TERCERA AUDIENCIA DE DECLARACIONES (28)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

Ciudad de México, Septiembre 29 del 2016.

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(28)

 

Cesarea de Palestina, Provincia de Iudae

Iulius XVI

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

LA AUDIENCIA DE DECLARACIONES (3) 

–        Preséntese a declarar Cassius Longinus.

–        Cassius Longinus, ex Soldado Legionario de la Escuadra de Reos en la fecha y lugar citados, juro por Iesus Christus que lo que declare será verdad.

–        Le recuerdo al declarante, dice el Secretario, que el juramento. . .

–        Deje así, señor Secretario de la Audiencia; le digo interrumpiéndole. Adelante, Ciudadano Cassius Longinus, le digo al civil de túnica y toga.

–        Iesus Christus, el Hijo de Dios Vivo, era verdaderamente un sanctus, un hombre sin mal en su interior, el único humano sin pecado; yo al igual que Régulo, mi hermano en Christus, imploro su clemencia y su perdón.  Hace un mes quise quitarme la vida, pero no puede; ya no quería seguir viviendo porque no soporto los tormentos de ver al Señor muriendo en la cruz, una imagen que sueño todos los días.  Pero Simón Petrus, uno de los Apóstoles, a quien he visto, me dijo algo que me ha animado a vivir,  y ahora por muchos años, si fuese necesario.  Él me dijo:

-         “Cassius Longinus, si tanto apena tu corazón y tu alma el pernicioso proceder que tuviste en la muerte del Señor Iesus Christus, sufre esas penalidades en ofrenda de las que él sufrió sin merecerlas; limpia tu alma con el tormento de su recuerdo, para que sea bálsamo para tu paz interior en Iesus Christus.”

            Esto significa, y estoy de acuerdo en que así sea, que cuanto más sufra yo          este constante recuerdo de su muerte, más purificaré mi alma para alcanzar su perdón.

            Nunca más seré soldado de nadie que no sea de Christus; solo por Él       viviré y sufriré predicando su mensaje, el cual aún he de aprender.              Meditaré sus divinas frases en la cruz, hasta que logre comprenderlas y           sean parte de mi vida, de mi forma de ser.  Sus benditas Siete Palabras.

            - Cuando nosotros le vejábamos; Él dijo: “Padre, perdónalos, porque no             saben lo que hacen” (I).

            - Cuando los malhechores y nosotros le escarnecíamos por no poder       salvarse de su muerte, al arrepentido le dijo: “Hoy estarás conmigo en el          Paraíso” (II).

            -  Cuando su Bendita Madre María, con su fiel Apóstol Juan, se acercó a            la cruz para consolarle, Él mandó: “Mujer, ahí tienes a tú hijo’; y a él le             señaló, ‘Ahí tienes a tu Madre” (III).

            - Cuando instigábamos su Santo y paciente proceder, Él simplemente       volteó al cielo, de donde había venido y dijo: “Dios mío, Dios mío ¿por            qué me has abandonado?” (IV).

            - Cuando nuestra infamia alcanzó niveles infrahumanos, Él nada más      murmuró: “Tengo sed” (V); y nosotros nos mofamos dándole vinagre y           hiel, para escarnecer más su sufrimiento.

            - Cuando ya más nada de maldad se nos ocurrió, pronunció su más severa         frase: “Consumatum est” (VI).

            - Y finalmente justo antes de expirar, oró por última vez, diciendo:            “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (VII).

            Hoy no las entiendo, pero las meditaré y con su ayuda comprenderé su    significado y la razón por la que yo, precisamente yo, el más pecador de             todos cuantos han nacido, las escuché.  

 

            Todavía me quema Su Preciosísima Sangre, ésa que me roció desde la     cruz cuando Régulo me pidió que comprobara que ya había muerto.    Todavía arde en mí el fuego purificador de su holocausto.

            ¡Perdóname, Señor Iesus Christus!, termina llorando con angustia el       arrepentido hombre, hincado y con sus brazos abiertos en forma de cruz.

 

Este hombre, que padecía una deficiencia muy grave en su vista (lo que era motivo de burla de todos); cuando traspasó a Iesus Christi con su lanza, su cara fue rociada con el agua y la Sangre del Salvador que brotó del cuerpo y recuperó la vista en su totalidad. Un milagro, evidentemente, una más de las sanaciones maravillosas que logró el Christus.

.  .  .

 

Yo pensé encontrar en estos recios hombres, Soldados Legionarios del Imperio Romano, las declaraciones que requería para inculpar a Poncio Pilatus en su irresponsable proceder como Procurador de la Legis Romana y lo he encontrado; pero para mi sorpresa, también he encontrado testimonios de Fe tan sinceros como valiosos.

 

–        Preséntese a declarar José de Arimatea.

–        José de Arimatea, Miembro del Sanedrín Iudaicus y Ciudadano Romano por derecho propio; juro por Christus que cuanto declare es verdad.

–        Ciudadano José de Arimatea, le agradezco su estancia en esta Audiencia de Declaraciones, la cual, como Usted sabe, tiene la intención de reunir toda la información posible de fuentes fidedignas, para el Juicio en contra de Poncio Pilatus, por la falta de jurisprudencia aplicada en el Juicio de Iesus Nazarenus. ¿Conocía Usted a Iesus Nazarenus?

–        Sí, Tribunus Legatus, le conocí hace diez años solo por casualidad y siendo Él muy joven; su padre era un excelente carpintero que vivía en Nazará, un pequeño pueblo al Septentrio de Arimatea, cruzando Samaria, a quien le pedí me hiciera todos los trabajos de carpintería de la casa que estaba construyendo, en ocasión de mi próximo matrimonio.

      En ese tiempo yo pasaba más días en la Yeshiva de Yerushalayim, en        donde estudiaba para Escriba con el Rabbuni Gamaliel, que en Arimatea,         y sin embargo, José de Nazará hacía perfectamente todo el trabajo, aún   mejor de lo que yo hubiese pensado. 

      Una ocasión que Iesus Christus acompañó a su padre, platicamos            ampliamente de asuntos de la Ley y los Profetas y me admiró mucho el       conocimiento que tenía al respecto (pues siendo hijo de un carpintero y            sin haber asistido jamás a una Yeshiva, Él no debería saber tanto sobre       esos asuntos, pues es menester estudiarlos con un Rabbuni), por lo que   iniciamos una amistad sincera que siempre fue utilizada abiertamente. 

      En más de una ocasión, durante siete años, el Señor Iesus Christus me     demostró el desacierto que teníamos en la Yeshiva acerca de nuestras     deducciones respecto del ‘Mashiaj’; y cuando Él inició su ministerio a mí          me quedaron muy claras sus observaciones al respecto.

      Muchos de los que estudiábamos con el Rabbuni Gamaliel, como Misael             de Cafarnaúm, Saulo de Tarso y el mismo Leví, a quien Christus escogió           como uno de sus Apóstoles cuando era Recaudador de Impuestos para su    Imperio (y al cual llamó Mateo, una gran distinción pues ese nombre    significa Don de Dios), tomamos diferentes posiciones respecto a Iesus   Nazarenus como el Mashiaj.

      Quizás muy tarde, es cierto, pero para mí no hay más duda acerca de su Divina Presencia entre nosotros.

–        Ciudadano José de Arimatea, ¿cuál es su opinión respecto del Juicio de Poncio Pilatus a Iesus Nazarenus?

–        Que como tal, este nunca existió.  No hay absolutamente ningún indicio de Juicio en apego a la Legis Romana; Poncio Pilatus solo se limitó a ‘oficializar la muerte de un sujeto indeseable y peligroso para los Jerarcas del Sanedrín’, especialmente los Sumos Sacerdotes Anás y Caifás, que en apoyo a lo que yo opino de ellos, baste su desacato ante la ausencia de sus personas en esta Audiencia convocada por Usted, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla.

–        ¿Por qué solicitó Usted el cuerpo de Iesus Nazarenus para sepultarlo?

–        Porque era mi amigo, mi Rabbuni y mi guía espiritual; en una palabra, Iesus Nazarenus era mi Señor; además, solo a mí me lo daría Poncio Pilatus (porque yo pagaría la gran cantidad de dinero que ello representaba) y por mi posición en el Sanedrín.  Además de ello, yo ya no podía seguir permitiendo más deshonras en su persona humana; pues gracias a Dios, Su Persona Divina, nunca fue tocada.

      Hoy soy uno de sus discípulos, sujeto a las disposiciones que me ordenen           los Doce Apóstoles, que son los guías que él designó para la continuidad          de su Evangelio; y me pesa mucho no haber actuado en todo cuanto yo           haya podido haber hecho en beneficio de Iesus Christus, Señor y Dios             nuestro.  Que el Señor me perdone.

–        Le agradezco nuevamente su presencia, Ciudadano José de Arimatea, su declaración tiene para nosotros un gran valor y la utilizaremos en bien de las causas que nos ocupan. Le digo al conmovido hombre.

 

–        Se advierte a toda la concurrencia, dice el Secretario, que el orden debe ser respetado y guardado con integridad durante todo el tiempo de la Audiencia de Declaraciones, en caso contrario, la sala será desalojada por los guardias. (En ese momento se percibe la movilización de media Centuria de Soldados Legionarios en el interior del recinto, tomando posiciones en todo el lugar).

     

      Preséntese a Declarar su Excelencia Herodes Antipas, Tetrarca de           Galilea y Perea; llama el Secretario.

 

El hombre es por demás desagradable hasta en su persona: es obeso, afeitado y con cosméticos en toda su cara (lleva pintura en sus ojos, nariz y boca), excesiva-mente afeminado en sus ademanes, expresiones y habla; porta más adornos y pendientes en oro que los que serían capaces de lucir diez mujeres juntas; y viste de manera tan extravagante, pero con finísimas telas, que nadie sería capaz de imitarle siquiera. 

–        Por supuesto que declararé en juramento a Tiberius Iulius César, Divinus Imperator del Imperio Romano; para mí es un honor.  En todo cuanto el César me ordene, yo siempre estaré dispuesto a hacerlo.

      Soy Herodes Antipas, Hijo de Herodes el Grande, Rey de Judea, Galilea,             Perea, Idumea, La Decápolis y Samaria; por lo tanto, yo, heredero por        derecho a reinar sobre todos esos territorios, que algún día tendré.

–        Excelencia, ¿Conoció Usted a Iesus Nazarenus y si ese es el caso, podría darnos su opinión respecto de Él?

–        Le vi una sola vez en mi vida, Tribunus Legatus, porque nunca atendió mi llamado ni mis invitaciones a palacio; era un hombre ‘muy obstinado en su trabajo’ y nunca tuvo tiempo para mí.

       La vez que le vi, fue el mismo día en que esos usurpadores Sumos             Sacerdotes, que ahora rigen los destinos religiosos de la pobre nación de          Iudae, lo llevaron de muy mala forma, al palacio que mi padre construyó        en Hierosolyma, en donde yo me encontraba, para que yo le juzgara y lo        condenara a muerte.

      Lo primero que les dije es que estaban locos; que si bien el hombre era   galileo, yo no tenía ningún poder para juzgarle en territorio de Iudae, en     Yerushalayim específicamente, que es donde nos encontrábamos todos       para la celebración de la ‘Pesah’, nuestra gran Fiesta de la Liberación;        que si querían que yo lo juzgase, lo encerraran y lo llevaran a Tiberíades          en donde sería juzgado cuando yo regresase. 

      Pero también les dije que condenarlo a muerte ni lo soñaran, que no iban          a cargar sobre mí la muerte de otro Profeta, pues todo mundo me achaca   la muerte de Juan el Bautista, cuanto que fue Herodías la que lo ordenó,     yo lo tuve preso, pero esa malvada mujer lo mandó decapitar.

      Bueno, el caso es que así todo, yo le pedí a Iesus Nazarenus que hiciera uno de sus milagros en mi presencia, y ni siquiera me volteó a ver; qué         digan hablarme o ejecutar lo que yo le pedía; ¡no, no, no!, qué hombre      tan desobediente con la autoridad.

      Pero los malvados Anás y Caifás, querían verle muerto; porque a ellos no          les convenía que un hombre como este ‘Mashiaj’ permaneciera vivo; ya lo          dijo el Reverendus Joshua de Armatea, sus Sumos Sacerdotes lo tenían         por ‘indeseable’; yo digo que había ‘demasiados intereses y jugosas    ganancias que podían perderse’.

      Iba muy golpeado el pobre hombre, se veía peor que un muerto de mil     batallas; me dio tanta pena que hasta le regalé uno de mis vestidos para           que Él lo usase.  Y de allí se lo llevaron otra vez ante el Procurador.

      Nunca antes le había visto en persona, por eso me alegré tanto de verle cuando me lo llevaron; pero jamás pensé que fuese eso lo que ellos           querían, que yo lo condenara a muerte.

      A mí me parecía un buen hombre; y su fama, ni qué decir, en toda Galilea           no se hablaba de otra cosa, que de Iesus Nazarenus; hasta los zelotes       pasaron a segundo término de popularidad, Tribunus Legatus.

–        Le agradezco su intervención Excelencia, Herodes Antipas, Tetrarca de Galilea y Perea, le digo al singularísimo personaje, en tanto se levanta como un pavo real, dirigiéndose a su lugar original y diciéndome:

–        Gracias a Usted, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla, por la invitación a esta Sesión. Ya no contesto más nada. 

–        Agradezco a todos los declarantes su participación en esta Audiencia; digo a todos para finalizar la sesión.

–         Se cierra la sesión, dice el Secretario.

Antes de que cualquier cosa suceda, me apresuro a revisar el valiosísimo trabajo de los scriptôris para revisar sus notas.  Aquí todos somos importantes, remeros, soldados, emissarii, Centuriones, todos tenemos una labor que desempeñar en el “Christus Mandatus”. Ellos han registrado cada palabra de lo que aquí se ha dicho; esto es algo que debe analizar Tiberius Iulius Cæsar con su grupo de ‘especialistas’.  De inmediato a copiar cada  Declaratoria escuchada; un tanto para mí, otro para el Emperador.

 

La cena con las dos personalidades que tengo entre los declarantes es inevitable, por lo que he dispuesto todo para su atención; tanto Herodes Antipas como José de Arimatea son gente conocida por los iudaicus y ambos tienen, en diferente circunstancia, un grupo numeroso que les aprecia y otro que les detesta.  La clase religiosa de los fariseos no tiene buenas relaciones con Herodes, por quien sienten un desprecio muy particular debido a su ‘paganismo’, esto es, demasiado apegado a Roma, además de muy complaciente ante todas sus diferencias respecto de la teocracia de los iudaicus; no es un gobernante apreciado y como su ámbito de poder se limita a Galilea y Perea, los Sumos Sacerdotes del Sanedrín nunca le toman en cuenta para sus decisiones.  Por otra parte, José de Arimatea pertenece a este otro bando de ‘influyentes’ que quieren preservar las tradiciones del Populus Hebraicus sobre todo cuanto exista.

 

Ambos manejan una posición de conveniencia en tan distantes posiciones y ambos transcurren entre los vaivenes de sus diferencias; Herodes no es aceptado del todo por el Imperio Romano, pues es un sujeto incapaz de gobernar; y José de Arimatea no es bien querido por los ortodoxos del Sanedrín, por ser de ideas ‘demasiado abiertas’ ante los cambios que demandan las circunstancias.

 

Así pues, los antagonismos estarán presentes en cualquier cosa que hablemos, una situación poco propicia para una cena oficial; de cualquier manera, la atención tengo que darla y así se hará, porque así debe ser el protocolo de mi estancia en este lugar.

+  +  + 

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

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