le rodeaban, llámense gobernantes, autoridades religiosas, o simples simpatizantes o adversarios.

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En  Alexandria, Ægyptus

Iulius XII

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

Está en Alejandría el Rabbuni Gamaliel, uno de esos hombres pertenecientes a Los Ancianos y al Sanedrín Iudaicus que ‘juzgó’ a Iesus Nazarenus antes del “Juicio de Poncio Pilatus”; él no puede entrar en las instalaciones del Imperio por ser de los clasificados ‘lugares impuros de los gentiles’; y yo no puedo asistir a la Sinagoga (que es una especie de templo en donde se lee la Torá), porque no soy iudaicus.  Lleva ya tres días en Alexandria esperando mí llegada (pues no sabía cuando vendría yo aquí), y ha pedido audiencia conmigo para hablar sobre las pesquisas que realizaré en Palestina, de acuerdo a las misivas y citatorios que le han sido entregadas a la gente con la que quiero hablar.  El hombre pertenece al grupo de los Fariseos, y su estancia en el Sanedrín es más en reconocimiento a su larga experiencia como Escriba y Rabbuni y a su popularidad entre los prosélitos, que por algún interés personal de poder que él tenga.

 

La reunión es en una de las múltiples plazas de la Biblioteca de Alexandria; ésta tiene una pérgola tan exquisitamente lograda que su sombra de entreluces hace muy agradable la estancia en el lugar.  El hombre llega ataviado con sus mejores galas, por cierto de telas y brocados finísimos, en tanto que yo solo visto túnica y toga; todo de esa manera, solo para que él no contravenga los ‘preceptos’ legales respecto de una entrevista con un ‘gentil’.

 

–        ¡Shalom!, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla; me saluda propiamente el venerable anciano, un hombre de más de ochenta años.

–        ¡Ave César!, Rabbuni Gamaliel; le respondo yo.

–        Me alegro mucho de poder contactarle antes de su llegada a Yerushalayim, Tribunus Legatus, e igualmente agradezco que Usted haya concedido que esta reunión fuese posible; me dice muy atentamente.

–        Yo también estoy contento de verle, Rabbuni, y también estoy interesado de escuchar sus palabras. Le contesto.

–        Tribunus Legatus, yo tengo más de cincuenta años de ser Escriba y miembro del Sanedrín; desde hace veinte también reconocido como Anciano del Pueblo de Israel.  Cuando ustedes proclamaron a su primer Emperador, yo tenía veinte años de edad y era estudiante de la Yeshiva de Yerushalayim, en donde me educaba para Escriba de La Ley. Desde entonces veía yo que su poderío se extendería por todo el mundo, como un hecho inevitable, algo que ya ha sucedido, Tribunus Legatus; y durante ese tiempo nuestros Reyes han tenido muchos acuerdos con sus gobernantes, algunos de los cuales no han sido del todo convenientes para el Pueblo de Israel.  Conozco la historia entre nuestras dos naciones de forma tan detallada, Veritelius de Garlla, que casi podría decirle que la he escrito de mi puño y letra.  No estoy aquí enviado por alguien, he decidido hablar con Usted por mi propio albedrío, Tribunus Legatus; y lo único que quiero lograr es paz entre nuestras naciones.

–        También yo deseo eso, Rabbuni Gamaliel, le contesto, interrumpiéndole.

–        Este “Cristus Mandatus” que trae Usted como encargo del César, puede llegar a generar situaciones poco agradables para nuestros pueblos, Tribunus Legatus, más a lo que se refiere al probable juicio de nuestros Jerarcas; pues lo que ustedes decidan hacer con sus gobernantes, para nosotros es asunto fuera de nuestra competencia; me explica como en sentencia el Rabbuni; y le contesto de inmediato.

–        Dígame, Rabbuni Gamaliel, ¿cuál es la razón de esta entrevista tan desusada y fuera de toda propiedad? Exprésese claramente antes de que yo empiece a malinterpretar sus palabras; le aclaro al hombre.

–        Yo ya he hablado en consejo de la suprema corte con todo el cuerpo de ancianos reunidos, pidiendo que se deje en libertad de acción a los llamados ‘Apóstoles de Iesus Nazarenus’; y ellos han consentido en hacer de esta manera.  Las cosas van tomando su cause natural, Tribunus Legatus, y si Usted inicia estos juicios, podrían cambiar repentinamente de su estado actual de mediana aceptación, a encuentros incontrolables de todas las partes involucradas.  En ese momento le interrumpo de forma tajante para aclararle:

–        Rabbuni Gamaliel, para todos los súbditos del Emperador Tiberio Julio César, un mandato de él debe ser aplicado de manera irrestricta e inmediata; Usted y yo somos súbditos con esas obligaciones.  Nadie puede dejar de cumplir lo ordenado por el Emperador, absolutamente nadie, Gamaliel; la orden ha sido dada y deberá ser ejecutada.  Usted no había sido citado a declarar; pero en este momento le estoy informando que habrá de comparecer ante las autoridades romanas para rendir declaración sobre el Juicio de ‘Iesus Nazarenus’. Recibirá la notificación por escrito.  Esta reunión ha concluido, Rabbuni Gamaliel; si usted insiste en que continúe, ahora mismo le declaro en actos sediciosos en contra del Imperio, en territorio sujeto a la Jurisprudencia de las Legis Romanas.  ¡Ave Tiberio Iulius Cæsar!

–        ¡Shalom, Tribunus Legatus!

 

Este hombre se ha dejado convencer por aquéllos que han quedado todavía en Hierosolyma, para disuadirme de la aplicación de justicia que hasta el mismísimo Emperador reclama: ¿cómo se les puede ocurrir a estos extraños seres iudaicus, creer que pueden manejar los acontecimientos a su favor únicamente?  Por eso tienen tantos problemas, porque solo quieren su conveniencia.  El “Christus Mandatus” no es cuestión de conveniencias, es algo relacionado con Honoris, Legis, Iustitia;  ALGO QUE ME HA PEDIDO EL DIVINO EMPERADOR ROMANO y este legalista iudaicus quiere que yo le desobedezca; ¡que gente tan ilusa, en verdad!  “Non petêre aclarationis, evidentîa accusâtio” (Aclaración no pedida, acusación manifiesta), dicen los advocatus de todas las Cortes de Roma; yo no pedí que me aclararan nada, si ellos se adelantaron a hacerlo, eso significa que tienen culpa.  Que la tienen, ya lo sé, ahora debo demostrarlo.  Lex Romana.

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De Alexandria, Ægyptus; a Cesarea, Iudae

Iulius XIII

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

EL DESTINO FINAL

¡Ahora sí tenemos muchísimo trabajo qué hacer!  Nikko Fidias, los scriptôris y yo, tenemos que resumir CIENTO VEINTE VOLÚMENES de los inapreciables  “Biblos Hebraicus”.  Lo primero que hemos hecho es ordenarlos por tema, pues ellos los tienen chronologicus (como dicen los helenos); y las divisiones serán:

·        Primera Parte: La Torá o La Ley; Los primeros cinco libris.

·        Segunda Parte: Los Libros Históricos; de Josué a Macabeos.

·        Tercera Parte: Ketuvim; Los Libros Sapienciales; de Job a Eclesiástico.

·        Cuarta Parte: Neviím; Los Profetas; de Isaías a Malaquías.

Como La Torá ya está resumida, pues fue lo que hizo Nikko durante mi viaje a Mediolanum; ahora él tomará la Segunda Parte; los scriptôris la Tercera Parte; y yo la Cuarta Parte. No sé cómo voy a resumir cada oracûlum; pero he de lograrlo.  Tenemos dos días para efectuar tan enorme labor. 

 

Mi camarote en la popa de la “Liburna Christina” se ha convertido en una bodega casi inaccesible; las paredes están tapizadas con las repisas que contienen los libros de la Biblia Judía y además, hemos comprado todo cuanto necesitamos para escribir; miles de tabulae de papirus egipcio extendido (que es el mejor que hay en el mundo), pues esto es algo que vamos a hacer mucho y durante mucho tiempo: escribir para la posteridad.  El viaje de Alexandria a Cesarea de Palestina es de apenas una jornada de navegación, si salimos muy temprano, llegaremos sin contratiempos a nuestro destino final después de ocho días de viajar. 

 

Cesarea es una ciudad muy joven, pues hace solo cincuenta y cinco años, en ocasión del V Aniversario del Reinado de Octavio César Augusto, el Rey Herodes el Grande la construyó para las instalaciones personales, navales y militares del Imperio Romano en la naciente Provincia de Iudae; muy astuto el viejo monarca, pues con ello generaba muchas cosas convenientes para él: primero, ganarse el beneplácito de César Augusto; segundo, generar estabilidad en una zona siempre conflictiva para los judíos, Samaria; y tercero, mantener a los soldados lejos de Hierosolyma, su Ciudad Santa.  Herodes Antipas, idéntico que como hizo su padre, al conmemorarse el V Año del Reinado de Tiberio Julio César, construyó para él la ciudad de Tiberíades en el Mar de Galilea, hoy Lago Tiberíades, una bellísima zona que recuerda los palacios romanos; son ‘tan romanas’ estas ciudades que los judíos las han catalogado como ‘lugares de paganos’, por lo que no van a ellas salvo que tengan asuntos inevitables que tratar; y en la víspera del Shabat, jamás, porque tendrían que purificarse para la celebración del día siguiente.  Pues me apenan mucho sus costumbres, pero aquí tendrán que venir todos.

 

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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

  

Antonio Garelli

 

 

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